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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

A favor de la corriente

El cuadro macroeconómico que acompaña a los Presupuestos Generales del Estado es, además de la expresión pública de unos objetivos más o menos voluntaristas, la definición del equilibrio económico posible en cada coyuntura. El que presentó ayer el vicepresidente económico del Gobierno, Rodrigo Rato, prevé un crecimiento del PIB en el 2000 del 3,5%, similar al fijado para 1999. El déficit público se quiere reducir al 1% del PIB -1,6% es lo previsto este año- y las autoridades económicas admiten un repunte modesto de la inflación, el 2% en lugar del 1,8%, objetivo en 1999. Nada de lo que propone este cuadro es irrealizable, aunque varios aspectos sean discutibles. Es plausible que el PIB crezca el 3,5% el año que viene, aunque, por ejemplo, haya dudas sobre la inversión. La proyección del Gobierno para el año próximo es algo aventurada si se tiene en cuenta la tendencia a la desaceleración del sector de la construcción. También es probablemente muy optimista la propuesta del Gobierno sobre el sector exterior -una aportación negativa calculada en 1,1 puntos-, si se tiene en cuenta el deterioro de la balanza comercial en los últimos meses. Aunque también es cierto que si la economía alemana mejora ostensiblemente el año próximo y los mercados exteriores se recomponen, quizá se cumpla esa predicción. El Gobierno apuesta por un modelo de crecimiento económico fundamentado en el aumento del consumo y de la inversión, pero sin aportación del comercio exterior. Ésta es precisamente la estructura de crecimiento que el Ministerio de Economía rechazaba en años anteriores, cuando el tirón de las exportaciones permitía al Ejecutivo hacer ostentación de un crecimiento sano. El riesgo es que aparezcan síntomas de recalentamiento de la economía, que ya se aprecian en algunos productos y sectores, y que el repunte de la inflación acabe por deteriorar la estabilidad de la economía, que hasta ahora se ha venido sosteniendo al estar en la fase alcista el ciclo económico. Más aún cuando, tras los pobres resultados conseguidos por las seudoliberalizaciones del Gobierno, y una vez teminada la etapa de materias primas baratas, la suerte de los precios queda exclusivamente en manos de la evolución de los salarios. Poco puede decirse sobre el objetivo de déficit mientras no se conozca el balance de ingresos y gastos presupuestarios. Los esfuerzos del Gobierno por cuadrarlo son loables, pero debe constar que el déficit estructural del presupuesto español supera hoy todavía el 2% del PIB; de forma que cuando baje la tasa de crecimiento y sea necesario aumentar los gastos de protección social, el déficit presupuestario volverá seguramente a exceder los límites contemplados en el marco de la unión monetaria europea. El Gobierno sigue navegando con el viento a favor; pero la intensidad de éste decrece. El cuadro macroeconómico para el 2000 revela el deterioro de las condiciones que han hecho posible un periodo de crecimiento desde 1995. Todas las expectativas son hoy un poco peores que en 1998. La pretenciosa suposición del Gobierno de haber iniciado una etapa de crecimiento estable y sostenido amenaza con resquebrajarse.

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