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Las costureras

No se pierden un solo espectáculo que merezca la pena. "¿Le sobra una entrada?", preguntan a cualquiera que aparezca en solitario con rostro afable a las puertas del Real, la Zarzuela o el Auditorio en día de estreno. "Hoy lo tenemos difícil", piensan en voz alta conforme la hora de comienzo de la ópera se va acercando. Están también a la espera en los locales visitados por las compañías de danza de postín o por los popes del teatro mundial. Asisten a las sesiones más secretas de la Filmoteca o a las conferencias más reflexivas e intimistas. No tienen dinero suficiente para pasar por taquilla con este trajín, pero ahí están al acecho de una plaza sobrante que casi siempre encuentran. ¿Quiénes son, a qué se dedican estas mujeres, cuya presencia es garantía de que algo interesante se va a ver o escuchar? Una de ellas, al menos, trabaja en tareas de coser y planchar. Al grupo se le llama el de "las costureras".Las costureras forman parte del paisaje de la cultura y, en particular, del paisaje de la música en Madrid. Son espectadoras tenaces, sufridoras mientras dura la incertidumbre, entusiastas, críticas cuando hay que serlo, libres. Están al día de lo que hay que estar. Uno se alegra al verlas sonrientes y un poco intranquilas, haga frío o calor, expectantes ante lo desconocido o recreándose por el gozo previsible. Son la imagen de un público espontáneo y sin prejuicios, curioso y atento al detalle.

El público va cambiando, las costureras permanecen. No son las únicas que se mantienen, desde luego, pero su actitud resistente y a la vez abierta a todos los cambios les da un carácter simbólico. En el proceso de renovación de los espectadores, producto de las nuevas tendencias del mundo del espectáculo, se ven implicados sin remedio los programadores. Es una cuestión de supervivencia a medio plazo. A la juventud, a los nuevos fieles, no es fácil convencerlos con hábitos antiguos y rígidos. Las proposiciones alternativas se suceden.

Se está planificando con mayor frecuencia por ciclos, se mezclan músicas cultas y populares, se combinan aportaciones de diferentes siglos, se descubren las posibilidades de espacios no habituales. Crece la atracción por las músicas del mundo (la Fundación La Caixa está haciendo un gran trabajo en este campo) y por las apuestas singulares. El recorrido que propone, por ejemplo, la Escuela de Música Creativa en el Conde Duque, de noviembre a junio, es significativo. Se pasa de conciertos dedicados al violín étnico contemporáneo a otros de música norteamericana, de los jóvenes compositores del cine español a Piazzola y sus influencias, del flamenco a la escuela armenia. Al margen de los resultados artísticos, el ciclo es un indicador de por dónde van los tiros en la actualidad. Para comprobarlo basta con echar un vistazo a la programación de la Cité de la Musique de París; o al Festival Bach de Oregón, en el que conviven con naturalidad Helmuth Rilling con Keith Jarrett, Bobby McFerrin o Winton Marsalis; o a la más cercana planificación del Auditorio de Barcelona, un mosaico en el que tienen cabida desde músicas de Afganistán hasta saetas y marchas de la Semana Santa sevillana, sin olvidar a Montsalvatge o a Bach.

La renovación de las programaciones de ópera y conciertos es un signo de nuestros días y responde a una necesidad de adaptación a sensibilidades cambiantes. Los teatros de envergadura, las salas pequeñas o los organizadores modestos, cada uno con sus medios, deben buscar al espectador ofreciendo calidad, imaginación y, sobre todo, algo atractivo e insustituible que responda al pulso de nuestro tiempo. La competencia es muy fuerte con otros sectores de la cultura y con los medios audiovisuales de comunicación. El sentido del tiempo libre es distinto y las inclinaciones se orientan en direcciones cada vez más insospechadas. Una cosa está clara. La cultura unidimensional parece tener poco porvenir. El espectador de hoy se nutre tanto de Velázquez como de Barceló, asiste a la integral de las sonatas para violín y piano de Beethoven con Zimmermann y Zacharias con el mismo entusiasmo con el que va a ver la imprescindible película Hoy empieza todo, de Tavernier. El grupo de las costureras de Madrid lleva practicando esta filosofía hace muchos años. Son las pioneras.

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