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Tribuna:CRÓNICAS
Tribuna
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Coger

Juan Cruz

Un español cuya voz recordaba nítidamente la de Julio Cortázar lanzó desde el patio de butacas su propia reflexión acerca de lo que le pasó en Argentina con el verbo coger; el académico español Francisco Ayala, cuya fuerza a los 93 años ya resulta legendaria, y el novelista argentino Tomás Eloy Martínez habían hablado en la Casa de América, en un acto organizado por el Liber, acerca del futuro del español, y los dos habían estado de acuerdo en que nuestra lengua debía convivir con las otras, dejarse querer y ser tan dinámica como la vida misma; si no, y esto lo dijo Ayala, se va a fosilizar. Tomás Eloy Martínez, el autor de Santa Evita y La novela de Perón, venía de Estados Unidos, y allí comprueba que los latinos que hablan inglés usan este idioma para trabajar, pero conservan el español para amar; y Ayala, que vivió en Argentina y allí fue maestro, entre otros, del propio Tomás Eloy, cree que la riqueza de la lengua está en que admita la diversidad y acoja en su seno palabras ajenas que la hagan más útil y más callejera.En aquel clima de esperanza en que el idioma sea capaz de admitirse a sí mismo con todos los acentos y con todos los giros de que sea capaz fue en el que sonó la reflexión de aquel asistente que vivió en Argentina:

-No saben ustedes todo lo que me pasó a mí con el verbo coger en Argentina.

Le tocó responder a Ayala, el más veterano, y el académico ensayó su ladeada sonrisa granadina para aceptar que ésa es una palabra placentera pero difícil, no sólo en Argentina sino también en México, donde todo el mundo la dice en voz baja pues mientras aquí significa simplemente agarrar allí tiene las más evidentes y rotundas connotaciones sexuales. No es la única que tiene doble sentido, o que excita la sonrisa comprensiva de los que la escuchan pronunciada involuntariamente por los visitantes desprevenidos; en Chile hay que tener cuidado con decir concha, que es como se llama coloquialmente el sexo femenino, aunque no hay ningún problema para decir polla, que es lotería o juego; de ahí viene aquel famoso titular: Hoy se corre la polla del presidente. Existe la conocida anécdota protagonizada por el novelista venezolano Adriano González León, cuando se vio impulsado a abandonar un taxi en Guadalajara, México, al escuchar por enésima vez que el taxista respondía a sus elogios sobre la ciudad con esta expresión terminante:

-¡Cállese la boca!

Los colegas que le esperaban calmaron al excitadísimo Adriano: ¡cállese la boca! es lo que dicen en esa ciudad mexicana para explicar que uno está de acuerdo con lo que dice el otro, que tiene la razón y debe seguir hablando. Un editor argentino acompañaba a otro mexicano, en la capital federal, con el propósito de vender una colección de libros; al término de la transacción, el argentino mostró su desolación: habían dicho no. El mexicano le miró extrañado:

-¿Cómo dices eso? Cuando dicen no es que es sí, lo han comprado todo.

En Colombia te dan el paso como si te regalaran la vida, y si te hacen esperar te dicen: "¡Qué pena con usted!", y nunca te piden un bolígrafo como lo haríamos nosotros, con esa expresión malhablada que obliga casi a que prestemos o demos un bolígrafo; allí te dicen: "¿Me regalas un bolígrafo?" También te piden que les regales un minuto, un café, y nunca he probado allí a pedir que me regalen un beso.El doble sentido, pues, debía entrar entre las riquezas posibles de esta lengua de la que en el mismo acto del Liber se dijo que habrá 600 millones de hablantes para dentro de cuatro años. Hablantes que dirán coger, pena, polla y no, mientras en otros lugares estamos pensando que nos están diciendo cualquier otra cosa. Y como era la semana en la que Víctor García de la Concha había presentado la nueva Ortografía de la Academia -Gabo habrá sonreído, en México: él propuso en Zacatecas que se le quitaran manías a la ortografía- y Manuel Seco y sus colaboradores habían dado a la luz su diccionario de uso del español, parecía lógico que el auditorio derivara hacia las dudas, y así un joven oyente lanzó esta pregunta: "¿Por qué en el anuncio de los condones para prevenir el sida (por ti, por mí), ti no se acentúa y sí se acentúa mí?". Tomás Eloy, asistido alguna vez por el académico Ayala, dijo lo que está ya en esa edición revisada de la ortografía: si hay ambigüedad, pues se pone acento, y si no hay ambigüedad pues no se tiene que poner. Pero, por si las dudas, siempre hay que ponérselo. Eso es, al menos, lo que yo deduje.

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