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52º FESTIVAL DE CANNES

Todo un recital

Guillermo Altares

ENVIADO ESPECIALEl viaje (mejor dicho, la odisea) de Almodóvar para llegar a Cannes no pudo ser más desastroso, pero su estancia en el certamen no ha podido tener un mejor comienzo. El único momento en que el director se puso realmente nervioso no tuvo nada que ver con la responsabilidad de competir por primera vez, con Todo sobre mi madre, en el festival cinematográfico más importante del mundo; sino con Barajas. Tras horas de espera el viernes en el aeropuerto madrileño, tuvo que cortar por lo sano y alquilar un avión privado para poder llegar ayer a la presentación de su película ante la prensa. La broma le salió por un millón de pesetas; pero la inversión mereció la pena.

"Su película me ha conmovido", "Es lo más emocionante que hemos visto hasta ahora", "Ante todo, gracias por su filme". Con estas, o con otras frases similares, comenzaron todas las preguntas de su masiva rueda de prensa, en la que el realizador supo meterse al público en el bolsillo. Acompañado por las actrices que protagonizan el filme, Almodóvar fue la gran estrella, no sólo de la rueda de prensa sino del Festival. Desmadrado, divertido, a veces impertinente, a veces (las menos) serio, el realizador dio todo un recital y demostró porqué su presencia había despertado tantas expectativas entre la prensa internacional. "Yo lo quiero todo", dijo cuando fue preguntado sobre una posible presencia en el palmarés, que se conocerá dentro de una semana. "Pero no aquí. Quiero mucho más de lo que la vida puede ofrecer a un ser humano y no lo consigo, pero no me decepciono y sigo trabajando", agregó.

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Uno de los momentos más hilarantes se produjo cuando el moderador le preguntó sobre las frecuentes comparaciones entre su cine y el de Fassbinder. "En 1983, un crítico italiano escribió que yo era el Fassbinder mediterráneo. Lo hizo con cariño y sonaba muy bien. Los dos éramos gordos, él más que yo; a los dos nos gustaba mucho la cocaína, a él más que a mí, y los dos nos tomábamos libertades con personas de nuestro mismo sexo, él mucho más que yo. Pero él es alemán y yo soy español y ésa es una diferencia muy grande", aseguró y luego dijo al traductor: "A ver si lo dices con la misma gracia que yo".

Otro momento glorioso llegó cuando salió el tema de la tolerancia, uno de los vértices de Todo sobre mi madre, y, como en su película, supo pasar en pocos instantes de lo cómico a lo reflexivo. "España ha vivido en los últimos 20 años un gran acelerón, difícil de mantener. En los últimos tres años, no sé si vamos para atrás o más despacio. Pero es un hecho que Madrid se parece a ciudades europeas como, no sé, Oslo. Una de las grandes pérdidas de la cultura madrileña es que ha desaparecido su noche, que ahora es totalmente europea", dijo entre carcajadas generalizadas. "Pero la democracia española ha dejado un poso de tolerancia difícil de romper: En cuanto a mi película, prefiero no hablar de tolerancia, porque tiene un elemento moral que rechazo. Prefiero hablar de emociones puras", agregó, esta vez entre aplausos.

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Sobre la firma

Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.

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