Regreso a Kosovo
Los horrores cometidos por fuerzas serbias en Kosovo empiezan a surgir a la luz a medida que las fuerzas de la OTAN se despliegan en el territorio. Por mucho que se anticipara su descubrimiento, las fosas comunes -los británicos estiman que han sido eliminadas unas 10.000 personas-, las cámaras de tortura o el uso de escudos humanos sublevan la conciencia de lo que ha sido otra terrible limpieza étnica en Europa. La labor del Tribunal Internacional para la Antigua Yugoslavia se va a reforzar con la ampliación de los poderes a la Kfor para detener a los responsables de estos crímenes contra la humanidad. Pero no se ha hecho una guerra para que lleguen otros torturadores, esta vez del Ejército de Liberación de Kosovo (ELK), y se ensañen, como ha sucedido en Prizren, contra albanokosovares que supuestamente colaboraron con los serbios. Cada día que pasa se hace más urgente controlar al ELK, que la OTAN contribuyó a potenciar para acosar a las fuerzas serbias y que ahora se puede convertir en un problema mayúsculo. Unidades de la Kfor han desarmado a algunos grupos, pero su rápida desmilitarización, e incluso desarme, es indispensable para asentar la paz.
La acumulación de pruebas sobre las atrocidades de las fuerzas serbias contrasta con la ansiedad por regresar de tantos refugiados albanokosovares que han desbordado las previsiones y provocado un cierto desorden. Tan admirable es esta voluntad de regreso como lamentable el que miles de serbios que vivían también en Kosovo se sientan empujados a huir. Corregir el desastre humano causado por Milosevic no debe llevar a provocar otro, esta vez con víctimas serbias. Quemar monasterios ortodoxos no es la manera de construir un futuro que tarde o temprano tendrá que pasar por forjar un espacio común en toda la región. Ha llegado la hora de reconstruir. Los países occidentales y ricos no deben ser cicateros a la hora de traducir las intenciones en planes concretos. En todo caso, las ideas no faltan, como se está viendo en la cumbre del G-8 en Colonia.
Esta medianoche, o quizá incluso unas horas antes del plazo previsto, debe concluir la retirada de las fuerzas serbias, mientras prosigue el despliegue de una Kfor cuya misión es garantizar la seguridad de todos los habitantes de Kosovo. Con el acuerdo para la participación de 3.600 soldados rusos -no hay dinero para más en Moscú- en tres sectores diferentes de la operación de pacificación se ha evitado un triple peligro: la ruptura de la unidad de mando que hubiera socavado la efectividad de la Kfor; una partición de hecho de Kosovo si los rusos hubieran dispuesto de un sector propio, y que Rusia, en lugar de tomar parte en la solución, se convirtiera en parte del problema.
El acuerdo militar y la participación hoy de Yeltsin en la última jornada de la cumbre del G-8 son una buena ocasión para empezar a recomponer las relaciones de Occidente con Rusia. No será fácil. Menos después de que la Duma haya votado por unanimidad a favor del procesamiento de Solana como criminal de guerra por el ataque a Yugoslavia. Pero por mucho que esa votación refleje un resentimiento enconado hacia la OTAN, no pasa de ser un gesto demagógico para consumo interno. Los diputados rusos han tenido buen cuidado de excluir de la condena política a Clinton o a Schröder, y, en general, a los jefes de Gobierno que decidieron el ataque, porque ellos manejan la chequera de la que dependen los nuevos créditos que Rusia necesita. Pero se necesita más que dinero para recomponer las relaciones con Rusia: convencer a los propios rusos de que también son parte de Europa.
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