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Una exposición en Nueva York bucea en los orígenes del tatuaje y del arte corporal

El Museo de Historia Natural muestra cómo el hombre reinventa su cuerpo desde hace 6.000 años

Juan Antonio Carbajo

Nada más fácil en Nueva York que hacerse un tatuaje. Basta tomar la decisión, seleccionar el diseño entre una amplísima gama, tener un poco de tiempo y 50 dólares (unas 8.000 pesetas) en el bolsillo. Hay decenas de tiendas donde elegir. Parece la última moda, y sin embargo, no lo es. Arte en el cuerpo, una exposición organizada por el Museo de Historia Natural de Nueva York, demuestra que ya a principios de siglo hasta Alfonso XIII viajaba a Gran Bretaña para visitar al rey de los tatuajes, y que la mayoría de las civilizaciones, desde hace cientos de años, han decorado el cuerpo incluso con sistemas tan radicales como provocar heridas que dejen eternas cicatrices o deformando los huesos de los bebés.

La cirugía estética tampoco es un concepto moderno. Los cuerpos se han esculpido desde hace 6.000 años estirando cuellos con anillos o quitando costillas para reducir caderas. Al menos así lo explica la exposición inaugurada en el Museo de Historia Natural de Nueva York, una exposición que pretende explicar cómo el hombre ha tenido desde sus orígenes la necesidad de reinventarse a sí mismo ya sea dibujando su cuerpo o modificando el relevie de su piel.Arte en el cuerpo exhibe un cuadro fechado en 1850 en el que una india americana muestra su perfil, con la frente totalmente lisa, mientras sostiene a su bebé, cuya cabeza está siendo sometida al proceso de moldeado. La frente del niño está presionada por una tela firmemente atada a la litera en la que duerme. En aquella cultura, la frente plana distinguía a los hombres libres de los esclavos. La exposición, cuyo recorrido mezcla las teorías estrictamente antropológicas de la evolución del arte corporal con ilustraciones, fotografías, objetos, pinturas y maquetas, también muestra dos docenas de los zapatos que oprimían los pies de las mujeres chinas para impedir su crecimiento. Apenas tienen el largo de un dedo de la mano y algunos son metálicos. Fue el capitán James Cook quien llevó al mundo occidental la palabra tatuaje, tras descubrir en Tahití, en uno de sus viajes de exploración por el Pacífico, cómo los nativos decoraban sus cuerpos con algo que denominaban tatau.

Surcos en la cara

Los maoríes eran unos auténticos maestros del tatuaje. Desarrollaron una técnica única para esculpir profundos surcos en la cara con una concha impregnada en tinta. En el siglo XVIII se puso de moda en Japón gracias a la popularidad de un libro de cuentos chinos, Suikoden, protagonizados por una caterva de bandidos que lucían sorprendentes dibujos sobre su piel. El tatuaje se convirtió entonces en la marca de todos los hombres que vivían al margen de la ley. Por ello, las autoridades japonesas los prohibieron en el siglo XIX.

En el mundo occidental, los dibujos en la piel dejan de ser una atracción de feria cuando en 1890 se inventa la máquina eléctrica para tatuar. El negocio se asienta y se abren decenas de tiendas junto a los cuarteles y muchos barrios de Nueva York. Por esa época, el rey del tatuaje, el británico George Burchett, encarga un cuadro, presente en la exposición, en el que se ve a su mujer dibujada del cuello a los pies con escenas de la crucifixión, mariposas y patrióticas banderas.

El piercing tampoco puede presumir de modernidad. Una cerámica andina demuestra que era algo más que habitual hace 2.000 años. Los aztecas, los incas y otras civilizaciones de Asia y del Mediterráneo perforaban sus cuerpos para demostrar el final de la adolescencia o los cambios de status dentro de la sociedad. Al contrario que en nuestros días, el piercing era una señal de honorable madurez.

Otras culturas consideraban la piel lisa y suave como algo no demasiado bello. La escarificación podía remediarlo. Se hacían cortes en la piel que dejaban al curar profundas y decorativas cicatrices. Para colmo, en algunas ocasiones se echaba ceniza o arcilla en las heridas para conseguir cicatrices con relieves. El dolor era secundario. Figuras de cerámica de México, con 2.300 años de antigüedad, o de madera, procedentes de Papúa Nueva Guinea, demuestran la extensión en el mapa de esta cuando menos curiosa forma de decoración corporal.

Maquillaje

El maquillaje, con muestras de los recipientes de cosméticos procedentes del antiguo Egipto, y la henna, que aún utilizan muchas culturas árabes e hindúes, completan la exhibición, que estará abierta hasta el 29 de mayo y que termina con una moraleja: "El arte en el cuerpo permite a la gente reinventarse a ellos mismos, experimentando nuevas identidades". Arte en el cuerpo es una exposición de sorpresas, pero quizá la primera es la propia ubicación de la muestra: el Museo de Historia Natural de Nueva York. Esta institución, que con sus 34 millones de piezas es el mayor museo del mundo, según avala el Libro Guinness, está intentado atraer hacia sus salas a un público diferente.

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