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El público de Madrid despide a Alfredo Kraus con un aplauso de 35 minutos

El gran tenor canario fue enterrado ayer en Boadilla del Monte junto a su esposa

Jesús Ruiz Mantilla

Alfredo Kraus ya reposa junto a su esposa, Blanca Rosa Ley Byrd, en el cementerio de Boadilla del Monte, provincia de Madrid. Pero antes de ser enterrado, el público al que tantas veces había emocionado sobre un escenario, quiso darle su último aplauso y vitorearle con los bravos más sentidos que le hayan echado nunca. Fueron 35 minutos de palmas ininterrumpidas, el tiempo que el féretro tardó en salir del vestíbulo del Teatro Real, donde se había celebrado una misa de cuerpo presente, y encaminarse hasta el lugar donde ahora descansa en paz.

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Los admiradores de Alfredo Kraus son legión. Nadie ha logrado despertar tantas pasiones en Madrid como él. Ayer le lanzaron por última vez gritos y palabras emocionantes, al tiempo que el coche fúnebre se desplazaba de duelo por los aledaños del teatro: "¡Eres el mejor!". "¡El más grande!". "¡Adiós, Werther!". "¡El único!", espetaban los cientos de personas que se habían reunido desde las diez de la mañana a las puertas del Real para poder asistir al funeral y que con sus aplausos acompañaron los restos hasta que sus cuatro hijos pudieron vencer la emoción de la situación y se encontraron con fuerzas para emprender el camino al cementerio. "Kraus ha sido parte de mi vida", confesaba Carlos Vega, un aficionado y admirador del maestro que se dejó caer hasta el homenaje. "Yo presumo de haberme dado cuenta de lo importante que iba a ser cuando cantó por primera vez Doña Francisquita en el Teatro de la Zarzuela. Para eso no había ni que tener oído, bastaba con la oreja", contó Vega.

Frente al teatro, y después de que todo pasara, mientras la Banda Municipal de Madrid recogía los instrumentos con los que interpretaron la Marcha fúnebre, de Chopin, a la salida de los restos, tres admiradoras seguían comentando las hazañas del tenor canario, considerado por muchos el mejor belcantista del mundo hasta hace muy poco. "A mí no me gusta venir a estas cosas de multitudes, pero me he roto las manos de aplaudir y le he gritado que era el más grande", aseguraba Josefa Gómez. A su lado, África Borrego hacía hincapié en que Kraus, según ella, "era único" y en que "los demás no le llegan ni a las zapatillas".

El velatorio se mantuvo abierto hasta las ocho de la mañana, hora en que se cerró para preparar el funeral. Los más cercanos estuvieron acompañados en la ceremonia por autoridades, amigos y admiradores del cantante, que tuvo que despedirse de su público ayer, pero no en las circunstancias en las que a él le hubiese gustado: es decir, sobre el escenario y representando por última vez el Werther de Jules Massenet, sueño que estaba dentro del programa de la anterior temporada del Teatro Real y que no pudo verse cumplido porque, en el mes de junio, la enfermedad que le quitó la vida el viernes -cáncer de páncreas- hacía ya estragos en su cuerpo. Hubo, eso sí, música del autor francés. Fue su elegía, interpretada al violonchelo por Asier Polo, quien también quiso rendir a su manera homenaje a Kraus, que tantas veces había acompañado en recitales. Escogió sus piezas favoritas, que se completaron con cuatro suites para violonchelo, de Bach.

Allí dentro estaba Teresa Berganza, que leyó un fragmento de las Escrituras. También Aquiles Machado, su joven alumno venezolano, triunfador de la pasada temporada operística con La Bohème. Además, volvieron las autoridades. Federico Trillo, presidente del Congrreso de los Diputados; José María Álvarez del Manzano, alcalde de Madrid; el presidente del Gobierno de Canarias, Román Rodríguez, o Miguel Ángel Cortés, secretario de Estado de Cultura. Entró, asimismo, Fernando Almansa, jefe de la Casa Real, quien quiso hacer sentir con su presencia el hondo pesar que sufren los Reyes por la pérdida del artista fallecido a los 71 años.

También recalaron por allí la duquesa de Alba y Paloma O"Shea, directora de la Escuela Reina Sofía, en la que Kraus plantó su semilla como maestro de nuevos valores sobre los que dejó su impronta. Una impronta que le ha convertido en leyenda ya, el rey del belcantismo, ese arte que esparce las notas de Donizetti, Bellini, Verdi, Gounod, Massenet o Puccini, compositores a los que él prestó su voz como nadie, que le inmortalizaron y que alternaba con piezas de, como él mismo decía, "lied español", canciones populares que también cultivó. El camino está sembrado, ahora sólo queda que otros tomen el testigo digno y único que él marcó y merezcan los aplausos con los que ayer le despidieron.

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Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.

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