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Tribuna
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Cuestión semántica

La histeria de las pasadas semanas parece, al menos de momento, superada en la OTAN. Aunque siga prevaleciendo en la opinión pública de algunos países, entre ellos el nuestro, agitada como está por los éxitos propagandísticos del régimen de Milosevic que tan obsequiosamente difunden los medios de comunicación invitados especiales en Belgrado. Atrás parece quedar por fin la competencia entre algunos líderes occidentales por sacarse de la mano la propuesta más compasiva con el régimen serbio. A estas alturas de la tragedia, los llamamientos a la suspensión de los bombardeos para que Milosevic pueda "meditar" o "mostrar su buena fe" sólo pueden explicarse como iniciativas populistas y oportunistas o demostración palmaria de incapacidad de entendimiento. Toda suspensión de los ataques sería un regalo a Milosevic, que presentaría esta medida como un triunfo y la utilizaría, además, para reagrupar sus fuerzas en Kosovo, cada vez más aisladas, desarboladas y desmoralizadas. Es decir, sería la perfecta iniciativa para prolongar la guerra y el drama.Después de semanas de titubeos parece, por tanto, de nuevo instaurada la certeza de que los bombardeos continuarán hasta que Milosevic acepte todas las condiciones, y especialmente la retirada de sus tropas y bandas paramilitares y el retorno de todos los refugiados bajo la protección de una fuerza internacional liderada por la Alianza Atlántica. Por desgracia, no todos los crímenes cometidos por el régimen de Belgrado son reparables. De los que no lo son -muertes, torturas, violaciones- habrá de ocuparse el Tribunal Internacional. Pero aquellos que lo son, como la deportación de casi un millón de seres humanos, han de repararse por la fuerza, y la comunidad internacional es consciente de que debe comenzar a hacerlo antes de que llegue el duro invierno balcánico. El regreso de los kosovares a sus hogares debe comenzar antes de las primeras nieves, aunque también allí se vean obligados inicialmente a vivir en tiendas de campaña.

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De ahí la intensificación de los bombardeos y la proliferación de nuevos objetivos. De ahí el anuncio de la casi triplicación de fuerzas terrestres a desplegarse en Albania y Macedonia que acaba de ser anunciada. Y de ahí también la evacuación de los refugiados de las zonas más cercanas y expuestas a lo largo de la frontera con Kosovo. Las diferencias manifiestas entre diversos aliados sobre la posibilidad o necesidad de una intervención terrestre van lentamente convirtiéndose en una mera cuestión semántica. Porque si Milosevic no se aviene en las próximas semanas a la entrada de estas tropas internacionales en Kosovo, muy pronto puede que tenga que tolerarla sin capacidad de resistencia alguna sobre el terreno. La intervención terrestre se produciría así sin aprobación explícita de Belgrado pero en un entorno "libre de hostilidades" por la impotencia de las fuerzas serbias a combatir en Kosovo más allá de alguna escaramuza.

Porque la división interna de la OTAN y la unidad incondicional de los serbios en la defensa de Kosovo, que tanto auguraban los adversarios de la intervención, han demostrado ser hipótesis falsas ambas. En Serbia ya sólo hablan de lucha hasta el final los voceros del régimen y los criminales de guerra como Arkan, precisamente aquellos que a lo largo de los 10 años de conflicto en los Balcanes han demostrado ser mucho más duchos en matar mujeres, ancianos y niños que en combatir contra un ejército medianamente serio.

Por supuesto que siempre será mejor que Milosevic acate las condiciones, convencido por Víktor Chernomirdin o cualquier otro mediador. Ahorraría en todo caso vidas y la prolongación del sufrimiento de todos. Pero cada vez es menos necesario. La población serbia puede seguir cabalgando sobre el nacionalismo. Pero no quiere morir por Kosovo. Y menos por Milosevic. Éste lo sabe. Cada día que pasa son más los serbios que quieren que sea él quien pague por la desgracia en que los ha sumido. Milosevic aún puede ceder algo. Pero pronto sólo le quedará capitular. Se le acaba el tiempo.

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