La Comisión Europea da su visto bueno al principio del precio único del libro
La decisión establece que el libro es un bien sujeto a las reglas de la diversidad cultural
La Comisión Europea bendijo ayer el principio del precio único del libro. Lo hizo para un caso específico, el del comercio entre Austria y Alemania, pero sus implicaciones van más allá. Se sentó el precedente de que el libro no es sólo un bien económico sujeto a las reglas generales de la competencia, sino, sobre todo, un bien cultural, cuya comercialización debe atender prioritariamente a otras reglas, las de la diversidad cultural.
El enérgico comisario de la Competencia, Karel van Miert, perdió ayer una importante batalla. Pretendía abrir un procedimiento de infracción al considerar que los acuerdos Sammel Revers entre libreros y editores de Austria y Alemania, en virtud de los cuales se establece un precio fijo para el libro desde hace prácticamente un siglo, atentaban contra la libre competencia en el mercado común. Van Miert sostuvo que su propuesta no afectaba a las decisiones internas de los Estados miembros, sino sólo al comercio transfronterizo entre dos Estados de la Unión, aunque si su propuesta prohibicionista del precio único se hubiera impuesto se habría establecido un claro precedente para prohibir el precio fijo en el interior de los mercados nacionales de los Quince. Para Van Miert, el precio único supone una práctica restrictiva de la competencia completamente inaceptable.
Frente a esta posición, el comisario de Cultura, Marcelino Oreja, aun reconociendo que el precio fijo supone una limitación de la competencia, sostuvo que hay otros valores incluso superiores, como el de la diversidad cultural, que conviene salvaguardar, según impone el Tratado de Amsterdam en su artículo 151.
En la discusión mantenida ayer por la Comisión de Jacques Santer, el comisario español recordó que apoyan su postura tanto el Consejo Europeo -en la cumbre de Colonia- como el Parlamento Europeo, el Consejo de Europa y la Unesco. Once de los 15 gobiernos de la Unión Europea (UE) mantienen el precio fijo, argumentó.
Consecuencias
Pero, más allá de ese pragmatismo del poder, resulta que las consecuencias de este régimen han sido positivas, destacó Oreja. Así, el crecimiento del número de títulos publicados en Alemania entre 1993 y 1997 ha sido uno de los más importantes en el mercado mundial (un 16%); el número de novedades en ese país es "impresionante" (el 75% del conjunto de las publicaciones en 1997); el número de compañías editoriales también ha crecido exponencialmente (de 1.776 en 1982 a 2.115 en 1998), mientras que en Estados Unidos el número de editoriales es un 5% inferior al alemán, para una población tres veces superior, y las librerías en Alemania han pasado de 5.025 en 1994 a 5.172 en 1997. Más aún. En las ciudades de 20.000 a 50.000 habitantes, el número de librerías oscila de 4,7 en Austria o 3,2 en Alemania, países ambos que siguen el régimen de precio fijo, a 1,7 en el Reino Unido o 0,75 en EEUU, países con régimen de precio libre. Bélgica, que abandonó el régimen de precio fijo en 1984, registró una reducción de librerías del 60%.
De forma que si a lo mejor la pura doctrina de la competencia halla fuertes argumentos contra la fijación del precio, la práctica demuestra que el régimen del precio fijo conlleva consecuencias positivas en términos de pluralidad de productores y distribuidores y de beneficios para el consumidor cultural. La posición de Oreja y los comisarios que le apoyaron no era cerrada. Preguntaron a Van Miert si disponía de datos concretos que demostrasen el carácter perjudicial para la competencia y la diversidad cultural del régimen de precio fijo. En ausencia de ellos rechazaron la prohibición del régimen austro-alemán. Como dijo el presidente Jacques Santer al final del encuentro del Ejecutivo -el último que presidía-, "el criterio de la competencia no es el principal en este caso, pues debe tenerse en cuenta la dimensión cultural del libro", protegida por el Tratado de Amsterdam.
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