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Tribuna
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Otro tiempo

Giulio Einaudi ha sido uno de los gigantes del mundo de la edición europea. Como Gaston Gallimard, que fue un poco el patriarca, y su hijo Claude, como Giangiacomo Feltrinelli, como Carlos Barral, como Heinrich Ledig Rowholt. Un gigante de cuando la edición se regía por otros criterios que no eran tan subrayadamente mercantilistas como ahora. Editar era entonces crear cultura y no sólo distribuirla. Editar era una manera de estar en el mundo. En el caso de Einaudi, era militar en el progresismo, en la lucha por una sociedad más tolerante, y era, había sido y seguía siendo militar contra el fascismo.Un libro editado por él sobre la resistencia española desató las iras del régimen, y en Sevilla, donde yo vivía entonces, creo recordar que los falangistas organizaron una gran concentración patriótica ante el consulado de Italia. Literatos ilustres de la época aplaudieron estas y otras expresiones de fervor; algunos viven todavía.

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Aliento europeo

Fue Einaudi uno de los promotores, con Carlos Barral y otros -y así lo cuenta éste en sus memorias-, de la creación del Premio Formentor y del Prix International, que fueron, mientras duraron, dos empresas de vasto aliento europeo, que sentaron muy mal al régimen.En sus últimos años Einaudi sufrió las irresistibles presiones del mercantilismo en alza e hizo cuanto pudo por salvar su sello editorial. Pero era un hombre de otro tiempo, de la cultura de la resistencia y la lucha por un mundo en el que la cultura tendría mucho que decir. Publicó a muchos de los mejores escritores de su época y fue encomiable su tarea con los clásicos. Se rodeó de asesores inteligentes, de grandes empeños literarios: Italo Calvino, Cesare Pavese, Elio Vittorini... Sigue vivo el retrato que Carlos Barral, en quien influyó mucho, dejó de él cuando el editor se hallaba en la madurez y que sugiere bien la complejidad humana del personaje que acaba de morir: "Sus ojos claros, de un azul acuoso, enmarcados por el cabello gris en la tez tostada, que bien mirada, sí, podía ser altiva, brillaban maliciosamente a destiempo. Sus posturas naturales, cuando se sosegaba, como su atuendo y lo general de su aspecto, eran de una gran elegancia, pero había, hay, siempre en él algo que sugiere la contrariedad en el abandono...".

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