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Pedrea en Seattle

No se ha hecho recuento e identificación de los adoquines lanzados hace unos días en Seattle contra las coronillas de los dueños del mundo y sus plumillas, que se reunieron en esta ciudad norteamericana -escoltados por una lluvia de piedras lanzadas por unos centenarers de energúmenos resistentes- para abrir paso, bajo la consigna de una mayor liberalización del comercio mundial, a su ideario, o lo que sea, de absoluto dominio de los mercados. Esta conferencia del milenio de la Organización Mundial del Comercio ha fracasado, pero su tortazo es un espejismo fugaz: primer asalto con resultado nulo de un largo combate, pero no el último asalto. Le seguirá un segundo y, si hace falta, un tercero, un cuarto y cuantos sean necesarios para que funcione, ensanchado y perfeccionado, el tinglado de la usurpación colonizadora sobre los cada vez más pobres por los cada vez más ricos. Tiempo al tiempo: funcionará. El nuevo desorden mundial tiene pinta de necesitar para ser frenado más adoquinazos en la coronilla que los de la bronca del otro día en Seattle.Uno de estos adoquinazos pendientes pertenece al cine europeo. Lo que se sabe, a grandes rasgos, de la presión colonizadora de Hollywood sobre la masa, creciente e imparable, de centenares de millones de espectadores europeos de películas, se resume en un puñado de frías cifras que apestan a desvergüenza en uno y otro lado del Atlántico, pero sobre todo en éste. Los dueños de Hollywood tienen copado el 80% del mercado europeo y quieren más. La enorme tajada les sabe a poco. Y su voracidad se entiende, es diáfana de puro sucia. EE UU practica una dura protección extralegal de su cine, pero no acepta el menor despunte de proteccionismo en las leyes europeas sobre el suyo. Y si nos hacen tragar 500 películas anuales y llenar con todas su cuota europea del 80%, a cambio Europa logra estrenar a duras penas unas pocas, poquísimas, películas allí y ocupa una cuota del 3% del mercado estadounidense, lo que es lógico que parezca abusivo a quienes buscan el 100% de lo propio y de lo ajeno.

Así de toscas y burras son las cosas, pero más lo son vistas desde aquí, donde hay liberales que están de acuerdo con el despótico reparto y adoptan como coartada la impostura de que si California vende más a Europa que Europa a California es porque hace mejor cine, disparate al que ni en Hollywood dan crédito. En números redondos, pero cuadriculables, California nos ordena tragar con embudo 500 películas anuales, de las que con manga ancha hay 50 interesantes y entre 5 y 10 buenas, pero las 450 restantes son la mediocridad apestada a que hice referencia: una mole de nadas realizadas con lujo y promocionadas con un cheque en blanco. Frente a esta invasión, en Europa no hay nada que hacer salvo declarar que el cine es lo que realmente es, cultura, y considerarlo parte irrenunciable de nuestra identidad o, es lo mismo, de nuestra diversidad. Es lo que han vuelto a decir los cineastas y políticos franceses que guardan en la manga, para emplearlo en mejor ocasión que la del prólogo de Seattle, el adoquín pendiente, la piedra arrojadiza destinada a abrir una brecha en el indecente simulacro de liberalización en que se oculta esta forma aguda y cínica del despotismo de ahora.

Los franceses se han quedado solos en esta batalla y aquí hay más de un vendepatrias que juzga anticuado unir, como ocurre en Francia, en una piña autodefensiva a negociantes y artistas, a conservadores y rompedores. El peso de esta tarea es excesivo para ser alzado por un solo país. Es la Unión Europea la que debe adoptarlo y convertirse, protegiendo el cine de sus países, en protectora de uno de nuestros rasgos identificadores. En los países de la UE se hacen tantas películas, y no peores, como en EE UU; pero sólo el 3% de ellas llegan al mercado estadounidense y nada menos que el 93% sólo se estrenan en su país de origen, siendo ignoradas por el resto, incluidos sus (es un decir) hermanos europeos. De ahí que el mal olor que despide el asunto proceda por igual de las dos orillas. La pedrada que los franceses no llegaron a tirar en Seattle debe pasar a manos de la UE y reservarse para el segundo asalto de la ronda, o combate, del milenio.

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