Paolo Conte indaga en las raíces populares de la canción de autor
El artista italiano ofrece en Perpiñán dos recitales dentro del festival de verano
Paolo Conte, uno de los más esplendorosos cantautores italianos de las tres últimas décadas, no parece interesar a los festivales que florecen en España, de suerte que sus consumidores se ven año tras año privados de la música y presencia de un artista que entiende la canción de autor como hija de la canción popular. En este sentido, el cantante y compositor de Asti es un artista moderno en el más amplio significado del término, y así lo volvió a demostrar el jueves en el espléndido concierto que ofreció en el Campo Santo de Perpiñán, un precioso espacio al aire libre anejo a la catedral y flanqueado por los restos de un claustro.
Hace años, cuando todo era blanco y negro y la televisión sólo tenía una única audiencia, se solía viajar a Perpiñán para ver aquellas películas eróticas tan inocentes. El tiempo ha pasado y, aunque para lo bueno y lo malo ya somos algo más europeos, todavía hay que viajar a Francia para disfrutar de algunas cosas. Por ejemplo, para ver a Paolo Conte en directo, programado dos días seguidos en Estivales, el festival de verano de Perpiñán.Allí se dejó caer Conte con un repertorio de clásicos que maridaron jazz, swing, canción de autor, blues y música popular italiana. Esplendoroso, tanto que a Conte no le fue preciso interpretar Sotto le stelle del jazz, Azzurro o Gelato al limon, algunas de las gemas dispersas en una discografía que arranca en 1974.
Conte jugó con 12 músicos iluminados cada uno de ellos por luz cenital blanca que irrumpía y desaparecía con sus intervenciones; La docena de intérpretes cambiaba en cada tema su posición en el escenario, siempre pivotando en torno a él y a su piano; Conte, en fin, exprimió la complicidad de estos instrumentistas polivalentes que se agrupaban en sección de metal -saxos, oboe, flauta, clarinetes, corno francés-, percusión, contrabajo, bandoneón, guitarras, acordeones....
Y, por encima de todo, Conte jugó con esa voz de tabaco negro y aguardiente idónea para narrar historias de asfixiante cabaret de paredes manchadas con recuerdos.
Así, el artista italiano convirtió el Campo Santo de Perpiñán en un tugurio por donde pasaron piezas como Max -tres acordeones sonando al unísono-, Macaco, Via con me, Come di, Gong-oh, Dancing, Hemingway, Angelino o una arrebatadora y reinventada Gli impermeabili. El contexto era muy francés -olía a perfumes dulzones, había mantas por si la concurrencia sentía fresco, no se podía fumar pese a estar al aire libre y en el bar sólo había Perrier y refrescos-, pero Conte, un italiano carnal enamorado de un jazz que hace canción popular, llenó el espacio de humo, alcohol barato e historias llenas de vida. Y lo hizo con música, una música que aún hoy hay que ir a escuchar al extranjero.
Acabado el concierto, el público volvió a evidenciar con su conducta que el acto había tenido lugar en Francia, y una niña de apenas seis años subió espontánea al escenario para besar a Paolo Conte, quien reaccionó como si lo más natural del mundo fuese que una niña disfrutase de su música, encima hasta horas tan tardías. Sin duda, la niña era hija de un espectador que debió pensar que resultaba más correcto enviar a su vástaga que subir él mismo a besar al bigotudo cantautor italiano.
Pero, bien, no sólo el público se comportó de tal guisa, ya que la mismísima directora del festival, ataviada como si hubiese asistido a una representación de Turandot, expresó su entusiasmo bailando posesa junto al escenario las últimas canciones del concierto. Le acompañaba todo el equipo del festival, uno de cuyos miembros se acercó a Conte para obsequiarle con un ramo de flores francamente abultado. Sí, sin duda son esas cosas que pasan en el guiri.
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