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¿Otro año de pánico?

El autor analiza las sacudidas de la crisis iniciada en Asia y apunta las cuestiones de las que deberán ocuparse los Gobiernos para dejarla atrás.

La devaluación monetaria de Brasil a principios de este año y las dificultades que ha tenido desde entonces para estabilizar el real y la Bolsa han demostrado, por si no teníamos suficientes pruebas, la importancia de los mercados financieros y sus volátiles cambios de humor. Ya no pueden caber dudas de que el pánico de los inversores puede desencadenar una estampida financiera, como sucedió en Asia y Rusia el año pasado y amenaza ahora con suceder en Brasil y en toda Latinoamérica y con repetirse una vez más en Asia, como consecuencia de los temores acerca de una devaluación en China y la espiral de devaluaciones competitivas que ésta podría desencadenar.El casi obsceno crecimiento de Estados Unidos, que ahora vive su octavo año, podría servir para ilustrar la premisa contraria. Al menos en dos ocasiones en 1998 las malas noticias pudieron haber provocado una caída de los precios de la Bolsa y una recesión económica. Después de todo, la mayoría de los expertos (y también los analistas) había llegado a la conclusión de que estaba sobrevalorada incluso antes de que se iniciara la crisis en Asia. Como es lógico, los precios cayeron como consecuencia del pánico en Asia y las ramificaciones financieras que tuvo, pero los mercados estadounidenses han recuperado desde entonces todas sus pérdidas iniciales e incluso han registrado nuevos máximos históricos.

El proceso de destitución contra el presidente Clinton en el Senado estadounidense y la crisis política que podría haber agravado la incertidumbre política y financiera, provocando otra caída drástica de los precios en Wall Street, tampoco surtió ningún efecto en los estadounidenses ni en la forma en que gastaban su dinero. Ni los inversores ni los consumidores perdieron el optimismo. Nada parece capaz de hacerles flaquear.

¿Podría ser la fe de los norteamericanos en Alan Greenspan, presidente de la Reserva Federal, el banco central estadounidense, una explicación satisfactoria? Ha hecho un trabajo sólido, pero dudo mucho de que ésa sea la única causa del optimismo estadounidense.

Por tanto, ¿qué factores hacen que las economías arranquen y se mantengan en marcha? En Europa el nacimiento del euro no ha animado desde luego el crecimiento económico y tampoco parece que vaya a hacerlo en un futuro próximo. La mejor noticia del año es que, por fin, los consumidores del continente han salido aparentemente de su larga depresión. Sin embargo, a diferencia de lo que ha ocurrido en Estados Unidos, el acelerón de la demanda del consumidor no ha puesto en marcha el motor del crecimiento. ¿Por qué no? Probablemente porque la política macroeconómica de los Gobiernos europeos ha sido y sigue siendo excesivamente cautelosa y no se han atrevido a darle el empujón que necesitaba.

Una vez alcanzados los criterios de Maastricht, el objetivo de las políticas fiscales ha sido echar el freno. En toda Eurolandia, la política monetaria ha estado centrada en la armonización de los tipos de interés, no en su nivel. Así que hay pocos motivos para sentirse optimista en un futuro próximo en lo que respecta al crecimiento o a la creación de empleo.

Aun así hay un aspecto positivo. La en cierto modo recién descubierta disciplina fiscal probablemente fuera una bendición a la hora de mantener la confianza y, por tanto, inmunizar al mercado frente a los pánicos financieros en Asia, Rusia y Brasil. En Japón, me apena decirlo, esa clase de austeridad fiscal sigue siendo una especie de maldición.

Y también me apena decir que Japón sigue enseñándonos que algunos de los episodios más tristes de la historia se repiten. Una serie de círculos viciosos que todos esperábamos que hubiesen desaparecido con el fin de la Gran Depresión han demostrado que siguen teniendo relevancia en la actualidad. La deflación hace que suban los tipos de interés reales y que la actividad económica disminuya, con lo que se desencadena una nueva ronda de deflación, y así sucesivamente. Con unos tipos de interés de casi cero, esta trampa de liquidez ha paralizado la política monetaria de Japón. Los remedios keynesianos (que se han empezado a aplicar tardíamente) y una política fiscal expansionista no han sido capaces de recargar la batería de la economía japonesa ni de hacer que vuelva el optimismo. ¿Se debe acaso a que el Gobierno japonés retrasó demasiado su intervención antes de aceptar el déficit presupuestario? Nadie lo sabe realmente.

¿Es posible discernir un hilo común que una todos estos acontecimientos? Yo veo dos. El primero es la importancia de lo que Keynes llamó "espíritus animales". En todos los casos han sido la causa de los éxitos y fracasos económicos de hoy día.

El segundo es que es bastante difícil domar esos espíritus animales. ¿Por qué les entró el pánico a los inversores financieros en el sureste de Asia? ¿Por qué Polonia, por ejemplo, se ha mantenido relativamente inmune al pánico desencadenado por Rusia, mientras que el resto de Europa se contagió? ¿Por qué parecen los inversores norteamericanos vacunados contra el pesimismo? ¿Existe una política macroeconómica que pueda reanimar el todavía trémulo optimismo del consumidor? ¿Cómo puede Japón hacer que el optimismo vuelva y la economía arranque si ya no le quedan instrumentos macroeconómicos para hacerlo? Éstas son cuestiones en las que deberán centrarse a partir de ahora los Gobiernos. De las respuestas depende la salud de la economía mundial.

Olivier Blanchard es profesor de Economía en el MIT.

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