La pintura vasca del siglo XX ya es tradición La Kutxa muestra en San Sebastián una selección de los 81 artistas más innovadores y creativos
La exposición Pintura vasca del siglo XX, que hoy se inaugura, la principal iniciativa cultural que ha organizado la Kutxa este verano dentro de su programa de obra social, muestra la intensa evolución que ha experimentado el arte pictórico en Euskadi en los últimos cien años. La muestra incluye a un total 81 pintores, de cada uno de los cuales se muestra una obra, y tiene su punto de partida en Adolfo Guiard y Darío de Regoyos, los pioneros que introdujeron el impresionismo en la retina cotidiana y abrieron la puerta a las vanguardias. Una tendencia innovadora que se ha ido sucediendo durante todas estas décadas hasta este final de siglo en el que la fotografía y las nuevas tecnologías se están imponiendo como formas de expresión artística. Según Santiago Arcediano, crítico de arte y comisario de esta exposición junto a Iñaki Moreno Ruiz de Egino, los cien años que recoge la muestra, abierta durante todo el verano en la sala Garibai (Garibai, 20) constituyen una demostración evidente de que el siglo XX ha sido clave en la consolidación de una tradición artística que se ha convertido es un signo de identidad del País Vasco tan importante como la cultura industrial. Otra mirada La exposición comienza con los padres del arte vasco que, no por casualidad, son hoy maestros de la pintura universal. Las inquietudes renovadoras de un Guiard o un Regoyos fueron aplicadas con su personal estilo por Ignacio Zuloaga, Francisco Iturrino y Juan de Echevarría, influidos también por el fauvismo de su amigo Matisse. O los hermanos Valentín y Ramón de Zubiaurre, que retratan con su toque cubista el paisaje de Castilla y el de la costa vizcaína. Una época caracterizada por un magnetismo del que Aurelio Arteta es el artista emblemático, el que imprime a su arte otra mirada, la de la inquietud social del apogeo de la época industrial. Los años treinta ven consolidarse el neocubismo de Vázquez Díaz, Bienabe Artía o Montes Iturrioz, y las vanguardias de Nicolás de Lekuona o Narciso Balenciaga, estos últimos amigos de un Jorge de Oteiza jovencísimo que ya despuntaba como escultor vanguardista antes de su marcha a América para regresar, en los años 50 como impulsor del grupo de Aránzazu, avanzadilla de uno de los momentos más creativos del arte vasco este siglo. Pasados los años de posguerra, la época en la que los retratistas como Jesús Olasagasti coexisten con paisajistas como Antonio Valverde, surgen otros jóvenes pintores, entre ellos Mentxu Gal y Luis García Otxoa, a quienes influye decisivamente la entonces moderna escuela de Madrid y su máximo representante Benjamín Palencia. El grupo El Paso que precedió a los años sesenta sería el movimiento que abrió las puertas a la nueva pintura que abandonaría de forma decisiva la figuración.
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