El actor argentino Darío Grandinetti afirma que no existe el cine de su país
Se presenta 'El día que murió el silencio' y se reestrena 'El lado oscuro del corazón'
El rostro de Darío Grandinetti es el del pícaro Abelardo de El día que murió el silencio y el del romántico Oliveiro de El lado oscuro del corazón. El estreno de la primera, del director Paolo Agazzi, el próximo 2 de julio, será el de la única película boliviana de 1998. La segunda, el gran éxito de Eliseo Subiela, se reestrena otra vez hoy en Madrid y Barcelona después de ocho años. "El cine argentino no existe, sólo existe el cine de algunos locos como Subiela o Aristaráin, pero nada más", afirma el actor, que, nacido en Rosario hace 40 años, es una de las estrellas indiscutibles de su país.
"Paolo Agazzi es un italiano que desde hace treinta años vive en Bolivia, es uno de esos locos increíbles gracias a los que el cine todavía sobrevive en Latinoamérica", afirma Grandinetti, un actor cuya expresiva y potente voz delata su oficio. "Cuando él me envió el guión para su película, sabía que tendría ese grado necesario de locura que hace interesante cualquier proyecto". El día que murió el silencio narra la llegada a un pequeño pueblo de un locutor que instala allí una radio (Radio Nobleza). Los vecinos pagan una pequeña cantidad de dinero para expresar a través de las ondas todo lo que una vez quisieron decir y no pudieron, sacando a relucir los secretos y rencillas que convierten a este filme en una extraña tragicomedia. "Mi personaje es un tipo que elige un medio noble como la radio para unas intenciones que no son tan nobles. Acepté el papel porque sentí que se trataba de un personaje que me daría satisfacción interpretar". Grandinetti asegura que es actor "por el placer de jugar a ser otro". "Y cuando digo jugar, lo digo en el sentido más noble de la palabra, juego a ser otro en serio". El actor entonces relata una conocida anécdota ("creo que era más o menos así") entre Al Pacino y John Gielgud: "Coincidieron en una cena y Pacino contó cómo una vez para interpretar a un vagabundo había pasado una noche durmiendo a la intemperie para acercarse al personaje. Llegó por la mañana al plató sin dormir y destrozado, y, por supuesto, logró una interpretación brillante. Gielgud, sin embargo, al escucharle, dijo: "No logro entenderlo, simplemente, porque no actuó".
El actor, una verdadera estrella en su país, que ha trabajado en dos películas españolas (Las cosas del querer II y Sus ojos se cerraron, ambas de Jaime Chávarri), dice que sigue aferrado al "mito" del teatro -"aunque lo peor del teatro es que se trabaja los domingos, y a mí los domingos me gusta quedarme en casa con mi mujer, soy muy vago"- porque sobre un escenario existe la posibilidad de "haciendo lo mismo cambiar cada día. El cine, por el contrario y para bien y para mal, tiene la imposibilidad de cambiar el instante o de atraparlo".
Para el actor argentino, el cine en Latinoamérica sobrevive gracias a unos cuantos "locos" capaces de arriesgar lo que sea por hacer una película, por eso es fácil criticar que se repitan los temas, que se abuse del cine político o del realismo mágico ("si hubiera más cine, habría más temas, películas peores, pero también mejores"). "Eliseo Subiela hipotecó su casa, puso en riesgo su matrimonio y el bienestar de sus hijos por El lado oscuro del corazón. Le salió bien, tuvo mucho éxito, la película incluso se repone, pero a pesar de todo no pudo hacer otra hasta tres años después. El cine en Latinoamérica está en absoluto estado de abandono y, como mucho, genera piedad. La única fórmula es sobrevivir gracias a coproducciones con otros países que tienen algo parecido a una industria y poco más. En Argentina se habla del cine de tal autor o de tal director, pero jamás del cine argentino porque sencillamente no existe. El éxito de Subiela, Aristaráin o Agresti no tienen nada que ver con el cine argentino, sino con su empeño personal".
Estar o llegar
Grandinetti, que habla de "la presión y la angustia" con la que se trabaja cuando falta una mínima estructura cinematográfica, se retuerce cuando le preguntan si "su carrera" está enfocada hacia Europa. "De entrada, yo no considero mi trabajo en términos de carrera, yo no quiero llegar a ningún lado. No he llegado a Europa, ni a España ni a Madrid. Estoy en Europa y en Madrid, ni más ni menos que lo que significan esas palabras".
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.