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"¡Me declaro fastidioso!"

Los ministros venezolanos llegaron con sus ordenadores portátiles dispuestos a diseccionar el informe elaborado por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL, dependiente de la ONU) sobre el desastre de Vargas y los proyectos necesarios para la reconstrucción. Pero, además de la ayuda informática, contaban con la colaboración del presidente Hugo Chávez que les interrumpió una y otra vez para matizar, para compensar las estadísticas con el relato humano. En la enésima interrupción -esa vez cuando intervenía su ministro de Planificación, Jorge Giordani-, Chávez reconoció su tendencia: "Perdone ministro, es que soy fastidioso... ¡me declaro fastidioso!", dijo a la audiencia. Después relató como, durante las inundaciones, cuando la tormenta arreciaba, le dijo al piloto de su helicóptero "métete como sea a la zona y pídele a Dios que lleguemos". Los diplomáticos y expertos que acudieron a la Casa de América sonreían.

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Las formas de Chávez ya se han convertido en mito y él lo abona en cada intervención. Con el coronel Cliver Canelones, su edecán personal, como sombra, Chávez se refirió a su ministro de Ciencia y Tecnología, el treinteañero Carlos Eduardo Genatios, diciendo: "Este ministro todavía toma el tetero [biberón]".

Y luego llegó la rueda de prensa. Y Chávez no perdió la compostura ni siquiera ante las preguntas más incómodas. Repartió elogios a los países de origen de algunos periodistas, respondió con contundencia a las preguntas y, cuando una de las cuestiones fue dirigida al presidente del Banco Interamericano de Desarrollo, Enrique Iglesias, Chávez saltó del asiento: "¡Que bueno Enrique, vamos a compartir las preguntas!". Iglesias hizo una finta y garantizó al reportero que Chávez tenía mejor respuesta. Nuevo salto de la silla: "¡Qué hábil eres!".

Las bromas, o el lenguaje popular de Chávez, no apagaron, sin embargo, sus mensajes a la comunidad internacional sobre la deuda externa o la necesidad de "un cisma político pacífico" en Venezuela.

Al salir de la Casa de América, para acudir a la comida programada con el presidente Aznar, Chávez volvió a sorprender, pero esta vez al agente de la Guardia Civil que vigilaba junto al coche oficial. Éste saludó al presidente venezolano y Chávez le mostró su fascinación por el tricornio.

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