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Bloomsday: el siglo del 'Ulises'

El autor, profesor en la Universidad estadounidense de Brown, recuerda el aniversario de la publicación del 'Ulises', la emblemática obra del irlandés James Joyce

Se conmemora hoy lo que seguramente se podría llamar el día de la lectura: el día en que ocurre Ulises, de James Joyce, la mejor novela del siglo escrita en inglés, según la lista de 100 títulos que divulgó hace poco la Modern Library de Nueva York. La novela ocurre durante las 24 horas del 16 de junio de 1904, en Dublín, en homenaje al día en que Joyce empezó a enamorar a Nora, su mujer. Ella fue su musa y tierra firme, pero cuando salió la novela, el 2 de febrero de 1922, para coincidir con los 40 años del autor, Nora no pudo leer más de 27 páginas, incluyendo la del título, bromeaba Joyce. El doctor Jung se quedó dormido en la página 50, y al despertar se sintió obligado a interpretar ese acto fallido. A Bernard Shaw le resultó "horriblemente real", porque había "caminado en esas calles". Joyce, es verdad, había concebido su novela como una lectura de Dublín; y dijo que se podía entrar a ella por cualquier página como a la ciudad por cualquier calle. Pero su realismo escabroso era parte de su lectura mayor: hacer de la vida cotidiana un principio de lo excepcional. La vivacidad y nitidez del lenguaje, su luminosa energía poética, convierte a lo banal en epifánico.

Edna O"Brien acaba de recordarnos que Ulises fue primero visto como "técnicamente monstruoso, antihumanista, sucio y excremental", porque había roto los tabúes sexuales "de la Irlanda sagrada, la Inglaterra victoriana, y los Estados Unidos puritanos". Ya en 1920, la Oficina de Correos de Estados Unidos confiscó y quemó la revista que serializaba la novela. Acusada por la Sociedad para la Supresión del Vicio, la revista fue juzgada por imprimir obscenidades, multada y prohibida de seguir publicando Ulises.

No menos feroz fue la reacción de escritores y críticos convencionales, que le negaron todo lugar en la escena literaria sin entender que Joyce la transformaba para siempre, haciéndola más libre. Como ha escrito Guy Davenport, "ningún libro, salvo Don Quijote, ha sido más consciente que Ulises de su lugar en el tiempo". Ese lugar es el de la lectura inclusiva, múltiple, irrestricta. Lo ridículo remite a lo trágico, lo trivial a lo mítico, lo grotesco a lo poético; y, en la tradición cervantina, la lectura se convierte en una interpretación libre del mundo. O sea, en la puesta en duda de sus códigos.

No extraña que el libro mismo siga siendo objeto de la polémica. La última tiene que ver con el encarnizado debate académico sobre las ediciones del Ulises, que buscan desautorizarse unas a otras, enmendando de paso al autor. Joyce favoreció la idea de que su lectura no era sólo literal cuando reveló, astutamente a través de su mejor crítico, el plan de la obra, según el cual cada capítulo correspondía a un canto de la Odisea, a una hora del día, a una parte del cuerpo, a un color, etcétera.

El Bloomsday congrega hoy a los fanáticos que recorren Dublín según el mapa de la novela, se desayunan, como su héroe, con riñones fritos, y leen en voz alta a lo largo del día. Pero visitar la novela es mejor tributo a su aventura, todavía animada por la ironía sublime de su poesía mundana.

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