Cultura, helicópteros VICENTE MOLINA FOIX
Periódicamente, la pregunta surge en las conversaciones, en los artículos. ¿Para qué sirve, si es que de algo sirve, un Ministerio de Cultura? Yo me la he hecho antes, me la han hecho, la he hecho a otros, y respondí unas cuantas veces, siempre de la misma forma. Pero, como el Judío Errante de la leyenda, aquí la tenemos de nuevo aparecida, renovada por la proximidad de las elecciones. El suplemento El Cultural del 27 de febrero pasado no sólo hacía la pregunta implícita, sino que pedía ideas a 33 figuras relacionadas con las artes, obteniendo respuestas y propuestas variadas.Los enemigos de la simple existencia de un Ministerio de Cultura tenían su representación proporcional, encabezados por Álvaro Pombo, que lo ve, en cuanto "Ministerio de la posproducción" artística, prescindible o adherido, con menor rango, a un fuerte Ministerio de Educación. El director y productor de cine Pedro Costa va más lejos: al apocalipsis. Demoler la sede inútil del ministerio que, según él, se está cargando el cine español, y volver a erigir en los terrenos de la plaza del Rey el Circo Price. Soledad Puértolas, por el contrario, consideraba "fundamental que el Ministerio de Cultura actúe como tal y no como un Ministerio de Industria", formando la escritora parte de una mayoría de los consultados que confía en los poderes benéficos de un organismo ministerial fortalecido, vivificador y bien dotado: al menos con ese 1% de los Presupuestos Generales del Estado que Adolfo Marsillach aconseja exigir -en su ocurrente respuesta- a un futuro ministro de Cultura (el último consejo que le da el actor y director catalán es "no liarse con la secretaria").
Yo, en esto sigo afrancesado. Entiendo que en una España ideal más rica y culta y mejor educada los funcionarios ministeriales podrían ser meros administrativos del flujo creativo espontáneo e independiente, pero no me hago ilusiones vanas. Ese país España aún no existe, si es que llega a existir alguna vez, y mi deseo, mi añoranza, sería que al frente de un potente y dinámico Ministerio de Cultura hubiese alguien de la cultura, el Jack Lang español, por ejemplo, adelantado, innovador, competente. Ninguno de esos rasgos los he visto, exceptuando la etapa de Javier Solana, en los ministros de la democracia, tanto socialistas como populares.
Ahora bien, los desideratums, las preguntas, el sueño de una utopía cultural me resultan en estos últimos días irrelevantes, banales, obscenos. Un gran Ministerio de Cultura. Un Gobierno limpio y social. Una Unión Europea solidaria. Unas Naciones Unidas justas. Claros objetos de un deseo universal que por momentos parecen posibles. Al fin y al cabo, las fuerzas de la OTAN intervinieron, tras muchas reticencias, en Bosnia, y la peripecia de Pinochet ha precipitado la necesidad de un tribunal internacional contra los criminales de Estado. Pero vinieron las lluvias y Mozambique quedó anegado. ¿Dónde está Mozambique? ¿Tan lejos está? ¿Más lejos del centro del mundo que Kosovo o Irak?
Siete helicópteros. La tragedia se hizo evidente desde el primer día de las inundaciones y allí estaban los periodistas y cámaras europeos para cumplir su misión de mostrárnosla. Siete helicópteros. Miles de hombres y mujeres en los tejados, en los arbustos, en las ramas de árboles a punto de quebrarse. Escribo este artículo el lunes 6, y desde el viernes pasado los gobiernos del mundo rico han reaccionado; alimentos, condonación de la deuda, algún que otro helicóptero más. Pero a mí no se me van de la cabeza las imágenes de los tres primeros días, de los primeros muertos a quienes el árbol no pudo sostener más y no les alcanzó la cuerda de los siete helicópteros disponibles en el pobrísimo país.
Cultura. Ortega veía el arte como un salvavidas espiritual. Si los organismos internacionales, si los gobiernos poderosos que movilizan a sus soldados para ganar guerras de alta tecnología mortífera, si los ministros de Defensa o Asuntos Exteriores occidentales no pueden -en una sociedad globalizada- enviar de forma inmediata helicópteros a Mozambique, maldita la necesidad de un Ministerio de Cultura, de cualquier otro ministerio divino incapaz de salvar la vida humana.
Babelia
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