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Tribuna
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Fuego fatuo

Juan José Millás

Todos los que perdieron la vida ayer a la hora del eclipse creyeron que se acababa el mundo. Qué tontos. Se fueron convencidos de que no quedaba nadie en casa, y aquí estamos usted y yo viendo la tele tan tranquilos. Por un lado, da gusto sobrevivir a un fin del mundo más, aunque fuera un fin del mundo un poco cutre, de soldadura autógena, a falta de verdaderos fuegos artificiales. Yo he superado una docena de apocalipsis y no recuerdo que ninguno alcanzara los niveles de ordinariez de éste. Ni de tristeza. En Asturias, donde me encuentro, se retiraron un momento las nubes y todos miramos hacia abajo, cubriéndonos el rostro con la mano, como en esa imagen en la que Adán y Eva, desnudos, son expulsados del paraíso. Nosotros estábamos en bañador, lo que lo hacía todo más patético, si cabe. El único que vio el eclipse con tranquilidad fue un ciego autorizado a mirar hacia arriba sin casco de soldador. Lo contó bien, con gracia, aunque nos dimos cuenta de que mentía porque describió un eclipse total cuando todos sabíamos por los periódicos que en el Principado teníamos un descuento del 23%.Ahora bien, por otro lado está uno desde lo de ayer un poco absurdo, como dudando si no se habrá acabado el mundo de verdad. Es cierto que nada ha cambiado, pero también que todo parece al mismo tiempo el eco de algo extinguido, muerto. Enciendes la tele, ves la publicidad o el telediario, que viene a ser lo mismo, y te preguntas si todo eso puede ser real. Quizá no, quizá se trate de uno de esos fogonazos que permanecen en el ojo cuando apagas la luz de la mesilla de noche. Si el mundo se hubiera terminado de repente, no sería raro que tuviéramos la impresión de continuar vivos por una cosa de rutina (o de retina). A veces, el eco dura tanto o más que la voz.

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Poca oscuridad, mucha imaginación

Los mismos periódicos de hoy, si ustedes se fijan, están un poco pálidos, y muy delgados, como si hubieran salido por inercia más que por una verdadera necesidad informativa. Hasta las esquelas han perdido ese vigor oscuro que las caracterizaba. Y ya no hay quien se crea lo de los santos sacramentos y la bendición de Su Santidad. No habría dado abasto el pobre Papa si hubiera bendecido a todos los que estiraron ayer, incluidos quizá usted y yo, nunca se sabe. Todo tiene, en fin, desde el eclipse una calidad como de fuego fatuo que le hace a uno dudar si el mundo se ha acabado o no. Lo siento por Froilán, que había empezado a decir papá y mamá. Y por el príncipe, que parece que había ligado. No somos nadie.

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Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

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