Rusia conservará gran parte de los tesoros artísticos confiscados a los nazis
El Tribunal Constitucional abre la puerta a reclamaciones particulares
El Tribunal Constitucional (TC) ruso resolvió ayer una larga disputa entre el Parlamento y el presidente que permitirá a Rusia conservar la mayor parte de los fabulosos tesoros artísticos confiscados a los alemanes al final y después de la II Guerra Mundial. La decisión establece una clara diferencia entre países agresores (que no tienen derecho a la restitución) y aliados o víctimas del nazismo (que sí lo tienen).
También parece dejar abierta la puerta a reclamaciones individuales, por ejemplo, de judíos alemanes o polacos víctimas del holocausto. No es una bagatela. Se trata de centenares de miles de documentos y obras de arte, como una Biblia de Gutenberg, el tesoro de Troya, muebles, cerámicas, porcelanas y cuadros de Rembrandt, Van Gogh, Rubens, Durero, Goya, Matisse o Picasso, entre otros.Poco se sabía del paradero de estos fondos hasta 1991, en plena agonía de la perestroika, cuando se reveló que se conservaban, por ejemplo, en cámaras secretas del Museo Pushkin de Moscú o el Ermitage de San Petersburgo.
El presidente ruso, Borís Yeltsin, acordó con el entonces canciller alemán, Helmut Kohl, iniciar el proceso de devolución. Eso suscitó la reacción de la Duma, dominada por los comunistas y sus aliados, que aprobó una ley que considera los tesoros de propiedad estatal, en compensación por la rapiña de los nazis en territorio de la URSS y la muerte durante la guerra de más de 25 millones de civiles y soldados soviéticos. El Consejo de la Federación (Cámara alta) respaldó también el texto.
Yeltsin opuso su veto, el Parlamento lo salvó y, cuando el presidente pretendió oponer un segundo veto, el Constitucional le negó ese derecho. El líder del Kremlin recurrió por supuestas irregularidades en el proceso de aprobación y contra el fondo de la ley, que, en su opinión, ignora el derecho a la propiedad privada y la prevalencia de los tratados internacionales.
El Tribunal ha dictado una resolución salomónica, que permite cantar victoria a las dos partes y que augura largos años de reclamaciones, en las que probablemente regirá el principio de la "devolución mediante compensación".
Nikolái Gubenko, vicepresidente del Comité de Cultura de la Duma, ya ha anunciado que la Cámara tomará medidas legislativas adicionales en el caso de que Yeltsin aproveche huecos en el texto para actuar por su cuenta y efectuar algunas devoluciones.
El director del Ermitage, Mijaíl Piotrovski, satisfecho con el fallo del Constitucional, ha puesto el énfasis en que el arte es "un fenómeno espiritual que pertenece a todo el mundo". Es decir, que lo más importante es que esas obras maestras sean expuestas a la admiración pública.
La rapiña artística no fue ni mucho menos caótica. Stalin vistió de uniforme a todo tipo de expertos que se llevaron a Rusia, a veces en trenes especiales, lo mejor de los museos estatales y las colecciones privadas de Alemania y otros países por los que pasó el Ejército Rojo.
A su muerte, Nikita Jruschov organizó, con gran aparato propagandístico, la devolución de lo expoliado en territorio de la República Democrática Alemana. Eso permitió, por ejemplo, el regreso a Berlín del altar de Pérgamo.
Hitler rivalizó con su gran enemigo en la codicia por el arte ajeno. Ambos pretendían crear, a cualquier precio, el más fabuloso museo del mundo. Entre lo que se llevaron los soldados alemanes figuraban 40.000 de las 41.000 piezas del Museo de Arte Ucranio de Kiev y más de 1.000 iconos antiguos de Smolensk. Una comisión especial fijó en 564.723 las obras de arte robadas o que fueron destruidas por el Ejército nazi.
Se desconoce el paradero de la mayoría de ellas, y los rusos se quejan de que los alemanes muestran poco empeño en buscarlas. Nada se sabe, por ejemplo, de la legendaria Cámara de Ambar, una serie de paneles recubiertos con más de 100 toneladas de esa resina, espejos y mosaicos de piedras preciosas.
Estaba en el palacio zarista de Tsarkoe Seló, cerca de San Petersburgo, y fue vista por última vez en 1945, en Konigsberg (actual Kaliningrado). Hace años que se prepara una réplica, pero la crisis económica rusa hace interminable el trabajo.
Babelia
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