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El Metropolitan de Nueva York exhibe 70 obras clásicas del arte funerario egipcio La mayoría de las máscaras y momias proceden del Museo Británico

En el ocaso de su esplendor, dominada y colonizada por Roma, la civilización egipcia alcanzó sus últimas muestras de grandeza en el arte que le aseguró la inmortalidad: el culto a la vida eterna. Más de setenta máscaras funerarias que miran a los visitantes de la exposición del Museo Metropolitan de Nueva York reflejan una época mestiza. La viveza de sus expresiones retrata la muerte de una élite mediterránea de fin de era que combinó la obsesión egipcia por el más allá, la estética griega y las costumbres romanas antes de desaparecer en un largo olvido de 2.000 años.

Tan sólo a finales del siglo XIX surgió el interés por lo que hasta entonces se había considerado como una expresión anecdótica y marginal de la mayor conquista del Imperio Romano. Las excavaciones del arqueólogo austriaco Theodor Graf y años más tarde, en 1911, de su colega británico William Flinders, en el remoto oasis de Fayum, descubrieron y mostraron la riqueza de las prácticas funerarias y culturales de unos tiempos olvidados por los libros de historia y que se extienden desde la muerte de la mítica Cleopatra, al comenzar la era cristiana, hasta los inicios del periodo bizantino, en el siglo III.Aquella época fue testigo del declive de dos grandes civilizaciones: la ya lejana gloria de los faraones y la paulatina decadencia de los emperadores de Roma. Egipto se convirtió entonces en una provincia más de sus dominios mediterráneos y en el destino de una élite de administradores (muchos de ellos habían sido antiguos soldados) que trajeron sus costumbres y manifestaciones culturales a las orillas del Nilo. Fue cuando la tradición de preservar a los muertos en elaborados rituales de momificación adoptó el rito funerario griego de retratarlos en toda su humanidad, ajenos por completo a los tradicionales perfiles estilizados de las pirámides.

Los romanos, como buenos conquistadores, incorporaron sus divinidades al panteón de los dioses egipcios como ya lo hicieran con los mitos griegos. De este sincretismo social y religioso surgieron los rostros de una clase adinerada que hasta el día 7 de mayo cubrirán los muros del Museo Metropolitan de Nueva York.

Rasgos amables

Ésta es la tercera exposición que el museo de Nueva York dedica a la cultura egipcia en lo que va de año. La mayoría de las máscaras mortuarias procede de una muestra similar que tuvo lugar en el British Museum de Londres en 1997.

Las caras de esta población multicultural están provistas de profundos ojos negros, tez pálida y rasgos amables. Los retratos respiran literalmente desde la tumba. Éste era en parte su propósito, quedarse entre los vivos antes de cruzar el Nilo en su camino hacia la inmortalidad. Las momias no eran enterradas enseguida, como durante la gran época de los faraones, sino que se quedaban en la casa familiar, a veces durante meses, para ser veneradas por sus próximos y de esta manera participar en las ceremonias religiosas que se celebraban en su honor.

Los diversos universos religiosos se mezclan, pero nunca llegan a confundirse del todo. Las figuras estilizadas de Isis y Osiris siguen acompañando al difunto en su último viaje, pero sus perfiles, los mismos que cubren las pirámides de Giza, contrastan aún más con la humanidad de estos nuevos mortales que cambian según pasan los siglos. Los rostros de los contemporáneos de Claudio o incluso Nerón respiran la tranquilidad de un imperio aún en pleno apogeo. Medio siglo después, al final de la era de Adriano (117-138), las expresiones son más enigmáticas, reflejo de los disturbios políticos que agitaban aquella época.

La técnica de la pintura encáustica -que combina cera caliente o fría con pigmentos en polvo, utilizada en la mayoría de las máscaras funerarias- obligaba a los artistas a esbozar pinceladas casi impresionistas en su afán de mostrar realismo. Los rasgos se declinan en una gran riqueza de tonos; las elaboradas y ricas joyas se resuelven con algunos toques dorados, y las expresiones intentan captar el último soplo de vida del muerto.

Uno de los mejores ejemplos de este arte funerario es el Retrato de una mujer joven. Elaborado hacia el año 110, el retrato, procedente del Museo Real de Escocia, muestra a una elegante patricia de abundantes rizos negros vestida con una lujosa toga de color rojo cubierta de oro y perlas que contempla la eternidad con sus tristes ojos castaños.

La exposición del Museo Metropolitan de Nueva York también incluye objetos de culto y utensilios tradicionales que los muertos se llevaban con ellos a la tumba para su vida en el más allá. El sincretismo religioso se resume en la escultura de una diminuta diosa Némesis que incluye los formas femeninas de la tradición griega y los atributos masculinos de su equivalente egipcio. Los restos proceden de dos templos hallados en Karanis, en el oasis de Fayum, donde se encontró la mayoría de las momias que componen la muestra.

Tras la muerte de Cleopatra

Después de la batalla de Actium y la muerte de Cleopatra en el año 30 después de Cristo, Egipto pasó a ser parte del Imperio romano. La nueva provincia tenía el estatus especial de posesión personal del emperador, el primero de ellos, Augusto, que sucedió a Julio César tras el fracasado intento de Marco Antonio por tomar el poder.

Egipto era un país debilitado por batallas dinásticas, pálido reflejo de una grandeza que se remontaba a más de 2.000 años. Se convirtió en el granero de Roma. Sus ricas cosechas, siempre alimentadas por las inundaciones del Nilo, debían suplir las necesidades de un imperio que abarcaba toda la cuenca mediterránea. Alejandría no sólo exportaba alimentos sino también objetos de lujo: papiros, elaborada artesanía y los productos de las rutas comerciales de África, la India y la península Arábica.

Esta riqueza económica atrajo a una élite de comerciantes y administradores romanos y egipcios y del resto de la zona que se establecieron y se mezclaron. Aquella sociedad multiétnica vivía como los griegos en el gimnasio, pensaba como los romanos en la administración y veneraba la muerte como los egipcios. En esta mezcla cultural que extiende su influencia hasta el final del imperio de los Ptolomeos, a mediados del siglo IV, fue donde se fraguaron los rostros de las máscaras de Fayum.

Al ser fruto de dos épocas que se solaparon, los restos nunca fueron objeto de un estudio serio. Los historiadores no parecían muy interesados en los coletazos de ambas civilizaciones en la periferia del imperio. El auge de las investigaciones pluridisciplinarias avivó el interés por estas prácticas funerarias y se encontraron muestras posteriores en Egipto, hasta las más recientes de Marina el-Alamein.

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