El Plan Colombia ANDRÉS PASTRANA ARANGO
El presidente colombiano explicaen este artículo su programa para alcanzar
la paz y el desarrollo en su país.
El ministro de Relaciones Exteriores de Colombia y un equipo de altos funcionarios de mi Gobierno aterrizaron el pasado jueves en Madrid en un viaje que marca el inicio de un proceso clave para mi país y que España ha aceptado liderar generosamente: la consecución del apoyo financiero de la Unión Europea al Plan Colombia.De esa manera queremos asegurar no sólo la obtención en el exterior de los recursos que hacen falta para poner en marcha el plan, sino desarrollar una herramienta que permita canalizar de manera efectiva la ayuda que distintos países le han ofrecido a Colombia para superar sus problemas. Ésta es la iniciativa más importante que me he propuesto sacar adelante y quizá la de mayor impacto sobre el futuro de mi país.
Su coste es de 7.500 millones de dólares [más de 1,2 billones de pesetas] que serán invertidos durante tres años. De ese monto, 4.000 millones los aportará Colombia, otros 750 millones los hemos negociado con agencias internacionales de crédito y 1.350 millones más han sido sometidos ya a consideración del Congreso de Estados Unidos por el presidente Bill Clinton. De esta manera, esperamos que con el respaldo de la Unión Europea, así como de Canadá y Japón, que también nos han ofrecido su colaboración, podamos completar la financiación del programa.
Si el reto es de tal magnitud, ustedes se preguntarán cuál es la verdadera importancia del Plan Colombia. Y la respuesta es que hoy, en el umbral del siglo XXI, mi país enfrenta el reto de asumir consistentemente las responsabilidades centrales del Estado, recuperar la confianza de los ciudadanos y, por encima de todo, restablecer las normas básicas de la convivencia social. Ello exige actuar de forma coordinada en áreas tan disímiles -pero a la vez tan complementarias- como la erradicación del narcotráfico, la generación de empleo, la defensa de los derechos humanos y la búsqueda de una solución negociada al conflicto con la guerrilla. En otras palabras, se requiere un plan para la paz, la prosperidad y el fortalecimiento del estado. Ese plan es el Plan Colombia.
Para nadie es un secreto que los sueños del pueblo colombiano y los esfuerzos de sucesivos gobiernos se han visto frustrados en buena parte por la violencia y el narcotráfico. Un círculo vicioso y perverso de violencia y corrupción ha agotado los recursos para la construcción y éxito de un Estado moderno. El logro de una paz real no es una simple cuestión de voluntad: supone una política integral que incida sobre las causas de la violencia.
El núcleo del Plan Colombia lo constituyen las negociaciones con los grupos insurgentes. Es crítico resolver un conflicto que se ha extendido por más de 40 años. La estrategia persigue unos acuerdos de paz negociados sobre la base del respeto a la integridad territorial, a la democracia y a los derechos humanos. He asumido personalmente el liderazgo de este proceso y conseguido avances reales en varios frentes, pero entiendo que falta camino por recorrer y que para ello es esencial es importante el apoyo de la comunidad internacional.
Otro punto vital del Plan Colombia es la lucha contra las drogas ilícitas. En Colombia, el narcotráfico sigue creciendo como fuerza desestabilizadora. Provoca distorsiones en la economía, frena los logros en la redistribución de la tierra, produce corrupción, multiplica la violencia, perjudica el clima de inversión nacional y foránea y nutre de recursos a los grupos armados. Golpear al narcotráfico es básico para edificar la paz en el país.
En este sentido, la estrategia de mi Gobierno es propiciar una alizanza entre los países productores y consumidores de narcóticos, basada en los principios de corresponsabilidad e igualdad. Ello supone, para los países consumidores y con alto grado de industrialización, el aumento de los recursos hacia áreas como la educación, la prevención y la rehabilitación. Los factores directamente relacionados con el tráfico mundial de drogas, como el lavado de activos, el contrabando de precursores químicos y el tráfico de armas, son también componentes de un problema polifacético que exige una reacción más fuerte de los países europeos.
Colombia, como país productor de drogas, requiere que la comunidad internacional le dé una mano para frenar el crecimiento de los cultivos de coca que se extienden como una mancha de aceite en nuestro territorio amazónico, víctima del aislamiento histórico y de la poca presencia estatal. Sólo así podrá evitarse que los cultivos ilícitos alimenten la violencia y la destrucción de selvas naturales patrimonio de la humanidad. Porque lo que está ocurriendo es grave. En Colombia vive el 10 por ciento de las especies animales y vegetales del mundo, y por cada hectárea de coca que se siembra desaparecen cuatro de bosques.
Un componente adicional del Plan Colombia tiene que ver con el desarrollo alternativo y de apoyo a las comunidades rurales del país, las que más han sufrido las terribles consecuencias del conflicto armado y el narcotráfico. Esta estrategia introduce alternativas integrales, participativas, rentables y económicamente sostenibles a partir de proyectos productivos a largo plazo, que abren posibilidades de mejora del ingreso de los campesinos. Para garantizar su éxito, los proyectos van a complementarse con inversiones en infraestructura, asistencia técnica y capacitación laboral. La generación de bosques comerciales y de áreas de selva destruidas por cultivos ilícitos es una prioridad que creará oportunidades para quienes viven en el campo.
La reforma de nuestras instituciones emerge como otra vertiente del Plan Colombia. Para defender el Estado de Derecho es indispensable contar con una justicia, unas fuerzas armadas y una policía modernas que garanticen la defensa de los derechos humanos, una de las tareas en las que estoy comprometido personalmente. Colombia ha iniciado la profesionalización de sus fuerzas armadas y la modernización de su justicia. La idea es que todos los ciudadanos tengan acceso a ella y pueda derrotarse la impunidad.
El último aspecto del Plan Colombia centra su atención en el fortalecimiento de la economía. Sin una economía vigorosa, capaz de crecer de manera sostenida, la paz no será duradera. Pero en este campo el principio de reciprocidad tiene su expresión en el acceso comercial. Así lo han entendido la Unión Europea y Estados Unidos al otorgarles hace años a los países andinos preferencias arancelarias.
Necesitamos que el apoyo de la Unión Europea se traduzca en la extensión del Sistema General de Preferencias (SGP) lo mismo que del SGP andino. Ambos son indispensables para avanzar en el programa de sustitución de cultivos ilícitos, combatir el narcotráfico, promover la inversión y crear puestos de trabajo.
El Plan Colombia nace de mi convicción de que un problema con múltiples causas requiere una solución integral y ambiciosa. Como bien lo dijo el filósofo español don Miguel de Unamuno, "la fe no es creer en lo invisible, sino crearlo".
Una Colombia en paz, progresista y libre de drogas y violencia es un ideal invisible. Estoy comprometido a hacerlo realidad con el esfuerzo de todos los colombianos y con el apoyo de la comunidad internacional.
Andrés Pastrana Arango es presidente de Colombia.
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