Aznar, en Rabat
EL GOBIERNO ha tenido mucho interés -casi demasiado- en negar que la entrevista entre Aznar y el nuevo monarca marroquí guarde relación con las recientes declaraciones del primer ministro de ese país a propósito de Ceuta y Melilla. Casi demasiado, porque nada habría tenido de excepcional que hubieran abordado el asunto. Precisamente lo que no se entiende es la declaración de Aznar, tras el encuentro, de que es un tema que no forma parte del ámbito de cuestiones a tratar entre el rey de Marruecos y el presidente del Gobierno de España.A no ser que se trate simplemente de un deseo. Por supuesto, a España le interesaría que no se hablase de Ceuta y Melilla; que Marruecos no reclamase su soberanía sobre esos dos enclaves españoles en territorio norteafricano. Pero sería ilusorio esperar tal cosa. España cuenta con potentes argumentos para defender su posición, pero los marroquíes creen contar con razones válidas. La indignación de los patriotas que llaman a la radio para casi prohibir hablar de un tema que "no tiene vuelta de hoja" resulta algo ingenua. Pero también resulta irresponsable la opinión de quienes dicen que hay que dar al rey de Marruecos las llaves de Ceuta y Melilla y marcharse de allí cuanto antes. En esas ciudades viven 130.000 ciudadanos españoles, y su suerte nos concierne. Hay, pues, un problema que no desaparece por dejar de hablar de él.
Sería deseable que ello no impidiera acuerdos en otros terrenos. Y en ese sentido se entiende que Aznar prefiera hablar de acuerdos pesqueros, por ejemplo. Marruecos anunció hace tiempo que no renovaría los actuales, que expiran este año y que afectan a más de 500 barcos españoles; era una manera de invitar a estudiar fórmulas alternativas. Y es seguro que la opinión de Mohamed VI será decisiva en el desenlace, luego es lógico que el asunto se abordase ayer.
En realidad, lo principal es establecer una buena comunicación con el sucesor de Hassan II. Y si es ya un hábito que la primera salida al exterior de los presidentes españoles sea a Rabat, con más motivo era conveniente que el primer mandatario que visitase a Mohamed VI fuera el presidente español. Para hablar, sin ridículos tabúes, de todo lo que interesa a ambos países. Otra cosa es que tal vez Pujol no eligió el mejor momento para ponerle la zancadilla a su todavía socio Aznar.
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