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Pase de modelos capitalistas

Aceptar como hipótesis que en la guerra fría no hubo vencedores ni vencidos no significa tener que dar por supuesto que la guerra fría no haya terminado. La guerra existió y, unos más y otros menos, todos perdimos y todos ganamos. Es por eso que patrimonializar la caída del muro de Berlín puede resultar incluso una forma de esterilidad, salvo cuando se hurtan al análisis histórico obviedades como el afán de libertad de los países que estuvieron bajo la hegemonía comunista o se mantiene un margen de confianza intelectual en los sistemas de economía planificada. Puesto que se ha enjuiciado siempre el capitalismo por los resultados que iba dando, es poco equitativo que se preserve la ficción de valorar la aportación histórica del socialismo por los beneficios que hubiese ofrecido de haberse aplicado de forma correcta -es decir, ideal-. Ésa es una de las falacias más persistentes de las décadas pasadas.No es desafortunado que por una vez estemos en plena ebullición de alternativas y de camuflajes retóricos. En realidad, sólo puede resultar incómodo para estados mentales anclados en el determinismo. Terceras vías, centrismos, conservadurismo compasivo, izquierda monopolizadora de la solidaridad: es como la consulta a los grandes especialistas que el médico de cabecera aconseja a la familia de un agonizante ilustre. La derecha echa en cara a la izquierda que acepte no pocas políticas que cuando eran ejecutadas por Reagan y Margaret Thatcher olían a cuerno quemado. Por su parte, la izquierda lame sus heridas achacándole a la derecha un cierto mimetismo respecto a políticas sociales de apaño. Abundar en el tópico de que faltan pensadores para nuestro tiempo no resta responsabilidad a los políticos que, a derecha e izquierda, hipotecan el presente para legar un sustancioso déficit al futuro en ciernes.

Esos son fenómenos circunstanciales que orbitan en torno a un eje central histórico cuya descripción merecería una mayor aquiescencia por parte de quienes todavía se autodefinen como intelectuales. Esto es: tras el fin de la guerra fría y la caída del muro de Berlin lo que ocurre es que hemos dejado de hablar de modelos de socialismo para pasar a hablar de modelos de capitalismo. La extensísima bibliografía -en gozoso aumento hasta los últimos momentos- sobre la gran panoplia de modelos para el socialismo ha desaparecido de la pantalla como un documento informático que se desplaza hacia el limbo.

De repente, incluso la terminología socialdemócrata aligera sus contenidos y aparece Tony Blair en escena poniendo en solfa a los sindicatos británicos para poder llegar al poder prometiendo autoridad y un continuismo eufemístico de las políticas thatcheristas. Con o sin eufemismos, lo que está sobre la mesa es la pluralidad de asentamientos que ha demostrado el sistema capitalista.

Salvo para un postcomunismo de visión pleistocénica, el debate intelectual y político de ahora mismo se ha trasladado a la confrontación y deslinde de los diversos modelos de capitalismo que la realidad permite, puesto que parece haberse demostrado que la misma realidad era reacia a los modelos del socialismo. Aquí adquieren significación las aportaciones de Soros como hace años James Goldsmith pretendía plantear las incompatibilidades entre la estabilidad y el libre comercio. Lo sorprendente para quienes decidan arrumbar los viejos dogmas de la izquierda es que la riqueza y variedad en versiones del capitalismo se refiere a modelos en activo y no a supuestos históricos, como sucedía con gran parte de los modelos del socialismo, incluso la tan famosa autogestión yugoslava.

Lo más característico no es que la aguerrida facción de los detractores del neoliberalismo achaquen a Adam Smith un espíritu depredador que está refutado en cada página de su obra: en realidad, produce más pesadumbre que irritación ver hasta qué punto ignoran los elementos más fundamentales de una tradición intelectual densa y por lo menos con tantos matices como pueda tener el socialismo, desde el utopismo de Saint-Simon al fabianismo. Si el intelectual postsocialista considera una aberración que se pueda meter en el mismo saco a Franz Fanon y a Michel Rocard, por lo mismo debiera poder entender que no es lo mismo el Estado mínimo de Murray Rothbard que el capitalismo renano.

La tan denostada vitalidad del capitalismo está ahí, aportando riqueza y bienestar en una variedad de versiones que van del capitalismo corporativo al capitalismo global. Se habla incluso de un capitalismo fundamentalista que centra sus estrategias en la presunta optimización de lo que significaron Reagan o Thatcher. De los afanes sintéticos de Michael Novak al autoritarismo de ciudades-Estado como Singapur no se deduce la infalibilidad de los procesos de globalización, aunque no resulta ecuánime comparar el desguace social generado por la bancarrota del comunismo con la posible incidencia negativa que el capitalismo global pueda tener en los sistemas preexistentes de cohesión social. Del mismo modo ocurre que las críticas a los modos operantes del capitalismo norteamericano suele producirse en términos tan maniqueos que permiten olvidar los índices de prosperidad para resaltar cualquier episodio de violencia policiaca. Ciertamente hay realidades capitalistas que son más individualistas que otras, aunque matices de tanto peso sean ignorados por los críticos de ese invento retórico que se llama "neoliberalismo" y que consiste en darle al enemigo los rasgos que más convengan para que su crítica sea más fácil. Si la consecuencia del simplismo consiste en una depreciación de la lucidez parece no importar demasiado. Reducidos no pocos modelos del socialismo a la categoría de naufragio, ha sobrevivido la inercia de un dogmatismo capaz de ignorar que los modelos del capitalismo no son pocos.

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