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Del laboratorio a la costura

La experimentación de laboratorio con los llamados nuevos tejidos tecnológicos desencadenó una prematura entrega al mercado de los modistas de materiales cuya aplicación práctica en las prendas de vestir no tenían aún suficiente literatura experimental. Eran mezclas hábiles y hasta atrevidas donde intervenían desde derivados de la celulosa hasta finas hebras de acero, cobre y cristal, pasando por los plásticos. Un cuarto de siglo después del hallazgo de la lycra, llegaba el tencel, que sí ha dado en la diana y su usufructo es cosa hecha y aceptada. La frase cervantina aquella de la conseja de Alonso Quijano a Sancho: "Bacía yelmo, halo..." como exponente de un orden inapelable, aquí y ahora en la moda se rompía definitivamente: muchos creadores del vestir sucumbieron a la tentación de esas "arcillas futuristas" en palabras de Giorgio Armani, con las que se puede modelar quizá la prenda del siglo XXI. Se trataba de crear un maridaje entre anticipación científica, dibujo creador y cadena de producción. Pero los frutos no están maduros ni mucho menos. Tras la euforia, la selección y el abandono de muchos tejidos nuevos de gran impacto visual y difícil asentamiento en el armario. Roberto Torretta lo explica así: "He vuelto con decisión a los tejidos naturales y ricos, de la seda al lino, de los popelines a la piel muy rebajada".

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Lo cierto es que los materiales llamados "metalizados" no ofrecen facilidades de conservación y uso práctico, quedándose más como tejidos teatrales, recursos impactantes que nunca aceptarían, por ejemplo, la plancha doméstica o la lavadora. Es una carrera de feroz competencia entre el laboratorio, la costura y el bolsillo.

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