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Tribuna
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Más o menos lo previsto

La arrolladora ola de reconocimiento internacional a la figura y el talento de Pedro Almodóvar, que se inició en mayo del año pasado en el festival de Cannes tras el estreno allí de Todo sobre mi madre y que ahora se prolonga imparable en las diversas antesalas de los oscars en Estados Unidos, no se interrumpió en su tierra, y esta vez el cineasta fue profeta en ella.Estaba en la lógica de las cosas que así ocurriese. Era más que previsible, era evidente que no podía ocurrir de otra manera. Almodóvar se ha convertido en uno de los hombres de cine más conocidos y reconocidos del mundo, y la gente de la Academia no podía negarle otra vez el pan y la sal a quien, además de hacer una hermosa película plenamente merecedora de los premios que anoche obtuvo, está haciendo por el cine español en su conjunto una tarea de ensanchamiento y elevación impagable.

Pero si el triunfo de Almodóvar en los dos goyas más relevantes y más codiciados fue lo que comprime el significado último de esta edición de los premios de la Academia, hay al lado de este acto de inteligencia colectiva de la gente del cine español otro gesto extraordinariamente lúcido de reconocimiento, el dedicado a la humilde y magnífica Solas, a su escritor y director Benito Zambrano y a sus interpretes, Ana Fernández, María Galiana y Carlos Álvarez. Lo que se premia en el trabajo de estos hasta hace poco desconocidos artistas es lo que su trabajo tiene de espléndida lección de talento, humildad y eficacia, ante la que los criterios de la producción del cine español, con frecuencia petulantes y confusos, deberían tomar lo que tiene de ejemplo a seguir.

Nunca suele faltar, en las crónicas dedicadas a los premios gremiales, un capítulo chusco dedicado a los disparates. Todos los goyas han tenido, a veces dignas de un clamoroso escándalo cómico, su inefable colección de tronchantes meteduras de pata. Pero los de este año van a ser una sorprendente excepción, aunque me temo que de esas que confirman la regla: de las decisiones colectivas proclamadas anoche no ha salido ninguna con olor a engendro, porque las películas y los trabajos personales seleccionados eran de tan alta calidad que se votase lo que se votase siempre se acertaba.

No hay medio de averiguarlo, ya que el voto de los académicos es secreto y sólo un notario mudo y sin memoria conoce el reparto numérico de preferencias, pero por los indicios con que cuento y otros coincidentes que me han llegado, la guinda de la tarta ha estado este año muy disputada, y las diferencias entre Solas, Cuando vuelvas a mi lado, La lengua de las mariposas y la ganadora Todo sobre mi madre parecen haber sido cortas. Las cuatro obras son (además de completamente dispares en su contenido y, lo que es más importante, en sus formas) cine excelente, hecho con la nobleza, el gran oficio y la solvencia que requiere ese cine completamente vivo que tiene público en todo el planeta. Cualquiera de estos filmes podía haberse alzado como el ganador de la noche sin que nadie pudiese objetar miopía o pasteleo académico. Esto, añadido al acto de justicia para con Almodóvar, hace que el verdadero ganador de los Goya de anoche sea el cine español, que en su festejo a sí mismo ha hecho posible que cuatro películas suyas, cada una con ideas y gracias más que suficientes para ser la primera, estén entre las mejores del cine del año no sólo en España, sino en todo el mundo.

Y la lucha de igual a igual no sólo tuvo su cuadrilátero en el apartado a la mejor película, sino que se multiplicó en los capítulos al mejor director, donde el cuarteto Almodóvar, Zambrano, Querejeta y Cuerda es de auténticos virtuosos; como también en los de los mejores intérpretes, tanto actrices como actores, pues el rasero impuesto, por Cecilia Roth, Ariadna Gil, Mercedes Sampietro y Carmen Maura, y por Francisco Rabal, Fernán-Gómez, Jordi Mollá y José María Pou, roza lo eminente.

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