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La diferencia es el folclor ANA MARIA MOIX

Alto, corpulento, con voz bronca, como surgida del interior del tronco de un árbol poderoso, tiene aspecto de librepensador barojiano. La luz de atardecida de verano que azulea el entrañable jardín del Ateneo barcelonés llega hasta el interior del bar y da la sensación de que lo sombrea y remansa con un húmedo frescor. Manuel de Seabra, actual presidente de la ACEC (Asociación Colegial de Escritores de Catalunya), y su mujer, la poeta Vimala Devi, están a punto de partir hacia Berlín para asistir a un congreso de esperantistas. Escritor en portugués, en catalán y en esperanto, traductor del portugués al catalán y del catalán, del ruso, del italiano y del chino al portugués, supongo que debe estar harto de que le pregunten por su dedicación al esperanto. "No, en principio el esperanto no implica ninguna carga ideológica; permite que nos entendamos en una lengua carente de connotaciones imperialistas, de imposiciones de una cultura determinada sobre otras. Claro que, quieras que no, el hecho de hablar un idioma común, despegado de ecos patrios, elimina ya de entrada el concepto de extranjería, que es una invención. Las personas, hayamos nacido en un país o en otro, nos diferenciamos en muy pocas cosas, sólo nos diferencia lo folclórico". Ahora sospecho la razón de un hecho inaudito: Seabra, quien ha traducido al portugués a casi todos los autores que escriben en catalán (desde Espriu, Pere Calders, Víctor Mora a los autores más jóvenes), que es autor, junto a Vimala Devi, del diccionario Catalá-Portugués, Portugués-català, que ha escrito varios libros en catalán y ganado un premio de poesía catalana en México, no ha recibido jamás ningún galardón institucional, de esos que -dicen- premian la labor de difusión de la lengua y la literatura catalanas. Merecedor del Premio Comunitat Catalana de Colòmbia, 1954; Premio Calouste Gubelkian Academia das Ciências de Lisboa, en 1976; Premio Gorki, otorgado por la Unión de Escritores de Moscú, en 1976; Premio Círculo de Lectores de Lisboa, en 1982, el único premio que se le ha concedido en Cataluña no es institucional: el Premio de la Crítica de Teatro, en 1989, por la traducción del teatro completo de Maiakovski, que hizo en colaboración con Joaquim Horta. "Bueno, no tiene importancia. Hay mucha gente para premiar". Su interés por el esperanto le trajo a Barcelona, donde se instaló, en 1954. "Empecé a estudiar esperanto a los 13 años. Cuando estudiaba, en el instituto teníamos la Enciclopedia Espasa donde cada entrada constaba en varios idiomas, entre ellos el esperanto. Me llamó la atención, y empecé a hacer listas de palabras y a estudiarlo. Fue un hecho muy importante en mi vida: tuve noticia de un catalán esperantista, Delfí Dalmau, con quien me puse en contacto. Y gracias a Dalmau entablé relación con otros esperantistas barceloneses, como Antoni Ribera. Ribera, que luego ha sido una importante personalidad en el campo de la arqueología submarina, en aquella época era editor de revistas clandestinas y antologías de hombres y hechos importantes de occidente. Hicimos una antología de autores, que se publicó en Portugal, en 1952, y ganamos un concurso para traducir una enciclopedia del castellano al portugués, trabajo que me permitió dejar Portugal para instalarme aquí. Para una persona joven, vivir en Portugal era asfixiante, era condenarse a no enterarse de nada. Claro que aquí también había una dictadura; pero -sin ánimo de disculpar las atrocidades del franquismo- era una dictadura distinta. En Portugal, además de sufrir la dictadura política, padecíamos una dictadura social: los portugueses eran dictatoriales entre sí. Aquí, la gente era diferente; la gente tenía un talante democrático. Quizá yo lo percibía así porque vivía en Cataluña, un país oprimido". Novelista (Terra de ninguém, 1951; Os sobreviventes, 1964; Els exércits de Paluzie, 1982; El dia que Jesus va trair Judas, 1995), poeta y traductor, Manuel de Seabra fue corresponsal del Avui en Lisboa, entre 1976 y 1981, y, con anterioridad, vivió ocho años en Londres, trabajando en la BBC. "Hasta 1976, parte de mis ingresos procedían de la editorial portuguesa que editaba mis libros y mis traducciones. Pero, al caer la dictadura, quedó prohibida la salida de capital. ¡Vaya capital, mis honorarios...! Pero, en fin, me quedé sin sueldo. En una reunión de amigos, le dije a Josep Faulí, que entonces era director del diario Avui: "¿Necesitáis un corresponsal en Lisboa?". Me contestó que lo de la traducción siempre planteaba problemas, y añadió: "Si fueras tú, te contratábamos ahora mismo". Y así fue como inicié mi corresponsalía en Lisboa. Vimala, que adora Barcelona, no quiso volver a Portugal; se quedó aquí, yo venía una vez al mes y ella iba a Lisboa en verano. Pero, al cabo de cinco años, me cansé de tanto ir y venir, y regresé a Barcelona". Seabra ha traducido más de un centenar de libros; entre otros, los de algunos autores portugueses al catalán: Miguel Torga, Cardoso Pires, Ruben Fonseca, Pessoa, el brasileño Jorge Amado. La literatura portuguesa, con Saramago y Lobo Antúnez, está viviendo un momento de gran esplendor. "Creo que el gran escritor portugués de los últimos tiempos es Cardoso Pires, quien parecía que iba a ser el primer autor portugués galardonado con el Nobel. No fue así, murió cuando Saramago estaba recibiendo el premio. Pero la literatura portuguesa padece el mismo mal que la catalana, un mal propio de las literaturas de países pequeños: hay autores que, en un momento dado, tienen un gran éxito y, al cabo de los años, nadie los recuerda. Por ejemplo, el portugués Fernández de Castro fue un autor muy traducido, muy admirado en su país y fuera de su país: hoy nadie le recuerda. Aquí, en Cataluña, ocurre algo parecido. ¿Quién habla hoy de Espriu?". Manuel de Seabra y Vimala Devi han vivido en Francia, en Alemania, en Rusia, en Suecia, en Brasil, en Dinamarca, en Bélgica y en Inglaterra. Él guarda un recuerdo especialmente grato de los nueve años que vivió en Londres, trabajando en la BBC. "Fue una experiencia extraordinaria. Llegamos a un Londres que, en los años 60, aún era una ciudad absolutamente victoriana. Y, de repente, en cuestión de meses, todo cambió: la ciudad, las caras de la gente, la moda femenina, las costumbres, todo. Fue una experiencia fabulosa".

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