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Schröder se queda solo ante el fracaso

El mensaje del canciller alemán con los electores y provoca duras críticas en el partido socialdemócrata

Pilar Bonet

, Menos de un año después de ganar las elecciones, la capacidad de Gerhard Schröder, de 52 años, para hacer atractivo un proyecto de renovación en Alemania parece haberse difuminado. La imagen -que fue la principal aliada de este canciller mimado por los medios de comunicación- se ha convertido hoy en uno de los problemas más graves del líder alemán.Schröder atraviesa momentos dramáticos: está solo, las encuestas le sitúan por debajo del democristiano Helmut Kohl y los militantes socialdemócratas reprimen con dificultad su ira hacia la dirección del partido, a la que culpan de las derrotas del SPD en las elecciones. Tanto su partido como la oposición democristiana reclaman a Schröder que ejerza el liderazgo que le corresponde.

Cuando llegó al Gobierno, quería trasladar a Alemania el modelo de Tony Blair en el Reino Unido; es decir, adaptar el Estado social a unos recursos financieros más limitados. En la campaña electoral, este programa de corte británico sonó en forma de consignas -el nuevo centro- y titulares, pero los contenidos no se desarrollaron. Para muchos electores, incluidos los que se sentían decepcionados por la pérdida de la conciencia de justicia social en la Unión Cristiana Democrática (CDU), lo sustancial a la hora de dar el voto fueron las promesas de restablecer los pequeños recortes que los democristianos habían realizado en el sistema de prestaciones sociales, puesto que no se atrevían a asumirlos de forma radical.

El mensaje neoliberal de las consignas y las promesas del programa al electorado eran en gran medida contradictorios. La colisión entre ambos, sin embargo, tardó en llegar, porque Schröder hubo de concentrar los primeros meses de su mandato en la reforma de las finanzas de la Unión Europea (UE) -la Agenda 2000- primero y en la guerra de Kosovo después. Sólo cuando acabó la presidencia alemana de la UE, el Gobierno pudo concentrar sus energías en el programa de austeridad, que hoy está en el Parlamento y que es criticado tanto desde la derecha como desde la izquierda.

La semana pasada, los recortes sociales sacaron a la calle a los militares en manifestación en Berlín; ayer lo hicieron los policías. Las protestas van dirigidas contra los planes para reducir el ritmo de crecimiento de las pensiones, contra la reforma de la sanidad y contra la reforma fiscal. Al Gobierno no le queda más alternativa que poner toda la carne en el asador.El problema y la tragedia de Schröder es que la reforma radical que Alemania necesita para reducir las cargas financieras no es posible con la base de poder como la del Gobierno actual, formada por los socialdemócratas y verdes, sino que necesita de un consenso mucho más amplio, de una gran coalición con la CDU, para que los ciudadanos la acepten.

Schröder esperaba haber sido el canciller de esa gran coalición, pero el buen resultado de su partido dio al traste con esas esperanzas, señalan medios políticos alemanes. El tándem con Oskar Lafontaine, el presidente del SPD, condicionó además el juego político en otra dirección. El portazo de Lafontaine en marzo, lejos de desatar las manos a Schröder, empeoró aún más las cosas. Su marcha dejó a la deriva e incontrolados a los sectores izquierdistas del partido. Schröder se hizo cargo de la dirección e infravaloró su capacidad de controlar el SPD. Ahora, Schröder ha tenido que pedir a Franz Müntefering, un profesional para las épocas de crisis, que ponga orden en el partido. El canciller está solo. Lafontaine se dispone a publicar sus memorias y a aparecer en decenas de talk-shows. Los sectores izquierdistas -la mafia social (como les llama la prensa alemana)- ya no pueden atacar a Bodo Hombach, considerado el máximo portador del neoliberalismo en el SPD, que dejó la cancillería por la coordinación de la ayuda a los Balcanes. El canciller está hoy en el punto de mira, y puede verse en apuros en el congreso del próximo diciembre o en mayo si el SPD pierde las elecciones en Renania del Norte-Westfalia.

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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