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Reportaje:EL TRIUNFO DE UN ESCULTOR

París revela la magia corpórea de Ousmane Sow

El maduro artista senegalés, casi desconocido, se impone con una exposición al aire libre de sus guerreros desnudos

Entre el Louvre y la Academia, sobre el puente de las Artes, emergen gigantes y caballos animados por una fuerza y una emoción antiguas. Parecen personajes rescatados de las profundidades inmemoriales de las aguas, cuerpos amortajados por la acción persistente del lodo que guardan asombrosamente intactas sus miradas de terror y de ternura, de cólera y tristeza. Son titanes detenidos en el momento justo de acometer una acción determinante, un movimiento límite, congelados en un gesto, a veces violento, a veces sereno, siempre extraordinariamente expresivo, asombrosamente humano. El espectáculo de la exposición del senegalés Ousmane Sow sorprende y emociona y tiene la virtud de impresionar también a aquellos que generalmente se muestran indiferentes ante la escultura.Ignorado durante años por los críticos modernos que desdeñan las obras puestas al servicio de la narración de una historia, juzgado démodé por su evidente vinculación con la escultura clásica, Ousmane rompe los corsés del arte contemporáneo gracias al poderío que transfiere a sus personajes, a la vida a chorros que emana de esos seres impasibles a la lluvia y a la multitud que se agolpa a diario sobre el puente de las Artes. Frente a la asepsia, este hombre que se inició en la escultura a los 50 años, reivindica a voz en grito la grandeza de la condición humana, lo ineluctable de la cita con el dolor y los sentimientos. Es eso probablemente, lo que le ha convertido en un escultor de moda.

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Un brillante representante del arte étnico

Músculos en acción

París reedita esta primavera la feliz costumbre, adoptada hace unos años con Botero, de mostrar en sus calles la obra de un escultor del siglo. Ousmane Sow es un artista desconocido también para los parisienses aunque algunos de ellos deben, sin duda, recordarle como el rehabilitador físico que a principios de los 70 les ayudaba a recuperarse de sus lesiones. De aquel oficio que le permitió sobrevivir en la capital francesa, mientras fabricaba marionetas articuladas narradoras de fantásticas historias, Ousmane Sow, de 65 años, conserva un conocimiento exhaustivo de la anatomía de los cuerpos humanos y de los animales. Músculos en acción o en reposo, esqueletos y articulaciones sometidos a un tensión extrema, dan prueba de ese conocimiento perfecto aplicado a unas obras que se retuercen hasta lo inverosímil, que aparecen suspendidas en equilibrios casi imposibles.El artista senegalés es, desde luego, un extraordinario modelador de cuerpos que sigue las estelas de los creados por Miguel Angel, Rodin, Giacometti o Bourdelle, aunque en su caso, las deformaciones de los gestos parecen más acusadas y más complejos, incluso, los equilibrios. Esas masas de caballos sorprendidos en fantásticas posturas, ese guerrero suspendido en todo su salvaje esplendor. Parte de la magia que impregna el conjunto de las 68 obras expuestas -la mitad de las cuales evocan la batalla de Little Big Horn-, y particularmente las esculturas de los masais, los zulúes y los peuls, reside en los materiales empleados.

Los seres creados por Ousmane Sow nacen de la tierra y de los materiales de deshecho, chatarra para los esqueletos, paja plástica envuelta en sacos terreros para los cuerpos; todo ello impregnado de una sustancia, de su invención, hecha con colas industriales y multitud de productos químicos que antes de ser utilizada debe mantenerse en maceración durante años. Esa sustancia, cuya composición exacta se desconoce, dado el celo con que Ousmane guarda el secreto, permite fijar los diferentes materiales y protege muy eficazmente a las esculturas de la intemperie, de la lluvia, del viento y del sol. Todavía más: esa mezcla, creada por Sow a partir de una serie de materiales de deshecho que encontró en una fábrica de plásticos contigua a su casa, mantiene intactos los diferentes colores: ocres, preferentemente, pero también amarillos y rojos que distinguen la obra del senegalés del blanco eterno de la escultura neoclásica. Con todo, la conservación no forma parte del universo de obsesiones de Ousmane Sow. "Hay que dejar una parte de libertad al material y a la naturaleza", ha dicho este hombre que vive recluido en su casa de las proximidades de Dakar, decidido, aparentemente, a no dejarse arrollar por el éxito y la notoriedad crecientes.

La obra que estos días cautiva a los habitantes y visitantes de la capital francesa es abiertamente figurativa, casi realista. Llevado por la obsesión de implantar en sus seres la máxima expresividad, el artista utiliza todas las técnicas al uso. Pone dientes a sus figuras, incluidas las que se muestran con la boca cerrada, y ojos hechos con bolas de madera adecuadamente pintadas que hacen que las miradas adquieran una gran intensidad.

¿Pero quién es este africano prácticamente desconocido que a despecho de la evolución lineal de las formas artísticas se atreve a conmover a la gente con un espectáculo iconoclasta, exótico, que bebe en las fuentes clásicas clausuradas oficialmente por el arte moderno, que lleva su irreverencia hasta recrear un wester con indios y vaqueros?. Como no podía ser menos, Ousmane Sow es un artista autodidacta. Nacido en Dakar en 1935, en el seno de una familia de origen peuls, pueblo de pastores que guarda una silueta esbelta y espigada, el artista descubrió la escultura en París, en 1956.

Pese a pertenecer a un medio social musulmán, su familia es practicante pero moderada, Sow ha traspasado abiertamente el terreno de las prohibiciones religiosas con la completa desnudez de sus figuras, con la exhibición expresa del sexo, con los rostros policromados, con los brazos cargados con amuletos y brazaletes. Frente a sus inquisidores, Sow responde invariablemente que "el desnudo es el primer estadio del hombre". Contra lo que pudiera pensarse, él no trabaja con modelos, no conoce personalmente a los tribus nómadas africanas en las que se inspira. Todo lo más, utiliza fotografías como la que Leni Riefenstahl, la amante de Hitler, hizo de los guerreros nubios del sur de Sudán. El artista, él mismo un gigante de 1,92 metros, se defiende de esa extraña conexión: "Leni Riefenstahl es, efectivamente, una dama muy poco recomendable, pero la obra es independiente del humano que la fabrica".

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