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Tribuna
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El cansancio y el cambio

Josep Ramoneda

Durante los últimos veinte años ha habido cambios en todo el mundo excepto en Cataluña y en el Vaticano. Debe formar parte del hecho diferencial. Pujol seguirá gobernando. Pero esta vez sí, las cosas ya no serán iguales. Pujol se encuentra en una insólita situación, que probablemente nunca podía haber imaginado para sí mismo: tiene más escaños pero menos votos que su adversario, Pasqual Maragall. Y los votos en democracia no son ninguna minucia. Sería insensato por su parte no hacer caso de este dato. Se esperaba el cambio y lo que ha acudido a la cita ha sido el cansancio. A la hora de la verdad ha pesado más la fatiga de la ciudadanía después de veinte años de aguantar la misma cara, la misma manera de hacer las cosas que la ilusión del cambio. Una parte significativa del electorado pujolista se ha ido a la abstención como ya ocurrió en las municipales. Pero Maragall no supo sumar a este apoyo indirecto una oleada de nuevos electores a favor del cambio. Por eso se ha quedado a las puertas de la victoria. Por eso hoy debemos escribir que Cataluña ha cambiado pero que no va a gobernar el cambio. Seguirá gobernando el continuismo pujolista, aunque en unas condiciones que exigirán a Pujol un ejercicio de reciclaje nada fácil a su edad.Cuando los sondeos dieron legitimidad al rumor que corría en los medios de comunicación de que por fin Cataluña tendría unas elecciones competitivas, Jordi Pujol reaccionó con la energía política del que tiene una voluntad de poder inagotable y un partido perfectamente cohesionado a sus órdenes. Ha salvado los muebles gracias a los más fieles de los suyos, pero todo será diferente. Y la mano del PP pesará sobre él, convirtiendo a las próximas elecciones españolas en determinantes para la suerte de la legislatura catalana. Pujol esta noche sólo ha querido dejar claro ante Maragall que la victoria era suya. Empezar un período tan difícil con el apoyo del PP puede ser complicado para Pujol. Después de este resultado nadie duda de que ésta es su última legislatura. Con menos votos que la coalición de Maragall, su autoridad queda muy menguada. No es imposible que Pujol tenga la tentación de dar a su último mandato un color rabiosamente nacionalista, con la ayuda de Esquerra Republicana. Pero ERC ha visto la posibilidad de mantener la equidistancia y ha lanzado la primera iniciativa postelectoral: el gobierno tripartito.

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Maragall ha conseguido cambiar la vida política catalana pero no ha conseguido que triunfara el cambio. No es un matiz. El lema del cambio no ha movilizado el voto abstencionista de izquierda. Las elecciones más competitivas de la historia de las autonómicas catalanas se saldan con un participación inferior al 60%. Lo cual es grave porque indica que hay gente que no se siente representada por nadie. Maragall ha seguido fiel a una obstinación que atraviesa como una fatalidad la historia del PSC. Atrapados en la telaraña del régimen pujolista, han querido disputar las elecciones en el terreno del nacionalismo catalán, marcado por Pujol. El resultado es que si la escena política catalana ha cambiado ha sido más por el desgaste de 19 años de Gobierno pujolista que por la capacidad de arrastre de la dinámica del cambio. Maragall debía ensanchar el campo de juego. Y para eso levantó una estructura más allá del partido. No lo ha conseguido. Su excelente resultado no oculta los límites de esta estrategia. Demasiada gente se sigue quedando fuera.

En el sistema democrático español son los diputados y no los ciudadanos los que eligen al presidente. De nada sirve tener más votos si no se tienen los escaños suficientes para formar una mayoría. Pero un político que pretenda gobernar no puede menospreciar este dato. Y el margen de maniobra de Pujol queda muy condicionado por este hecho. La alternancia sigue pendiente en Cataluña. Pero la oposición está en condiciones de ser mucho más exigente. Puede que se siente tentado de gobernar con alianzas puntuales a derecha e izquierda. Pero desde hoy el pospujolismo con Pujol empieza. Y Pujol deberá encontrar su encaje, en una realidad política más compleja. ¿Pretenderá dirigir las querellas por su sucesión o entenderá que, al final de su camino, debe mirar con mentalidad más abierta fuera de las fronteras de un espacio -el nacionalismo pujolista- cada vez más reducido?

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