Hassan II
LA NOTICIA de la muerte de Hassan II ha sido casi simultánea a la de su hospitalización urgente ayer en Rabat por una neumonía aguda. Hasta en la forma en que ha sido presentado el fallecimiento del comendador de los creyentes está reflejado el cambio experimentado por Marruecos durante un largo reinado de 38 años, que ha visto la figura de Hassan ir pasando gradualmente de una reputación de déspota a otra de estadista flexible, más que la mayoría de los de su entorno. El rey de Marruecos ha emprendido el último viaje dejando instalado un Parlamento en cuya Cámara baja, elegida democráticamente, los diputados de izquierdas son mayoría. En el Gobierno de la nación alauí están ahora ministros nombrados en 1998, después de años de arresto domiciliario o de exilio por su oposición al monarca fallecido.Hassan II, cuyos graves problemas de salud recibían oficialmente en los últimos tiempos el eufemístico tratamiento de "asma agravada", debía de conocer que su desaparición estaba próxima. Lo sugiere así el creciente papel desempeñado en viajes y actos oficiales por su hijo, el príncipe Sidi Mohamed, heredero del trono, y sobre todo la serie de medidas políticas democratizadoras adoptadas en los últimos tiempos: el paso a la "democracia hassanita", la liberación de numerosos prisioneros políticos o las insólitas compensaciones económicas para las familias de algunos detenidos y muertos por el régimen. El rey desaparecido, como lo muestran inequívocamente algunas de sus últimas entrevistas periodísticas, estaba empeñado en un auténtico proceso de recreación de su imagen para la posteridad; es decir, de aseguramiento del trono alauí.
Su astucia política, la veneración de muchos de sus conciudadanos por la dinastía que representaba y una dosis de baraka poco común -como lo muestra su supervivencia a varios atentados en los años setenta- permitieron a Hassan II convertirse, a la muerte, en febrero de este año, de Hussein de Jordania, en el jefe de Estado en ejercicio más antiguo en el mundo árabe. El fallecido rey de Marruecos lo consiguió a base de saber combinar ante los suyos una imagen de jefe espiritual con otra de estadista siempre al timón del país. Mezcló con habilidad en el tiempo y a lo largo de los años su suprema autoridad y mano de hierro con la concesión paulatina de libertades a un pueblo paciente y en última instancia respetuoso con reyes herederos de sultanes del siglo XVII. Y tuvo claro desde el comienzo de su reinado que el Marruecos bajo su dominio estaría en la órbita occidental y de la economía capitalista en vez de bajo la influencia soviética. Fue un adelantado en las relaciones entre los países árabes e Israel.
El país de hoy, cuyas riendas está destinado a manejar el príncipe heredero, es un Marruecos mucho más complejo y desdramatizado, sin un armazón político suficientemente consolidado y en una situación económica que todavía fuerza la desesperada emigración de muchos de sus habitantes. El porvenir del reino depende en buena medida de cómo sea capaz de armonizar el nuevo rey una sociedad subdesarrollada económicamente, abrumadoramente desigual y joven, con su imperiosa necesidad de desarrollo político.
El príncipe Sidi Mohamed, soltero y de 35 años, es visto por muchos marroquíes como excesivamente apegado a la buena vida y a las extravagancias económicas de que hizo gala su padre, y poco a los asuntos de Estado. Eso y su inexperiencia le hacen inicialmente vulnerable. Pero es menester recordar que casi nadie apostaba por Hassan II cuando sucedió a su padre, Mohamed V, en 1961.
Probablemente el fardo más pesado de la herencia política marroquí es el integrismo islámico, atizado por el desempleo y las facultades universitarias, y prohibido políticamente por el rey muerto. Un lujo que Hassan ha podido permitirse gracias a su autoridad indiscutida. Lidiar con un fenómeno que causa estragos en países vecinos será una de las pruebas de fuego del nuevo reinado. Otra puede ser la situacion final del Sáhara occidental, la antigua colonia española cuya soberanía Rabat ha reivindicado obsesivamente siguiendo los dictados del monarca muerto y que continúa dependiendo del referéndum que la ONU ha de organizar en el territorio, teóricamente en algún momento del año próximo. Desde la perspectiva española, con Hassan II ha desaparecido un amigo tradicional que no dudó muchas veces en comportarse justamente como lo contrario, pese a las buenas relaciones entre las dos monarquías a ambos lados del Estrecho. Mirando al futuro, cabe esperar que de los intereses compartidos y la inaplazable evolución política alauí y sus ambiciones por acercarse a modelos europeos se derive para Marruecos y España un entendimiento último sobre los contenciosos pendientes.
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