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52º FESTIVAL DE CANNES

El viejo Sean Connery oscurece a las jóvenes estrellas del 'glamour'

Winterbottom trae un hermoso poema de la mejor estirpe realista

ENVIADO ESPECIALConcursó ayer una pequeña gran película de la más refinada estirpe realista. Es la británica Wonderland, prodigioso relato de una familia de trabajadores londinenses realizado primorosamente por Michael Winterbottom. Pero el cine fue oscurecido ayer por el glamour. Sean Connery, al borde de los 70 años, barrió con su simple presencia al hormiguero de jóvenes estrellas en que se convierte La Croisette.

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Da igual que se aplique una discreta peluca blanca a la gran calva o que ésta le brille redonda bajo los focos. Aparece Sean Connery y las multitudes de mirones que se agolpan aquí estos días sólo tienen ojos para este gigante casi setentón de Edimburgo, recién ennoblecido por la reina Isabel, pero con la advertencia del nuevo sir de que ningún tratamiento reverencial le hará apearse de sus simpatías por el movimiento independentista de Escocia. Es un personaje rotundo, una vieja presencia magnética, que parece tener bula, hasta el punto de que la gente histérica, que aquí abunda, en vez de soltar chillidos y asaltarle a su paso se calla y retrocede, intimidada o seducida. Se habla todavía con admiración del silencio que hace medio siglo creaba a su alrededor la presencia de Spencer Tracy. Algo parecido ocurre ahora con Clint Eastwood (lo comprobamos aquí hace seis años) y con Sean Connery. Ayer, caminando a su lado, Jeremy Irons y Jeff Goldblum parecían dos muchachos de rostro desconocido en busca de trabajo.La fijación del mito popular del Agente 007 y la leyenda de sus poderosos golpes de genio fotogénico en películas como Marnie, El hombre que quiso reinar, Robin y Marian y Los intocables, son caras talladas en la fisonomía de este hombrón con sonrisa no estudiada, una mole humana ágil y con pinta amistosa que sabe distanciarse con ironía de las circenses hazañas cinematográficas que le hacen hacer. Son trolas que su humor convierte en verdades. La trampa es una antología de trolas de Connery, que en esta ocasión conquistan la veracidad porque el eminente actor las desvía sagazmente hasta convertirlas en una serie de sucesivos envites en la graciosa pugna erótica entre su sabiduría y la hermosura de Catherine Zeta-Jones, bajo la que discurre el idilio oculto de la película, que no es nada del otro mundo, sino un pasarratos algo aparatoso que pisa tierra gracias a ese divertido roce de sexos tan discreta y elegantemente conjugados.

El cine puro, y no su variante circense, llegó ayer también de Inglaterra. Wonderland procede de un guión admirablemente escrito por Laurence Coriat, con el que el director Michael Winterbottom y una docena de maravillosos intérpretes, algunos no profesionales, han logrado atrapar con mucha ligereza y montones de verdad algo impreciso, pero muy vivo y distintivo de la identidad de Londres. La presencia de la ciudad en la pantalla es tan fuerte y nítida que uno sale del cine con la sensación de haber recorrido personalmente una y otra vez varias de sus calles, vivido en algunas de sus rinconadas y convivido con un puñado de sus pobladores.

Cuenta Winterbottom: "Lo primero que me sedujo del guión de Wonderland es que proponía una imagen de Londres que reconocía, pero que tuve la impresión de no haber visto jamás en una pantalla. Es la imagen de un enorme mar de seres humanos, compuesto por millones de individuos que intentan conducir sus vidas separadamente. También me sedujo la estructura de la película. Es raro encontrar un guión con tantos personajes y que funcione perfectamente, porque habla de una ciudad y de una familia en el mismo nivel que habla de unos individuos. La rodamos en 16 milímetros y un equipo mínimo. Decidimos no utilizar ningún tipo de luz adicional para no llamar la atención de los transeúntes. Para conseguir esto también utilizamos, en vez de micrófonos, radioemisores. Así, con este método artesanal de rodaje, nos era posible incluir en el filme una dimensión completamente auténtica de la ciudad".

Lo que resulta de esta baratísima película no tiene precio, es una impagable contribución del cine británico al avance de la escuela del realismo europeo. Winterbottom es un joven cineasta irregular y a veces contradictorio, pero en su corta filmografía hay destellos de estilo propio y ahora, en Wonderland, este estilo aflora no en escenas aisladas, sino en el relato considerado como conjunto. No hay quiebras o balbuceos en esta pequeña obra maestra, hecha a pie en las aceras de Vauxhall, Elephant and Castle, Brixton y Soho, un Londres de espaldas a su estampita turística, que muy pronto será recorrido en medio mundo.

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