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La industria del ADN tiene preparados los 'biochips' que revolucionarán la medicina La tecnología permite analizar rápidamente las anomalías del genoma de cada individuo

Javier Sampedro

La clave de las principales enfermedades está en los genes que predisponen a cada individuo a contraerlas. La nueva medicina basada en la prevención personalizada pasa por los biochips, unas pequeñas placas que permiten explorar los genes de cada persona partiendo de una simple muestra de su sangre o de sus tejidos. La industria biotecnológica de EEUU se ha volcado ya en esta herramienta, para la que prevé un mercado de billón y medio de pesetas anuales. Y España, con un presupuesto que apenas llega a los 700 millones de pesetas para el asunto, se expone, una vez más, a perder el tren.

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Analizar el genoma (el conjunto de los genes) de cada persona era un propósito implanteable hasta ahora. De hecho, la descripción de un solo genoma humano de referencia es el objetivo del mayor esfuerzo coordinado de la historia de la biología, que llegará a su término el año que viene. Pero los biochips obrarán el prodigio gracias a un atajo formidable.El genoma humano está compuesto por 3.000 millones de unidades químicas, llamadas bases, dispuestas en un orden preciso a lo largo de los cromosomas, y el Proyecto Genoma consiste en leer esas bases una a una: de ahí su dificultad. Afortunadamente no será necesario repetir esa lectura para cada individuo. La razón es que dos genes, o dos trozos de genes, se pegan el uno al otro cuando son idénticos, pero no cuando se diferencian, aunque sea mínimamente. Una vez conocido el genoma humano de referencia, bastará ver qué genes de un individuo se pegan o no a los genes de referencia para saber si son normales o contienen una mutación relevante.

Placas imprescindibles

Incluso así, analizar los 100.000 genes que contiene cada persona sería imposible con las técnicas tradicionales basadas en el tubo de ensayo y la paciencia. Por eso resulta imprescindible el biochip: una placa del tamaño aproximado de un disco compacto que contiene miles de fragmentos de genes de referencia distribuidos en filas y columnas, cada uno de ellos identificado por su posición. Basta bañar el biochip con los genes de un individuo para poder ver a qué posiciones se pegan y a cuáles no (véase gráfico). Según cómo se diseñe el dispositivo, la técnica puede adaptarse a cualquier propósito imaginable.

Los biochips no son ninguna especulación futurista. La primera empresa dedicada a su desarrollo y comercialización, la californiana Affymetrix, alcanzó el mes pasado una cotización en Bolsa de 3.080 millones de dólares (más de medio billón de pesetas), tras un año en el que sus acciones multiplicaron por cinco su valor.

Hasta ahora, Affymetrix ha hecho su negocio vendiendo biochips a los laboratorios de investigación básica y a las grandes empresas farmacéuticas, que los usan como una herramienta para diseñar nuevos medicamentos. Pero las perspectivas que abre su uso para el diagnóstico genético personalizado son inmensamente mayores, y ya han generado un enjambre de nuevas firmas, todas ellas estadounidenses y dedicadas más o menos en exclusiva a la fabricación de biochips: TeleChem International (Sunnyvale), Orchid Biocomputer (Princeton), Aclara Biosciences (Mountain View) y dos empresas de San Diego, Nanogen y Sequenom.

Además, debido a que la fabricación de estas placas de ADN tiene algunos elementos en común con la de los chips informáticos, cuatro gigantes de la electrónica han empezado también a desarrollar sus propios biochips: IBM, Motorola, Hewlett-Packard y Texas Instruments.

Es probable que, en unos años, las autoridades sanitarias españolas se sepan de memoria los nombres de esa docena de empresas, porque será a ellas a las que tengan que comprar los biochips cuando los ciudadanos demanden una medicina preventiva de calidad similar a la que Estados Unidos tendrá para entonces. Algunos laboratorios españoles están en condiciones de desarrollar la tecnología de biochips, pero difícilmente podrán fabricarlos en cantidad suficiente como para suministrarlos a los hospitales públicos, y no digamos ya a los servicios de atención primaria.

Sus genes, en la red

Mientras, la empresa Orchid Biocomputer, con sede en Princeton, Nueva Jersey (EEUU), asegura que antes de que acabe el año ofrecerá en la red (www.geneshield.com) un servicio de análisis personalizado de ADN. Los clientes de cualquier país que lo deseen podrán seguir las instrucciones de esa página, enviar una muestra de sus células (bastará un pequeño raspado de la mucosa bucal) y, previo pago de una suma aún no especificada, obtener un análisis por biochips de sus propensiones a varias enfermedades y otros datos genéticos personales para los que la tecnología está ya disponible.

Ésta y otras firmas de biotecnología están probando sistemas de codificación (encriptado) que garanticen que los datos genéticos que viajan por la red no puedan asociarse al nombre de la persona a la que pertenecen. Sin embargo, los propios responsables de estas compañías creen que, más temprano que tarde, se requerirá nueva legislación que impida la discriminación genética.

Las empresas aseguradoras, a buen seguro, estarían encantadas de conocer la ficha genética de los ciudadanos con los que suscriben una póliza. Es rara la semana en que los científicos no descubren un nuevo gen cuyas variantes afectan a la predisposición de las personas a adquirir enfermedades, o su tendencia a caer en hábitos perjudiciales para la salud.

El ínfimo presupuesto español de una disciplina clave

Los biochips son una herramienta esencial de lo que se conoce como genómica, la nueva ciencia basada en el estudio global de los genomas que, entre otras muchas cosas, constituirá pronto el fundamento de la biología humana y de la medicina. Y el Gobierno español no parece haberse percatado de la extraordinaria importancia de esta nueva disciplina. El Plan Nacional de Investigación, Desarrollo e Innovación aprobado en noviembre por el Consejo de Ministros para el periodo 2000-2003 destina a toda la genómica un presupuesto de unos 700 millones de pesetas. Para apreciar la grotesca escasez de esta cifra, basta mencionar que el equipo necesario para que un solo laboratorio fabrique biochips cuesta unos 150 millones de pesetas.

Los cuatro laboratorios españoles más avanzados en genómica pertenecen al Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas, que dirige Mariano Barbacid; al departamento de Inmunología del Centro Nacional de Biotecnología (ambos en Madrid), al Institut de Recerca Oncològica y al Hospital Clínic (ambos en Barcelona). Estos cuatro centros han formado un consorcio para compartir los gastos de los equipos y materiales necesarios para la fabricación de biochips.

Esta colaboración les ha permitido prescindir de los biochips prefabricados de la firma Affymetrix, y diseñar los que ellos necesitan para cada propósito concreto, según explica el investigador del Centro Nacional de Biotecnología Carlos Martínez. El consorcio sí debe comprar el ADN a la firma Research Genetics.

Estos laboratorios españoles utilizan la nueva tecnología para fines de investigación básica, centrada sobre todo en el cáncer y el sistema inmune. "Pero la utilización de los biochips en el diagnóstico y prevención de enfermedades será importantísima en los próximos años", asegura Martínez. "Es crucial que España invierta en la tecnología de biochips, o nos quedaremos de nuevo descolgados".

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