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UN DICCIONARIO PARA EL NUEVO SIGLO

Nace el último diccionario hecho a mano

Académicos y escritores saludan como un acontecimiento la salida del monumental "Diccionario del español actual"

Rodeados de lexicógrafos y de personas normales (como dijo Seco), de escritores y académicos, de amigos y políticos, Manuel Seco, Olimpia Andrés y Gabino Ramos presentaron ayer en la sede del Grupo Editorial Santillana de Madrid el monumento lexicográfico en el que han trabajado desde hace 29 años.El Diccionario del español actual ya está en la calle, al precio de 14.000 pesetas (16.000 a partir de enero), listo para enseñar a niños y adultos, a españoles y extranjeros los secretos del idioma que se habla y se escribe en España desde los años cincuenta. Los datos son abrumadores: dos volúmenes (de la A a la F y de la G a la Z), 4.670 páginas, 75.000 entradas, 141.000 acepciones, 200.000 ejemplos de uso real, 1.600 libros consultados, 600 cabeceras de periódicos nacionales y regionales desmenuzadas, cientos de palabras nuevas, extranjerismos, términos jergales, locuciones étnicas, regionales, profesionales...

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Por todo eso, y porque se trataba de celebrar el nacimiento de un diccionario hecho a mano en plena era cibernética, lo de ayer fue algo más que una presentación. Rara vez se habrá visto un auditorio tan entregado, tan admirado por el "esfuerzo ciclópeo" (como dijo Iñaki Gabilondo, presentador del acto) de los autores de un libro. Estaban los responsables del Grupo Santillana; el filósofo Fernando Savater; el director general del Libro, Fernando de Lanzas; la ex ministra de Cultura Carmen Alborch, Rosa Regás, Elvira Lindo, Silvia Martín, Andrés Amorós; la consejera de Cultura de la Comunidad de Madrid, Alicia Moreno...

Método

Seco trató de quitar solemnidad al asunto y anduvo llano y humilde. Basó su intervención en el relato de las recurrentes mudanzas que él y su equipo tuvieron que afrontar, presos del pánico por si se perdía algún fichero, en esos 30 años. Incluso llegó a dudar de si lo hecho por Olimpia Andrés (redactora jefa), Gabino Ramos (jefe de documentación) y él mismo ("autor del argumento y director de escena") no habría sido más una torpeza que una proeza, "como ir andando a la pata coja de Madrid a La Coruña y tardar 30 años en vez de ir en avión y tardar media hora".La broma venía a cuento de algo muy serio, que apuntó sobre la marcha el académico Gregorio Salvador: el método usual de hacer diccionarios es el plagio. Como añadió Seco, lo habitual es coger un rato perdido, agarrar el Diccionario de la Academia y copiar. "Una palabra sí y otra no".

Lo que Seco se planteó hacia el año 1970 era justo lo contrario. Ferviente admirador del espíritu aventurero y el método descriptivo que alentaron la gestación del Diccionario de Oxford, Seco se propuso emular aquella gesta, que se prolongó durante medio siglo, pero en España, sin dinero y a media jornada. Quería partir de cero, edificar un diccionario de nueva planta que reflejara el uso contemporáneo de cada palabra, que descartara toda voz y acepción "momificada", antigua, y, además, someter ese trabajo al máximo rigor posible: todas las voces van acompañadas con testimonios auténticos de uso y citas reales (al menos una, pero preferiblemente dos), como garantía de su vigencia actual.

Esa tarea conmovedora (se diría que este diccionario es la última obra romántica de la literatura), tan alejada del vértigo que define el mercadeo literario de los tiempos modernos, fue saludada como un acontecimiento histórico por escritores y académicos, presentes y ausentes. En primera fila estaban Juan José Millás, Antonio Muñoz Molina, Juan Luis Cebrián, Emilio Lledó, José Luis Sampedro, Ignacio Bosque y el citado Salvador. Por carta o telegrama se sumaron a la fiesta Fernando Lázaro Carreter, Carlos Fuentes, Francisco Rico, Ángel González, Fernando R. Lafuente... He aquí algunas opiniones:

Antonio Muñoz Molina: "Siempre he creído que la definición de literatura era muy estrecha, que no es sólo poesía, novela y ensayo, sino que también debería incluir a los diccionarios, que son grandes piezas literarias. Yo creo que éste es el Anna Karenina de los diccionarios. Su lectura es más total que la de una novela porque encierra todo lo obvio y todo lo misterioso de las palabras. Es un ejercicio de literatura fantástica. Y ahora que hablamos con tanta imprecisión, esta obra nos devuelve el maravilloso sentido de lo preciso, la bellísima precisión de las palabras".

Gregorio Salvador: "Me siento tan liberado como los autores. Llevo años hablando a mis alumnos de este diccionario, diciéndoles que unos amigos tenían un tesoro guardado en un piso misterioso al que yo no podía ir, y ahora van a creerme. Es el único diccionario original, de nueva planta, desde el siglo XVIII".

Emilio Lledó: "El hombre es realmente el lenguaje, ése es nuestro mundo, nuestro progreso, el culmen sublimado de la virtualidad. Aunque suene contradictorio, este diccionario contiene el universo maravilloso de la virtualidad real. Y es fantástico que haya sido realizado por catedráticos de instituto. Yo también lo he sido, y creo que se debe rendir homenaje a esos profesores que, además de servir a lo público, a la verdadera democracia, tienen tiempo de hacer ciencia".

José Luis Sampedro: "Lo más importante es la palabra. Lo que me gusta de este diccionario es su capacidad de salvar la vida de las palabras. Definirlas es imposible, porque no son acotables, no tienen precisión, pertenecen más bien a la clase de los conjuntos difusos, tienen aura y atmósfera como las notas musicales. Tienen un núcleo, sí, pero se nos escapan, cada uno coge ese núcleo por su lado. Lo bueno de este diccionario es que primero petrifica la palabra con la definición, como el entomólogo clava una mariposa en el corcho, y luego, con los textos, le devuelve la libertad, el aleteo, la provocación".

Juan Luis Cebrián: "Hay que agradecer a los autores lo valientes que han sido al incluir palabras inglesas, con su grafía, su fonética y su uso; palabras de economía, tecnología y literatura que, aunque son de otro idioma, las necesitamos para expresarnos y forman parte de nuestra cultura. Ahora, con más razón".

Ángel González: "Siempre me he considerado un adicto a los diccionarios, esos imprescindibles inventarios del universo, para mí tan maravillosos como el universo mismo, tan sorprendentes a veces como el ser que fue capaz de inventarlo. Llevo años esperando este diccionario. Tengo buenas razones para pronosticar su éxito. Su gestor, Manuel Seco, es un sabio".

Carlos Fuentes: "¡Por fin un diccionario que uno puede llevarse a una isla desierta!".

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