La armonización capitalista
IMANOL ZUBERO La fiscalidad vasca y navarra, producto raro y precioso del régimen foral que adquiriera carta de naturaleza democrático-liberal con el pacto constitucional, está amenazada por el proceso de construcción europea. El comisario de la Competencia, Karel van Miert, considera a los sistemas fiscales del País Vasco y de Navarra como un inaceptable caso de dumping fiscal, un anacrónico residuo legal poco respetuoso con las reglas del mercado para atraer inversiones (iba a escribir "extranjeras" pero, en la práctica, toda inversión lo es: el dinero no conoce lealtades nacionales). Desde su perspectiva, los regímenes forales constituyen un obstáculo para la necesaria armonización fiscal en el seno de la Unión Europea que, además, pueden abrir la espita de la reivindicación de mayores cotas de control sobre la fiscalidad en otras regiones europeas. Al final va a resultar que España nos entendía mucho mejor que lo que nos entiende Europa. Pero si hay algo que horroriza al capitalismo informacional es la armonización. Si algo hace que el capital se mueva es la búsqueda obsesiva de ventajas, ya sean éstas absolutas o comparativas. Una Europa efectivamente armonizada en su fiscalidad, en sus costes salariales, en sus derechos sociales, sería tan poco atractiva para los capitales como participar en un baile de clónicos. La búsqueda de costes menores (de mayores beneficios) no sólo mira a los superexplotados países del Tercer Mundo, también a algunos de los países más desarrollados, como es el caso del Reino Unido, conocido en algunas publicaciones especializadas como "el Hong Kong de Europa". Hay regiones europeas que se van constituyendo como más atractivas que otras a la hora de atraer nuevas inversiones o de mantener las empresas. ¿Las razones de este atractivo? Bajos impuestos de sociedades, suelo abundante, energía barata, buenas telecomunicaciones, salarios comparativamente menores, costes sociales más bajos, organización sindical más débil, etc. Una de sus consecuencias es la exacerbación de la competencia, sin reglas que valgan, entre regiones con el fin de atraer las tan ansiadas y escasas inversiones que puedan generar nuevos puestos de trabajo. Porque no se trata ya de que empresas con pérdidas busquen condiciones mejores para su producción, no: se trata de empresas con beneficios que buscan lugares donde obtengan beneficios aún mayores (sin reparar en las consecuencias de su traslado). El problema sólo es, declaró el presidente del Bundesbank Hans Tietmeyer en febrero de 1996 ante el foro económico mundial de Davos, "que la mayoría de los políticos siguen sin tener claro hasta qué punto están hoy bajo control de los mercados financieros e incluso son dominados por ellos". "El fundamentalismo del mercado ha entregado las riendas al capital financiero", denuncia por su parte el arrepentido George Soros. Es verdad que la globalización afecta a todo el planeta, pero también es verdad que no todo el planeta está incluido en el sistema global. En realidad, la mayor parte del planeta y de sus poblaciones humanas no lo están: se conectan globalmente sólo aquellas regiones y poblaciones que resultan atractivas para las empresas globales. Conducido por los intereses económicos, el proceso de globalización se convierte en un tren de alta velocidad que pone en relación sólo aquellos lugares interesantes para los capitales, dejando al margen todos aquellos otros que no ofrecen expectativas de rentabilidad. El sociólogo Manuel Castells ha escrito que en las actuales condiciones históricas una proporción importante de la población mundial está pasando de una situación estructural de explotación a una posición estructural de irrelevancia. El capitalismo informacional no busca la armonización, sino la diferencia. Quiere poder elegir entre regiones y territorios. Pero no quiere que la diferencia la gestionen los poderes públicos. Sabe perfectamente que el miedo a la irrelevancia, mucho más fuerte que el temor a la explotación, garantiza una variedad de poblaciones disciplinadas entre las que elegir.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Archivado En
- Relaciones autonómicas
- Federalismo
- Navarra
- Subvenciones
- Opinión
- Financiación autonómica
- Comunidades autónomas
- Política exterior
- Hacienda pública
- Política autonómica
- Administración autonómica
- Ideologías
- País Vasco
- Tributos
- Relaciones exteriores
- España
- Empresas
- Finanzas públicas
- Finanzas
- Administración pública
- Política
- Ayudas públicas
- Política económica
- Economía