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Un terremoto de armonía entre Turquía y Grecia

La solidaridad por las catástrofes en ambos países crea un clima insólito entre dos enemigos históricos

"Nuestro terremoto, señor, fue el 17 de agosto", dice muy segura una ateniense. Al recordarle que aquel día el seísmo se produjo en Turquía y el habido en Atenas fue posterior, respondía ayer: "Tiene usted razón, aquí fue el 7 de septiembre, pero aquél también fue nuestro terremoto". No hace uno en Atenas sino encontrarse en estos días con muestras similares de solidaridad hacia quien ha sido durante generaciones el enemigo natural de su patria. Hasta el arzobispo Christodoulos, que hace apenas unos meses hablaba de los turcos como "la barbarie asiática", reza ahora por "la amistad entre dos pueblos que se quieren".No había ocurrido nunca desde que Grecia arrebató a Turquía su independencia en 1823. Entre los griegos, los terremotos que en las pasadas semanas han sacudido a ambos países, con millares de víctimas mortales en Turquía y decenas en la región de Atenas, han levantado una inmensa e insólita oleada de solidaridad hacia los vecinos orientales que los políticos ya no pueden ignorar. Y por primera vez en décadas, se percibe en Atenas la esperanza de que puede estar a punto de entrar en vías de solución el largo y complejo conflicto que enfrenta a estos dos países, paradójicamente aliados en la OTAN y a punto de entrar en guerra varias veces, la última hace tan sólo tres años.

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Ayer volvió a Atenas de Ankara una delegación griega que ha negociado con sus interlocutores turcos diversos aspectos de colaboración regional, entre ellos la cooperación policial y antiterrorista. Parece un paso pequeño pero no lo es si se recuerda que hasta hace unos meses estos dos países se acusaban mutuamente de alimentar el terrorismo. El jueves pasado se había producido una reunión similar en Atenas, en la que se estudió la cooperación en materia medioambiental, cultural y de turismo. Y poco antes Atenas había anunciado que dejarían de bloquear en la Unión Europea la aceptación de la candidatura de ingreso de Turquía, así como las ayudas y créditos suaves para afrontar las terribles consecuencias del terremoto del 17 de agosto.

Pero hay mucho más, según insisten los interlocutores en Atenas. Por primera vez existe una constelación política y un clima que no impiden e incluso propician cambios cualitativos en las relaciones de estos dos países que podrían adquirir una importancia histórica para la cohesión y seguridad en Europa, el Mediterráneo oriental y Oriente Próximo. Es por ello extremadamente urgente que los socios de ambos, la Unión Europea y Estados Unidos, hagan todo lo posible por aprovechar este impulso. El primer ministro turco, Bulent Ecevit, viajará próximamente a Washington, donde le serán recordadas sin duda todas las posibilidades que se le abren a Turquía si acomete unas reformas que el propio pueblo turco está exigiendo con renovada fuerza desde el terremoto. Los turcos han visto claramente ahora que su gran problema no son los supuestos o reales enemigos exteriores, sino un Estado autoritario, esclerótico, corrupto e ineficaz. Un Estado al que además, tras el arresto del líder kurdo Abdulá Ocalan y la consiguiente caída de intensidad del conflicto kurdo se le está agotando el pretexto del conflicto del sureste para mantener un virtual Estado de excepción que impide las reformas hacia un Estado de derecho real.

Durante su estancia en Nueva York en la Asamblea Anual de Naciones Unidas, Ecevit se entrevistará con el primer ministro griego, Costas Simitis. En Grecia, el cambio de clima viene cristalizando desde meses antes de los terremotos. El cambio de ministro de Asuntos Exteriores con el relevo de Theodor Pangalos por Giorgio Papandreu es un cambio de talante y estilo, pero también una adecuación considerable a los intentos de Costas Simitis de lograr llegar al punto de inflexión en las relaciones greco-turcas. Un cambio de Ankara en su política inmovilista en Chipre abriría muchas puertas en diversos frentes a Turquía. Despejaría las dificultades para el ingreso de la isla en la UE al tiempo que neutralizaría los argumentos de los principales adversarios de dar a Ankara el estatuto de candidato al ingreso que, aunque el plazo de admisión quedara inevitablemente indefinido, supondría un impulso serio a la integración europea.

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