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Un nuevo aire refresca la Bienal

El comisario Harald Szeemann salva provisionalmente la crisis de esta muestra

Todo es de magnitud extraordinaria en la Bienal, desde su antigüedad hasta sus dimensiones, pues no sólo se extiende por Venecia, sino que cuenta con la participación de dos centenares de artistas entre los seleccionados por el comisario general para la muestra titulada Apertutto y los presentados en los 41 pabellones que exhiben la obra de unos 50 países. Aun así, solera y extensión física, se esperaba con ansiedad lo que podría ocurrir en esta última Bienal del XX, que había sido puesta bajo la responsabilidad del suizo Harald Szeemann, un curtido profesional en la materia. ¿Por qué estas dudas? En primer lugar, por los no muy convincentes resultados artísticos cosechados por las últimas ediciones, cuya mediocridad no era imputable siempre al desacierto de sus comisarios. De hecho, en esta década asumieron esta responsabilidad personalidades como Achille Bonito Oliva, Jean Clair y Germano Celant.

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La causa para esta crisis acechante no es simple, sino que afecta a todos lo niveles, el estético, el organizativo, el económico. Desde el punto de vista estético, por ejemplo, la desaparición de la vanguardia resulta muy comprometedora para iniciativas que históricamente basaban su prestigio en ella, como la Bienal. Pero, al no servir ya este patrón artístico vanguardista como legitimación, era imprescindible cambiar el planteamiento organizativo, lo cual, dada la envergadura del evento, suponía y supone un riesgo económico aterrador.

Ante este panorama, ciertamente Szeemann no ha podido afrontar ninguno de los problemas de fondo que asedian a la Bienal, pero, por lo menos, ha sabido dar una salida airosa a esta edición. Por una parte, ha sido muy ambicioso a la hora de buscar nuevos espacios físicos que resaltasen la obra de los artistas, no conformándose con el ámbito tradicional de las Corderie del Arsenal, que ha sido prolongado con los adyacentes de los depósitos de Artiglierie, Tesse y Gaggiandre, así como sus pasillos de intercomunicación; por otra, ha rehuido las declaraciones retóricas de principios y se ha puesto al servicio de lo que los artistas podían dar de sí. Con lo primero, Szeemann no sólo ha ganado un nuevo y pintoresco espacio para exhibir obra, sino también particularmente adecuado para el tipo de instalaciones que frecuentan hoy más los artistas, mientras que, con lo segundo, ha recuperado un aire de ilusión estimulante.

En cuanto a los artistas seleccionados por él, enseguida se adivina la mano profesional y equilibrada de quien lleva varias décadas en este tipo de trabajo y, por tanto, de quien no necesita deslumbrar a nadie haciéndose notar a costa del arte. En este sentido, que esté presente Bourgeois, nacida en 1911, y Vesna Vesic, que lo ha hecho en 1975, demuestra que hay creadores de casi todas las generaciones, una amplitud de criterio que se repite también en cualquiera de los otros puntos potencialmente conflictivos de la selección, ya sea en función de equilibrio entre continentes y países, sexo, y, por supuesto, tendencias, técnicas o actitudes. Lo mejor de esta postura equilibrada de Szeemann es que no da la impresión de ser una componenda estética ni política. Se trata, en definitiva, de una selección que, sin caer en el sectarismo, tampoco es, en absoluto, ecléctica ni oportunista.

Por todo ello se puede decir que Szeemann ha hecho quizá la mejor Bienal entre las hoy posibles. Por lo demás, conviene recordar que Szeemann fue el que promovió, a comienzos de los ochenta, la idea de crear la exposición Aperto, la primera alternativa seria que se concibió para seguir manteniendo el interés por una muestra de arte actual sin contar con la legitimación vanguardista. Hay que recordarlo porque casi veinte años después ha vuelto a remozar esta idea con el nuevo reclamo de Apertutto.

Apertutto contiene obras de un centenar de artistas, con lo que se comprende que es imposible dar cuenta, ni siquiera nominal, de todo ello en un artículo de estas características. En todo caso, llamaré la atención sobre algunas obras que personalmente me han impactado más y lo haré siguiendo el orden de los tres ámbitos de exhibición que acabo de describir. Así, comenzando por el Pabellón Central, destacaré la pieza de James Lee Byars, las salas dedicadas a Louise Bourgeois, Dieter Roth, Mario Schifano, Qiu Shihua, Douglas Gordon, Sigmar Polke, Franz Gertsch, Gino de Dominicis, Wolfgang Laib, Wang Du, Ai Waiwei, Wang Xingwei; en las Corderie, el vídeo de Bruce Nauman -quien, junto a Bourgeois, ha recibido el León de Oro por toda la trayec-toria-, las fotografías de Balthasar Burkhard, los puentes de Chris Burden, los vídeos de Antoni Abad, el montaje de Tim Hawkinson, el edificio de Wolfgang Winter y Berthold Hörbelt, la instalación de Wang Jin, los tejidos de Ghada Amer, los vídeos de Grazia Toderi, la cementera de plástico de Wim Delvoye, las fotos y vídeo de Zhan Huan, las fotografías de Frank Thiel o el vídeo de Vesna Vesic. Por último, entre las instalaciones ubicadas tras las Corderie, las de Richard Jackson, Stephan Huber, Chen Zen, Lori Hersberger, Kcho.

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