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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Inquietud suramericana

VENEZUELA, AL borde de la liquidación del Estado de derecho; Colombia, sumida en el caos y una guerra sangrienta; Chile y Argentina, aliadas por la causa innoble de la impunidad de Pinochet; los derechos civiles y humanos, languideciendo en Perú bajo Fujimori, y Cuba, sin indicios de cambiar a mejor. La situación política en Latinoamérica comienza a ser motivo de inquietud, y no sólo para los muchos millones que sufren allí la pobreza, la injusticia, la violencia y la corrupción.La evolución política en este subcontinente a finales de la pasada década y principios de la que concluye fue ilusionante y sólo comparable con la caída del muro de Berlín y la democratización en Centroeuropa. Desde Chile y Argentina hasta Nicaragua y El Salvador, los procesos democratizadores avanzaron sin cesar. El milagro latinoamericano era posible y se observó con gran respeto y entusiasmo desde el exterior. Latinoamérica era el ejemplo a seguir, en contraste con el trágico estancamiento de África.

Esas esperanzas suramericanas no se han desvanecido, pero la preocupación está justificada. La renuncia de la presidenta de la Corte Suprema de Justicia de Venezuela, Cecilia Sosa, y la suspensión del Congreso por parte de la Asamblea Constituyente son los últimos episodios del proceso de liquidación de unos poderes judicial y legislativo independientes por la apisonadora populista manejada por Hugo Chávez. La Corte Suprema, dijo en su despedida, "se suicidó para no ser asesinada". Chávez parece ser un peligro también para las buenas relaciones entre vecinos. El Gobierno de Colombia reaccionó con indignación ante la decisión del presidente venezolano de entablar conversaciones con la guerrilla colombiana. Una cosa es ofrecerse como mediador para intentar salir del trágico atolladero en el que se halla el proceso de paz en Colombia y otra muy distinta que el presidente de un país convierta pública y unilateralmente en interlocutor oficial propio a una guerrilla que combate al Gobierno del país vecino. Chávez, muy dado a métodos expeditivos, ha vuelto aquí a saltarse todas las reglas en las relaciones políticas y diplomáticas.

Esta tendencia a ignorar las normas generales de conducta democrática en aras de una supuesta efectividad empieza, por desgracia, a estar de nuevo muy extendida. Entre los propios países latinoamericanos, desde luego, pero también desde Estados Unidos. Washington, como siempre, sigue sin saber si le conviene más apoyar a las democracias o insistir en la vieja política de guardar el traspatio con mano de hierro, aun cuando para ello tenga que utilizar métodos deleznables.

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El narcotráfico amenaza con hundir a varios países latinoamericanos en nuevas dictaduras más o menos encubiertas, en la fragmentación territorial, la guerra endémica y nuevas formas de colonialismo. El principal consumidor de las drogas latinoamericanas, Estados Unidos, incapaz de ganar la guerra contra el consumo en su propia casa, intenta hacerse con el control sobre la producción con una política que implica en la práctica arrogarse la soberanía policial en el territorio de dichos países. Así, se daría la paradoja de que, mientras abandona el canal de Panamá, símbolo centenario del colonialismo norteamericano, recupera un control ejecutivo en países soberanos que antes sólo tuvo por medio de dictadores impuestos. Latinoamérica no puede volver a caer en tragedias del pasado. Las autoridades y fuerzas políticas del subcontinente deben recordar que la democracia y el respeto a los derechos humanos no admiten atajos. Y que la desunión y la falta de cooperación juegan invariablemente en contra de los intereses de todos los países afectados. Tiranos, caudillos, líderes populistas y guerras internas ha tenido ya en demasía.

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