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La bolsa del agua

Vicente Molina Foix

Los extranjeros beben agua mineral en la India, y los indios lo saben. Como otros países pobres y hermosos, India vive en parte de lo que el visitante compra o hace en su vastísimo territorio, pero ninguno que yo conozca tiene desarrollado tan finamente el espíritu del don.Iba con mis amigos por Jaisalmer, que me apetece proclamar el sitio más bello del mundo, y envidiábamos a unos ingleses de paseo como nosotros no el agua mineral Bisleri, que también llevábamos en previsión de los calores de aquella ciudad-fortaleza en medio del desierto de Thar, sino sus perfectas fundas de cuero para portar la botella de litro y medio en bandolera. Beatriz, que era la más curiosa de nuestro grupo, no pudo resistir y les preguntó. Y al cabo de cinco minutos, nos sorprendió con una selección de bolsas igualitas a las de los ingleses,que varios tenderetes del mercado de la ciudad vendían en piel de camello o en barata y resistente tela. Todo el resto del viaje llevé conmigo la comodísima bolsa pegada al cuerpo con su carga de agua.

Es también un país sin negativas. Será pobre y superpoblado, pero sus gentes no creen en el imposible. Poseen un sentido de la complacencia que supera el mero instinto comercial. Ellos te esperan, te buscan, te saben siempre encontrar, y nunca te dejarán marchar contrariado, aunque el regateo del precio tome un tiempo. Los sastres indios. Qué espectáculo y qué arte más aplicado. Hombres todos, y dándole al pedal de sus antiguas máquinas de coser a la vista de los clientes, son maestros de la eficacia y la rapidez; ni siquiera a mi amiga italiana, la presumida del grupo, que quería llevarse hechos seis conjuntos de seda doce horas después de encargarlos, le dijeron que no.

La parsimonia india, que a mí me altera el ansia vital como una milagrosa cura sin terapéutica,hace gratos los días y serenas las noches, pero posiblemente también cause la duración exagerada del fanatismo social y la desidia. Ese avión de Indian Airlines secuestrado, cuando escribo estas líneas, en un aeropuerto de Afganistán, y cargado de armas de fuego sin que los empleados detectasen nada. Se habla ya de complicidad criminal, pero cuando salió la noticia, estando yo de viaje en el país, de que el dueño de Virgin, Richard Branson, se asociaba con Air India, hasta el moderado periódico The Indian Times festejaba en un editorial, pese a los lógicos recelos que tan pinturero magnate despierta, la posible limpieza de una burocracia que convierte el viajar con esas compañías indias en una odisea casi tan sobresaltada como hacerlo por Iberia.

Más lecturas del viaje. Una pareja de amantes sorprendidos en adulterio y quemados vivos sobre la cama de su pasión. El hermano de una muchacha casada, contra la voluntad familiar, con un hombre de casta inaceptable, entrando a traición en casa de la pareja y matando al marido; la mujer se autoinmoló horas más tarde prendiéndose el cuerpo untado de queroseno. También leí un libro delicioso y nada trágico,que más de veinte años después de su publicación sigue vendiéndose: A Princess remembers, las memorias de Gayatri Devi, legendaria pero contemporánea maharaní de Jaipur (la edición española de la editorial Juventud, Recuerdos de una princesa, también tuvo éxito). La bella maharaní, fascinante mezcla de mujer moderna y parlamentaria apegada a costumbres que la sofocan y la halagan, incluye unas curiosas viñetas de su estancia como embajadora consorte en la España de los años sesenta. Su mirada es algo jetsetaria, pero no está mal vista la comparación entre la India y la España profunda del sur y del interior.

Cuando los italianos y los españoles, según nuestro chófer el mayor contingente de viajeros tras los ingleses (que van porque tienen allí un pasado basura que reciclar), se sientan a descansar ante un cenotafio y beben a morro el agua mineral, una vaca estólida campa al lado, dos cerdos de pelo negro sacan provecho a la mierda de los bovinos, el sastre cose metros allá, los niños piden y son angélicos. Hacemos trampa; somos turistas higiénicos, pero en la India nos recordamos, momentáneamente olvidados de nuestro rigor moderno, nuestra prisa, nuestras defensas. Por eso, dijo el chófer guiñándonos el ojo, no se ven alemanes ni yanquis ni apenas japoneses: "Ellos son muy exactos".

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