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ELECCIONES 13-J Municipales

Un pueblo extratemprano

El Ejido crece al ritmo veloz de sus cultivos sin digerir aún su nuevo carácter multirracial

Tereixa Constenla

Vallas publicitarias proclaman las bondades de hortalizas de diseño perfecto y nombre propio como el tomate Daniela. Uno de los pocos lugares del país donde la publicidad incita al consumo de aminoácidos y fertilizantes. El Ejido (52.000 habitantes) ha crecido, al suroeste de Almería, con la misma celeridad que genera cosechas extratempranas. Un idílico modelo económico, con pleno empleo (2,85% de tasa de paro), que digiere a trompicones su nuevo carácter de imán migratorio.El Ejido, comparado en la década de los veinte por Gerald Brenan con el desierto del Sinaí y descrito por Aldous Huxley como "una luz destemplada", es un islote. Una ínsula urbana rodeada de plásticos, que ya ocultan 21.300 hectáreas de su territorio. Y una isla en el mapa andaluz de estereotipos, con individuos tan ajenos a la figura del jornalero subsidiado como del latifundista conservador. La propiedad de la tierra, muy repartida, garantiza que los ingresos (1,2 millones de toneladas de frutas y hortalizas, valorados en 106.351 millones de pesetas, en la campaña 97/98) beneficien a centenares de pequeños productores.

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Pero el vertiginoso desarrollo del municipio, independizado de Dalías hace sólo 18 años, acarrea también los desajustes propios de las sociedades en las que el dinero corre más que la cultura y una amalgama de gentes emigradas busca nuevas señas de identidad colectivas. A los 4.409 inmigrantes residentes en El Ejido con situación regular (permiso de trabajo y/o residencia) se suman, al menos, otros 2.000 que viven al margen de la ley. En total, el 12,3% de la población.

Un desembarco que ha pillado desprevenidas a las administraciones y a los políticos locales. Durante este mandato, el actual alcalde, Juan Enciso (PP), que se presenta a la reelección, ha incentivado las medidas policiales -mando único del Cuerpo Nacional de Policía y el local- para atajar el sentimiento de inseguridad ciudadana. Uno de los efectos perversos de la guetificación inmigratoria (sólo uno de cada cuatro reside en el núcleo urbano) consiste en dos simplificaciones peligrosas: los inmigrantes achacan sus males al racismo y la sociedad de acogida los culpa de la delicuencia.

Los delitos (2.551 en 1998) han disminuido, pero la sensación perdura. "Hay más miedo que posibilidad de ser víctima de un delito", aclara Federico Cabello, jefe de la Comisaría de El Ejido. Un problema más sociológico que policial que atribuye al crecimiento vertiginoso: "La misma generación que recuerda la época en la que dormía con la puerta abierta ha pasado a vivir en un pueblo donde ya no se conocen todos y se cruza en la calle con gentes de razas y lenguas distintas". Sin embargo, en este pueblo de contrastes, donde la exhibición impúdica de la riqueza coexiste con una desmesurada afición por el teatro, nació el movimiento de solidaridad Acoge para atender a los extranjeros y la integración de 300 escolares inmigrantes es ejemplar.

En pocas décadas, el pequeño núcleo familiar que se apelotonaba en paralelo a la carretera se ha desparramado en un caos urbanístico, abigarrado y amorfo, como si las viviendas se hubieran anticipado al planeamiento, los coches a las carreteras y las fortunas a los servicios. En realidad, ha ocurrido así. Entre 1960 y 1990, la población se cuadruplicó: de 10.131 a 41.080 habitantes. Un crecimiento "de gran originalidad en una zona agrícola, que rompe con la tradición de la Revolución Industrial, que liga el aumento de población a la actividad minera o industrial", subraya Pedro Ponce, catedrático de Geografía e Historia. Junto al flujo inmigratorio, Ponce destaca el elevado índice de nupcialidad y la juventud de la población.

La revolución del invernadero ha cambiado la fisonomía territorial a un ritmo demasiado trepidante para anticiparse a sus transformaciones. "Aquello crecía y crecía, pero no sabías dónde podría llegar". Juan Cantón Mira, uno de los pioneros, plantó media hectárea invernada con un préstamo. El beneficio triplicó su inversión. Tres decenios después, está al frente de Canalex, una firma que factura más de 6.600 millones de pesetas y exporta a 20 países. El despegue, según el economista Jerónimo Molina, sería inexplicable sin el factor humano: agricultores ávidos de dominar una técnica novedosa, que les libró de partir con la maleta hacia Europa. "Hoy son de los más abiertos a los cambios tecnológicos", aduce. Una segunda habilidad coadyuvó al éxito: "En 20 años la comercialización se ha puesto en manos de los almerienses. Todo el valor añadido se queda aquí".

El control sigue en manos de los padres del milagro económico, que compensaron su escasa formación con sobredosis de olfato, pero el traspaso generacional está a la vuelta de la esquina. Las riendas pasarán a manos de jóvenes bilingües y expediente brillante. Será la muerte del estereotipo del nuevo rico, hortera y zafio, que se identificó con el agricultor de la zona. ¿Existía? En el concesionario de Mercedes, que vendió 60 turismos en 1998, devuelven el interrogante: "¿Existe sólo la Andalucía de la pandereta?".

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Sobre la firma

Tereixa Constenla
Corresponsal de EL PAÍS en Portugal desde julio de 2021. En los últimos años ha sido jefa de sección en Cultura, redactora en Babelia y reportera de temas sociales en Andalucía en EL PAÍS y en el diario IDEAL. Es autora de 'Cuaderno de urgencias', un libro de amor y duelo, y 'Abril es un país', sobre la Revolución de los Claveles.

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