Tampoco Bruselas nos entiende
EMILIO ALFARO Pocas cosas son tan humanas como el impulso de construir el mundo a una escala familiar. Sabemos que fuera de nuestro universo conocido está el otro Mundo, el de los demás; pero en nuestro reducido escenario vital seguimos actuando como si sólo existiera éste. Barrunto por ello que la tan traída y llevada globalización es para el común de los mortales una realidad que se impone sólo cuando nos colocamos ante el televisor y que se diluye el resto del día. Me ha venido la reflexión al sorprenderme de que nuestra vicelehendakari, Idoia Zenarruzabeitia, se haya sorprendido, en un reciente viaje a Bruselas, del desconocimiento que existe en la capital comunitaria sobre la naturaleza del Concierto Económico vasco. Y es que la sorpresa hubiera sido lo contrario: que los comisarios del gobierno de la Europa unida se supieran de cabo a rabo las peculiaridades fiscales de una comunidad objetivamente pequeña, por más que sus habitantes nos creamos que el ombligo del universo debe caer por algún valle próximo al Amboto. Poniéndome en la piel de un euroburócrata cuya mirada debe abarcar, además de su despacho, un mercado de más de trescientos millones de ciudadanos-consumidores, entiendo que le cueste entender que la comunidad autónoma del País Vasco disponga de un régimen fiscal particular y diferenciado del vigente en el resto de España. Su ignorancia denota las carencias de la Europa de los Estados, claro que sí, pero hay que partir de la realidad, que es el mejor punto de partida mientras no se descubra otro. Pues bien, ya que el eurofuncionario de turno no hace el esfuerzo exigible por entender a un pueblo con un conflicto histórico a cuestas -algo de lo que no pueden presumir otros que con muchos menos méritos tienen Estado propio-, pongámonos en su lugar. Admitamos que a esa limitada inteligencia británica, italiana o finlandesa con plaza en Bruselas va a resultarle todavía más difícil comprender que el régimen fiscal de esa comunidad de apenas 7.261 kilómetros cuadrados y 2.100.000 millones de habitantes no está en manos de su Gobierno autonómico, sino en las de sus tres territorios. Y puede que al pobre se le fundan los circuitos cuando le contemos que, en virtud de sus prerrogativas (históricas, faltaría más), cada uno de los territorios puede fijar una normativa fiscal diferenciada, tanto para las personas físicas como para las empresas. Porque no tiene nada que ver, valga el ejemplo, una pyme del Alto Deba con otra de la Llanada. Que no se engañen en Bruselas, a veces diez kilómetros de distancia vienen a ser un continente. Y es evidente, por más que no lo vean allí, que el contexto conómico y vital de un contribuyente vizcaíno es muy distinto del de un guipuzcoano. Seamos, pues, comprensivos con esos señores de Bruselas; disculpemos su ignorancia de cosas tan sabidas que hasta aparecen en el temario de una oposición para celador de Osakidetza. Ya se sabe que los grandullones -los Estados y las organizaciones supraestatales- no suelen entender de las cosas un poco complejas y sutiles de los pequeños. Por eso, antes de llorar por tan inexcusable desconocimiento, admitamos, primero, que somos un pelín complicados; reduzcamos luego nuestras complicaciones a un nivel sensato, sin virtuosismos para sacar nota, y tomémonos el trabajo, como ha hecho la vicelehendakari, de explicar nuestra complejidad resultante al mundo que nos circunda. Con humildad, didácticamente, sin amenazas de insumisión que hacen temblar a la Comisión Europea y bloquean las cortas entendederas de sus miembros. Hagamos ese esfuerzo aunque sólo sea por seguir el consejo evangélico de enseñar al que no sabe, y también ese otro, de tipo práctico, que recomienda a los niños no sacar demasiado a la calle sus juguetes más delicados. Porque siempre existe el riesgo de que atraiga la atención de un grandullón y te lo destripe para ver cómo funciona.
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