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Mercados y sociedades, dos ámbitos inseparables

¿Puede la economía global generar suficiente crecimiento para absorber el próximo diluvio de desempleados en busca de trabajo en los países en vías de desarrollo? Y, en caso afirmativo, ¿puede el medio ambiente de la Tierra soportar el daño causado por este crecimiento? Éstas son las verdaderas cuestiones que afloran a raíz de las conversaciones de la Ronda Milenio de la Organización Mundial de Comercio (OMC), inaugurada en Seattle esta semana.La mejor forma de reflexionar sobre el tema es grabarse en la mente un mapa demográfico de ese mundo a través del que se espera que transcurra un comercio más libre.

El gran problema no son los aumentos absolutos de la población humana, sino el gran desequilibrio demográfico entre una zona y otra. En los próximos 50 años se prevé que la población total de las tierras tecnológicamente más ricas de Europa, Japón y Norteamérica apenas aumentará, mientras que la de las regiones en vías de desarrollo de África, Asia y Latinoamérica está creciendo con gran rapidez. En general, los ricos parecen gastar su dinero en bienes materiales y no en más niños, y las sociedades más pobres tienen mayor tendencia a tener grandes familias, aunque eso agote los recursos locales y perjudique al medio ambiente.

La existencia de demasiadas personas con unos recursos demasiado escasos son fuente de inestabilidad. Sin duda, no es una coincidencia que en África, el país con mayor índice de fertilidad sea Ruanda; en el hemisferio occidental, Haití, y que la región de Europa con un índice más alto de natalidad sea la provincia de Kosovo. Aunque una explosión demográfica no provoca necesariamente un derrumbamiento político y social, sí produce un polvorín de frustraciones que pueden sumarse a otras causas de conflicto.

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Como bien sabemos ahora, este desajuste demográfico va acompañado de un desajuste tecnológico. A pesar de todo lo que se habla de la era de la información, sólo el 2,4% de la población mundial está conectada a Internet. Y mientras que uno de cada cuatro estadounidenses utiliza Internet, sólo uno de cada doscientos lo hace en el sureste de Asia. En los países árabes esa relación es de uno de cada quinientos; en África, de uno de cada mil.

A la hora de pensar sobre el futuro de una globalización caracterizada por estos desajustes, conviene dividir los 190 países que existen en la actualidad en tres grupos: el primero está constituido por los países prósperos, democráticos y desarrollados, principalmente de Europa, Norteamérica, Japón y Australia, a los que se unen algunos como Israel y Singapur. Suman unos 30 o 40.

En el extremo inferior se encuentran unos 50 o 60 países con ingresos crónicamente bajos como Ruanda o El Salvador, pertenecen principalmente a África, pero también los hay de Asia y Centroamérica. Son los más pobres entre los pobres. Es altamente improbable que puedan salvarse por sí mismos, o que los flujos de capital privado internacional acudan en su ayuda. Todos ellos necesitan la ayuda de la comunidad mundial y de los organismos internacionales, presumiblemente dirigidos por el Banco Mundial. Por muy pesimistas que puedan ser sus perspectivas, no deberían distorsionar nuestra visión del mundo. Y se verán muy poco afectados por lo que haga la OMC.

El tercer y último grupo, quizá el más importante para la futura situación del planeta, está formado por los 60 o 70 países situados en el medio. Se enfrentan a grandes retos medioambientales, de población y sociales, pero también disponen de recursos educativos y de infraestructura, además de cierto acceso al capital. Entre ellos se encuentran pequeñas islas nación como Jamaica, pero también países grandes y poblados como India, Pakistán, México e Indonesia. Si añadimos China, este grupo comprende el 60% de la población mundial. A donde ellos se dirijan, se dirigirá el futuro de la Tierra.

Estos países serán los más afectados por el resultado de las conversaciones de la OMC. En la actualidad se están globalizando y modernizando, accediendo a los mercados mundiales y a la mano de obra mundial con una rapidez sin precedentes, prácticamente en una sola generación.

No es sorprendente que estos países estén a menudo sumidos en contradicciones. India, por ejemplo, tiene la mayor clase media del mundo, casi 200 millones de personas, y la región de Bangalore es el segundo mayor productor de soporte lógico informático del mundo; pero esos 200 millones de personas de clase media están rodeados de 750 millones de campesinos empobrecidos y de una tensión medioambiental crónica.

Estos países corren una carrera contra el tiempo. ¿Pueden aumentar su nivel de vida sin cometer un ecocidio, o sin verse abrumados por una avalancha de jóvenes en busca de trabajo? Cada año, India añade a su población el equivalente a la población total de Australia, unos 17 millones de personas. ¿Tendrán todos trabajo en el 2020?

En los países ricos el crecimiento de la mano de obra se mantendrá prácticamente estático de aquí al 2020, mientras que en zonas más pobres dicho crecimiento se disparará. Éste, por tanto, se convierte en el mayor problema al que se enfrenta la Tierra:

¿Podemos poner a producir para el mercado mundial a varios miles de millones más de trabajadores y aumentar constantemente su nivel de vida sin provocar un desastre ecológico? ¿O son estas cifras demasiado elevadas como para absorberlas?

¿Tolerarán los países más ricos un flujo cada vez mayor de importaciones de los países con mano de obra barata, incluso aunque eso perjudique a los trabajadores nacionales en sectores similares, o intentarán protegerse y deteriorar el comercio de dichas naciones en vías de desarrollo?

Si no se pueden crear suficientes puestos de trabajo en los países en vías de desarrollo, ¿se permitirá que cientos de millones de jóvenes ambiciosos se trasladen a otra parte, a los países envejecidos de Japón y Europa? ¿Se verán estos países en vías de desarrollo obligados a modernizarse con demasiada rapidez al unirse a la economía mundial?

Si las conversaciones de la OMC logran reducir aún más las barreras al comercio, estaremos todos tan entrelazados que los enormes problemas y esperanzas del 60% de la población mundial se convertirán también en los problemas y esperanzas de la minoría rica. Como ahora están reconociendo por igual ministros de comercio y manifestantes en Seattle, el acceso a los mercados no puede separarse de la conexión con las sociedades de las que dichos mercados forman parte. Es parte integrante de la globalización.

Paul Kennedy, director del Centro para Estudios de Seguridad Internacional en la Universidad de Yale, es autor de Auge y caída de las grandes potencias y Hacia el siglo XXI.

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