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Retos, rigos y responsabilidad

Desde La Riqueza de las Naciones, que Adam Smith escribiera hace ya más de dos siglos, hasta la reciente -y menos brillante- reflexión de David Landes La Riqueza y la pobreza de las naciones, una de las principales preocupaciones de cuantos han reflexionado sobre el bienestar colectivo ha sido responder al interrogante de por qué unos países crecen más que otros. Y aunque algunos pretendan maquillarlo con una jerga incomprensible y otros, interesadamente, confundan sus deseos con las soluciones, el hecho es que el esfuerzo ha tenido un éxito limitado. La realidad constituye la mejor comprobación: el número de países desarrollados es, hoy como ayer, muy reducido. Hoy como ayer, pues, seguimos sin saber cuál es la combinación capaz de fomentar el aumento del bienestar material colectivo. Con todo, el limitado éxito de los economistas no ha sido un fracaso completo. En la actualidad sabemos mucho mejor que en el pasado algunas cuestiones. Por ejemplo, que el acercamiento a los niveles de renta por habitante de los países más avanzados, cuando ha llegado a producirse, ha sido un proceso exasperantemente lento y plagado de dificultades.

La proclividad de algunos de los actuales gobernantes, autonómicos o centrales, a reelaborar un presente plagado de inventadas glorias y a realizar risibles prognosis, invita a insistir en esa lentitud. Porque la indiscutible transformación de la economía y de la sociedad valenciana, o española, durante las últimas décadas o el crecimiento actual, no exento de importantes lunares, no debiera llevar a ignorar dónde estamos. Que es, ni más ni menos, donde hemos estado durante todo el siglo XX: entre las regiones de menor renta por habitante de la hoy Unión Europea. Así lo demuestran, para el pasado, las investigaciones académicas y así lo demuestra, para hoy y para el País Valenciano, la permanencia, recientemente revalidada, entre las regiones Objetivo 1, receptoras de cuantiosas ayudas de la Comisión Europea para mejorar su precaria situación.

Nada de lo anterior parece importar a los responsables económicos valencianos del partido conservador, a los que se acaba de unir desde Alicante el ministro Piqué, al evaluar la situación de la economía y sus perspectivas. Parafraseando al irlandés Arthur Joyce Cary, podría afirmarse que su tragedia parece ser que no saben lo que desconocen y que cuando menos saben más seguros están de saberlo todo. De otra manera resulta difícil comprender su empecinamiento en los puntos básicos de su discurso económico. Como el empeño en atribuirse el empleo creado por los empresarios, exagerando su cuantía hasta rozar lo cómico. En el caso valenciano, no sólo silencian su precariedad, la elevada tasa de accidentes laborales o su bajo nivel de cualificación, sino que soslayan también la mediocridad del liderazgo que pregonan. Porque dentro del empleo total en España, el aumento del peso del País Valenciano entre el 2º trimestre de 1998 y el 2º trimestre de 1999 ha sido cualquier cosa menos espectacular: tres décimas. Y la variación del intervalo temporal de la comparación empeora en bastantes casos ese exiguo logro.

Sin embargo, todavía es más difícil explicar la insistencia en propagar como su objetivo principal el incluir en el corto plazo a la Comunidad Valenciana entre de las regiones más modernas y desarrolladas de Europa. Se ha llegado a escribir, en esta misma página, que en el año 2006 se alcanzará el 90 por ciento de la renta media de la UE desde ese 75 % en el que se encuentran tanto el País Valenciano como el conjunto de España. Las cifras muestran, sin embargo, otra cosa. Así, con el favorable diferencial de crecimiento de ahora, en cuya permanencia nadie excepto Piqué y sus correligionarios valencianos cree, costaría casi medio siglo alcanzar a los más avanzados. Sólo alterando la homogeneidad de la comparación, incluyendo a países todavía más pobres, podría haber motivo para tan poco riguroso optimismo.

Uno de los ejercicios más penosos, y al mismo tiempo más ilustrativos, de los historiadores de la economía consiste en desempolvar las previsiones económicas de los dirigentes políticos de ayer y comprobar su vacuidad. Aun cuando la constatación más inmediata es que los emuladores de oráculos siempre pretenden eludir cualquier responsabilidad en sus errores, también es posible verificar la severidad con que las sociedades los acaban juzgando. El triunfalismo de los dirigentes del PP sobre la coyuntura económica corre el riesgo de pasar a ocupar un lugar destacado entre el tipo de predicciones que el tiempo, ese único verdadero purgatorio, acaba convirtiendo en ridículas. Sería deseable, por tanto, mayor responsabilidad y algo de respeto a la inteligencia de los ciudadanos preocupados por estas cuestiones. Ni más ni menos que los presentes en los países más modernos y desarrollados de Europa, esos entre las cuales pretenden convencernos de que van a incluir a corto plazo a la sociedad valenciana y, por extensión a la española. Todos, ellos y nosotros, ganaríamos con ello.

Jordi Palafox es profesor de la Universidad de Valencia.

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