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Tribuna:CRÓNICAS
Tribuna
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El examen parcial

Juan Cruz

La cultura española ha suspendido el examen parcial y no es seguro que prospere en las próximas convocatorias. Eso es lo que dicen las conclusiones de la encuesta realizada entre 24.000 españoles por la Sociedad General de Autores y Editores (SGAE). La encuesta revela, entre otras cosas, que la mitad de los españoles ni lee ni va al cine nunca, que el 75% jamás va al teatro, un 92% nunca fue a un concierto de música culta, y los periódicos, que están ahí, tan cerca, en la calle, los lee sólo el 30% de la población, mientras que delante del televisor se pasan los españoles, por término medio, 210 minutos diarios, que son casi cuatro horas.¿Qué pasa? Pasa que los modos de difusión de la cultura y de sus bondades se han quedado obsoletos, que los gobiernos -todos los gobiernos- jamás se han preocupado de marcar una política cultural constante, con objetivos comunes que pasen de una administración a otra independientemente del color que una y otra tengan, y que en el marco de ese disparate sucesivo que ha sido la gestión cultural de los presupuestos españoles ha entrado como un obús de agua fría la dispersión autonómica, cuyos responsables tiran cada uno por su lado, como si quisieran descuartizar un animal moribundo: buscan la propaganda parcial, aparecer en los papeles, defender cada uno la finca rural que tiene más cerca.

Dicen los responsables de la SGAE que resulta muy probable que los datos de este informe sean distintos dentro de nada, pues las cosas cambian vertiginosamente en este campo. Al menos en el área de los elementos clásicos de la cultura -la lectura, el teatro, la música, los museos- no resultaría raro que, como decimos en Canarias, vaya a peor la mejoría. Decía Juan José Millás en Valladolid que jamás se escuchó a nadie decir, en estos 10 o 15 años últimos, que se iba a quedar en casa a leer un libro; poca gente sabe, además, que las bibliotecas no abren los sábados; se desconoce qué efectos sobre la lectura tienen esas avalanchas tan aireadas de las ferias del libro; se desconoce también qué poco se venden los libros y qué poco habla la gente de ellos en la calle, en la radio y en la televisión; no se sabe aún por qué no se incentiva mejor, y más, y para siempre, el Instituto Cervantes, que está obligado a difundir la lengua española, como cultura y como industria, aquí y en el exterior; no se sabe muy bien por qué no se hace, en España, una difusión pública constante de los beneficios de la lectura.

Fernando Fernán-Gómez explicó recientemente que jamás va al teatro, desde hace muchos años, pues lo encuentra "aburridísimo"; gente ferozmente apasionada con el teatro, como Josep Maria Flotats, Adolfo Marsillach o José Carlos Plaza, se vieron defenestrados de sus proyectos -el teatro clásico, la ópera- porque no resultaban gratos a sus supuestos o probables jefes administrativos, por la política; luego cada uno se va por su cuenta, a la escena privada, y ahí hacen éxitos, que tampoco compensan el sacrificio de ver que la situación general sigue siendo decrépita, animada, además, por el regreso del rancio sainete español; el teatro está encerrado, no va a la gente, y entonces la gente tampoco va al teatro.

Y ya ven ustedes lo que pasa con los conciertos públicos organizados por nuestros grandes coliseos: siguen siendo patrimonio de los visones y de la arbitrariedad, la educación musical va por periferias, pero por mucho que se diga la música sigue siendo el reino de unos pocos privilegiados.

Los museos. Siguen siendo museos. El Prado vale como muestra: encerrado en sí mismo, sigue siendo un mausoleo de grandes pinturas que sólo de vez en cuando se decide a desplegar destellos de vida; una visita al Prado, en caso contrario, obliga a la solemnidad personal del que asiste a una misa; nada de lo que hay allí, excepto las pinturas, invita a pensar que aquello está vivo, y cuando ha querido asociarse a lo que pasa en la calle, pues han echado a su director y se han quedado tan contentos con su misa...

La cultura. En más de 20 años de democracia sólo ha habido dos ministros -Semprún, Alborch- que venían del mundo de la cultura. Los otros venían de otra parte para seguir en otro sitio. Acaso la falta de entusiasmo que se ve en los consumidores de cultura es reflejo de esa larga sombra. Acaso. La cultura. Esta cosa que se mira el ombligo.

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