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El gesto de Juan Goytisolo

Sami Naïr

Existen gestos ejemplares cuyo alcance simbólico sobrepasa el acontecimiento que los ha provocado. Nombrado hijo adoptivo de Níjar hace unos cuantos años, Juan Goytisolo ha devuelto ahora su título a la municipalidad: no quiere dar su aval a la debilidad con la cual el poder municipal ha reaccionado frente a las agresiones racistas dirigidas contra trabajadores inmigrados en Campohermoso. Cometeríamos un error al subestimar la importancia de este gesto. Para la opinión europea ilustrada, Juan Goytisolo representa lo mejor y lo más generoso de España. Escritor exilado en Francia durante la época del franquismo, contribuyó, con otros -Semprún, Claudín, etcétera- a ofrecer una imagen alta y digna de España, abierta al progreso y solidaria con los pueblos que sufrían el despotismo. Me acuerdo de una discusión con Simone de Beauvoir, una mañana de 1983, tras la victoria de los socialistas españoles en las elecciones legislativas: "Usted cree", me dijo preocupada, "¿que por fin la España de Goytisolo va a salir del olvido?". Desconcertado por su interrogación, le pregunté a cuál España se refería. "¡Pues a la de los Campos!", replicó, como si se tratara de una evidencia.Y es que en Campos de Níjar, Juan Goytisolo describió un mundo a la vez sorprendente e indignante: trabajadores y campesinos carcomidos por la enfermedad y el hambre, condiciones de vida medievales, analfabetismo, mariginación social, todo, entre Níjar y la Chanca, hacía recordar que la España franquista seguía siendo, a finales de los años cincuenta, un infierno despiadado para la gente más pobre. Pero la fuerza de este libro no residía en su contenido polémico y denunciador. No. Estribaba en el talento literario -una prosa eléctrica, glacial, pura como un diamante- y en la agudeza extrema de la mirada de Juan Goytisolo: un gran y hermoso libro, comparable al de Oscar Lewis, La Vida o a los relatos de Vittorini sobre Sicilia.

Y apreciamos Los Campos. Y Níjar. Y Almería. Y esa África mágica en España. Los socialistas estuvieron en el poder durante catorce años. El país cambió más que en un siglo. No es que los socialistas fueran los únicos responsables, pero supieron acompañar un movimiento de mutación profunda, esperado por toda la sociedad, llevado a cabo gracias a una formidable energía creadora. Devolvieron a España su dignidad, la integraron a la Unión Europea y consolidaron la democracia. Ganaron nuevamente y luego perdieron las elecciones. Y Níjar se desarrolló, los campos se cubrieron del plástico de los invernaderos, los pobres de ayer, no todos por supuesto, se hicieron ricos -gracias a las especulaciones hipotecarias, inmobiliarias y los fondos europeos- y hoy en día, ya no son los escritores exilados sino revistas distinguidas las que ofrecen reportajes sobre el Cabo de Gata, presentado como el último paraíso natural.

Pero ahí está: ese pequeño mundo no es sólo el de la especulación desenfrenada, sino que también se ha convertido en el de la explotación descarada, el del racismo más abyecto, el de la dominación más despiadada. Los moros, cuyos antepasados dibujaron lo que existe de más hermoso en Andalucía, se encuentran hoy en día encerrados dentro de ciudades apartheid (Campohermoso, El Ejido), quemados bajo el plástico por sueldos de miseria, mantenidos a distancia en las calles, mirados con desprecio por los nuevos ricos de los campos -convertidos en "europeos" por la única virtud del mercado...-. Con la distancia del tiempo, creo que Simone de Beauvoir tendría todavía motivos para interrogarse.

Habría mucho que decir sobre la memoria en España. Nosotros, los extranjeros, que amamos de manera tan irracional el país de Cervantes, tenemos sin embargo que mantener un deber de reserva. Tras años de contacto con los pueblos de España, sigue siendo muy difícil pronunciarse, comprender lo que sucede, juzgar simplemente. España, eso sí es cierto, ha logrado su revolución democrática. ¿Pero qué es lo que pasa en las memorias? ¿Por qué el racismo toma un aspecto tan violento? Sería desde luego inoportuno de dar lecciones: en Francia, se ha asesinado decenas de inmigrados, en Alemania otros han sido quemados en hogares para trabajadores, en Italia se les ha botado, en Inglaterra se han atacado sus barrios. Pero España, que acaba de salir de una noche tan trágica, ¿por qué tiene que volver a caer tan rápido en los fantasmas del pasado? ¿Por qué tiene que igualar de manera tan dramática su conducta con lo que de peor hay en las democracias?

Juan Goytisolo tiene su idea respecto a estas preguntas. Desde hace mucho tiempo, se empeña en luchar contra lo peor. Consciencia moral tensada sobre el evento como la cuerda de un arco, es uno de los pocos intelectuales, con Manuel Vázquez Montalbán y algunos otros, en correr el risgo de verdad sobre lo que algunos, por pudor o vergüenza, no quieren ver. Lejos del poder, denuncia lo que molesta: sí, hay racismo, hay odio mirémonos en el espejo.

Sería evidentemente estúpido acusar a toda la sociedad española de caer en la xenofobia: son numerosos, quizá más de la mayoría, los que rechazan ese comportamiento. Pero como decía Brecht, el vientre de donde puede salir el monstruo es fecundo.

El pueblo de Níjar, sabiendo lo que le debía -después de todo, ¿no se escriben tesis doctorales en las universidades más prestigiosas del mundo sobre Campos de Níjar?- le había nombrado hijo adoptivo. A Juan Goytisolo no le gustan los honores. Pero en el caso de Níjar, que lo había reconciliado con España, había aceptado y le causaba mucha felicidad. Hoy en día, se "caza" el moro en las calles de Campohermoso. Los ediles de Níjar dicen que no pasa nada, un accidente, unos exaltados racistas que no son representativos de la población de los Campos. Quizás. Pero Juan Goytisolo se siente deshonrado por las agresiones racistas dirigidas contra los inmigrados. Lo dice. Su gesto tiene un doble significado. Para los habitantes de los Campos, no constituye un oprobio sino una llamada a la responsabilidad y a la acción: ¿qué hacéis contra el racismo? ¿Por qué aceptáis la indigna situación reservada a los inmigrados en vuestra tierra? ¿Dónde están vuestra memoria, vuestro sentido de la solidaridad, incluso vuestra dignidad? He aquí, me parece, lo que Goytisolo hace recordar, con el mayor respeto hacia los ciudadanos. Y para nosotros, en toda Europa, es una advertencia: ahora sabemos que, más allá de los folletos publicitarios que alaban el cielo azul y la limpidez del mar, la peste del racismo merodea también. Volviendo a leer Campos de Níjar, no reconoceremos ahora en los rostros animados por Juan Goytisolo a los Paco y los Pedro, sino los nombres de los moros y africanos humillados en Campohermoso. Y, sobre todo, nos sentiremos aún más solidarios con los que, allá, en los Campos, luchan para hacer de esa tierra tan árida un espacio de libertad y de tolerancia.

Sami Naïr es eurodiputado.

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Sobre la firma

Sami Naïr
Es politólogo, especialista en geopolítica y migraciones. Autor de varios libros en castellano: La inmigración explicada a mi hija (2000), El imperio frente a la diversidad (2005), Y vendrán. Las migraciones en tiempos hostiles (2006), Europa mestiza (2012), Refugiados (2016) y Acompañando a Simone de Beauvoir: Mujeres, hombres, igualdad (2019).

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