_
_
_
_
PATRIMONIO

Aflora la muralla árabe en la Armería

Las dudas han desaparecido: la muralla que cercaba la ciudadela árabe que dio origen a la urbe de Madrid muestra ya abiertamente su trazado en el subsuelo de la excavada plaza de la Armería. Está donde debía estar, donde estuvo siempre. Sus muros de piedra caliza y sílex, de hasta 3,70 metros de anchura, dibujan además el contorno de lo que, casi con certeza, fue la Puerta de la Sagra, acceso principal a la ciudadela, según las hipótesis que baraja Esther Andréu, arqueóloga que dirige la excavación más importante de cuantas abren hoy las entrañas madrileñas.

Más información
Un laberinto subterráneo

Ya no hay duda. La muralla árabe que cercaba la almedra central sobre la que nació Madrid hace diez siglos, se encuentra exactamente donde se creía que permanecía, oculta a la vista exterior, desde finales del siglo XV: bajo la explanada que une la plaza de la Armería del Palacio Real y la catedral de La Almudena.Sobre este espacio, una gran caja bajo la cota del suelo, Patrimonio Nacional proyecta construir el futuro Museo de las Colecciones Reales, que albergará objetos de arte suntuario, además de carrozas, carruajes y automóviles pertenecientes al legado regio; siempre y cuando lo permitan el valor y el volumen arqueológicos de lo hallado en este fragmento del subsuelo más singular y mágico del Madrid más antiguo.

La contemplación de todo lo encontrado, hasta ayer mismo, es un espectáculo. Por cierto, un espectáculo segmentado y estratificado por capas, cada una de las cuales va mostrando vestigios arquitectónicos de épocas más añosas a medida que las catas, abiertas por un equipo de arqueólogos y de excavadores que dirige Esther Andréu, se van haciendo más profundas. En un primer nivel, justo bajo el suelo de la explanada, surgen los restos de las reformas acometidas en el siglo pasado sobre la planta de las Caballerizas Reales, reformadas en el siglo XVIII por el alarife Olmo, y también en la centuria previa, bajo el reinado de Carlos II, por Luis y Gaspar de Vega. Las cuadras y los establos de la jinetería regia fueron edificadas en tiempos de Felipe II, en pleno siglo XVI. Todo un paño de piedra de aquella época exhibe indemnes sus muros lisos, con la vetustez herreriana, plana y sobria, que los caracterizaba. Un laberinto de callejones abovedados con arcadas de ladrillo, amurados en paños de mampostería, va señalando la dirección de los surcos, que guían hacia el subsuelo más hondo de palacio. Restos de las denominadas Casas de Pajes, criados y palafreneros del viejo Alcázar de los Austrias incendiado por completo en el año de 1734, se muestran adosados a lo que fuera la muralla árabe: sus paredones de hasta tres metros y medio -3,70 precisa Isaac, el dibujante del equipo-, exhiben su contorno macizo, de piedra caliza y silex, sabiamente trabado en declive por fortificadores àrabes sobre el talud que flanqueaba, hacia el hoy Campo del Moro, el contorno amurallado. Precisamente sobre este declive, la arqueóloga Esther Andréu cree que puede hallarse la hasta ahora perdida Puerta de la Sagra. La topografía del terreno indica un desnivel sobre el cual la muralla, en su trazado, revela ya la existencia de un portillo, de aquellos que acostumbraban flanquear las tres puertas de acceso a la ciudadela árabe, de Santa María, de la Vega y de la Sagra. "Habrá que confirmarlo del todo", subraya Andréu, "pero yo barajo esta hipótesis como muy verosímil".

El cálculo de la edad de los materiales de construcción hallados se realiza, cuando se cree que poseen suficiente importancia, mediante un proceso de termoluminescencia, capaz de descodificar las radiaciones ultravioletas depositadas en aquéllos a lo largo del tiempo. "No se puede precisar la edad del material", señala la arqueóloga, "pero sí cabe datar con bastante aproximación la fecha en la cual el material fue ahí colocado".

Mientras Andréu narra el relato de lo que su equipo va encontrando en el perímetro perforado, una retroexcavadora horada el subsuelo sobre el que, hasta hace apenas unos meses, se erguía la estatua de Felipe II con su espalda de bronce orientada hacia el enrejado que cerca la explanada sobre el murallón del Campo del Moro. Ella no parece preocupada por la presencia de las grandes taladradoras sobre tan delicado subsuelo. "Sólo se trata de remover los cimientos de esa estatua reciente, para despejarlos", indica. Cerca, sobre los barracones instalados para los operarios, una colección de bolsas de plástico exhibe miles de fragmentos de cerámica encontrados tras la excavación: predominan el azul talaverano y la fría pátina de porcelanas francesas.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_