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Tribuna
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Una personalidad irrepetible

Los que el 3 de febrero del pasado año estuvimos en el abarrotado Salón de Actos del Colegio de Ingenieros de Caminos de Madrid, no olvidaremos a Santiago Calatrava. Nos fue contando, en respuesta a mis interrogaciones, sus raíces familiares y mediterráneas. Recordó, también, su paso por la Escuela de Bellas Artes y Arquitectura de Valencia y los motivos que le impulsaron a trasladarse a Suiza para estudiar ingeniería en la prestigiosa Escuela Politécnica de Zúrich. Tenía 30 años cuando empezó a trabajar profesionalmente. La importancia de tan sólida formación, que no se subraya suficientemente en su biografía, es lo que, sin duda, hizo posible que pocos años más tarde Santiago fuese ya una referencia ineludible en la historia de la construcción, que es parte de la historia del arte.Mucho se conoce de las obras de Santiago y mucho menos de su personalidad irrepetible. Su obra ocupa un territorio fronterizo entre la ingeniería y la arquitectura, en el que habita la soledad y atrae a los solitarios. Santiago vive con Tina, su mujer, y sus cuatro hijos, en una hermosa casa en el borde del lago de Zúrich, donde tiene su estudio principal que le sirve también de lugar para exponer sus pinturas, sus esculturas y sus proyectos, en los que, por cierto, todas las notas escritas lo están en castellano. Allí trabaja, entre viajes, en una soledad creativa, alejado de capillas profesionales y sociales. No olvidaré la hermosa mañana que pude compartir con él, y en la que me dejé seducir, como tantos otros, por su personalidad y por su obra. Lo que no me impide ser uno de sus críticos.

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Hay aspectos de su obra que son ciertamente discutibles. Tal vez provocar el debate sea uno de sus méritos. Pero no lo es, aunque él no lo haya pretendido, que le hayan nacido émulos, que no tienen ni de lejos su talento, y que en la estela de lo que se podía llamar el efecto Calatrava buscan obsesivamente la originalidad y tratan de seducir a clientes que esperan asociar su nombre o el de su ciudad a una obra con el deseo de que lleguen a formar parte de la historia.

El acto al que me refería al comienzo se denominaba Interrogaciones a un artista. Ahora el jurado del Príncipe de Asturias ha corroborado con su distinción el carácter artístico de la obra de Santiago. Razón de más para recordar también a Saramago, que observó para delicia de sus lectores que en el pórtico de entrada a la portuguesa iglesia de Golegã está orgullosamente escrito "Memoria soy de quien me construyó". Lo que ciertamente todos debemos tener en cuenta al proyectar y construir obras que, al serlo, pasan a ser patrimonio, siquiera visual, de todos.

Javier Rui-Wamba Martija es ingeniero de Caminos y miembro de la Academia de Ingeniería

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