Fernández Ordoñez: "Un ingeniero que se preocupa sólo por la belleza es ridículo"
José Antonio Fernández Ordóñez (Madrid, 1933), catedrático de Historia de la Ingeniería de la Universidad Politécnica de Madrid, proyecta la moderación y la austeridad en todas sus obras, y subordina la experimentación estética en beneficio de la función técnica de sus trabajos. Este arquitecto huye del "engaño estructural" porque todo lo que hace está al servicio de la eficacia. Así ocurre con la pasarela del Paseo de la Castellana y se comprobará con el puente del río Urumea, en San Sebastián, y la pasarela de Deusto, en Bilbao.
Este ingeniero proyectista no claudica frente a quien le sugiere una renuncia a sus principios, como ocurrió con su proyecto de construir una esfera armilar en Sevilla. Ahora está terminando el puente del AVE en el trazado entre Barcelona y Madrid, que medirá un kilómetro de longitud. También está construyendo un puente en Oporto en forma de bóveda poligonal. Asegura que la ingeniería, tradicionalmente, ha tenido una "visión funcionalista, sujeta a las matemáticas y desconfiada con los valores subjetivos, como el arte y la belleza". Fernández Ordóñez recuerda que los ingenieros del siglo XIX se dividieron en dos tendencias; unos eran los moralistas y los otros, los funcionales, los que defendían que la belleza de una obra reside en su utilidad. Y él, como docente, ha tratado de inculcar a sus alumnos que los problemas estéticos existen. Y que un puente es como una motocicleta o como unos zapatos: entra dentro del ámbito de la belleza y se podrá decir de él que es bonito o es feo. Pero rechaza de forma radical las ornamentaciones en las estructuras, porque las considera un despilfarro. "Mi lema es que la simplicidad es una virtud de los ingenieros". "Hoy es fácil engañar" En sus clases prácticas avisa a sus alumnos del engaño estructural, ya que "hoy es muy fácil engañar. "Y la prueba", añade, "es que se hacen arcos que no aguantan nada, que son decorativos, porque lo que aguanta es el tablero y se colocan los arcos para que la gente los vea como una cosa muy aparatosa". Aboga por el espíritu crítico del creador de las obras, porque puede caer en el error de dejarse llevar por el sentido de los políticos y terminar haciendo tonterías. Este ingeniero apasionado con su trabajo dice que, " frente a los políticos, el ingeniero tiene que tener tres cosas claras: un alto grado de pensamiento político, una sensibilidad emocional y un control moral total sobre sí mismo y su obra". No huye de las tendencias vanguardistas, pero defiende ante todo la rigurosidad. "El discurso debe ser riguroso, pero a la vez vanguardista y despojado de toda pretensión estética. No debemos utilizar la excusa de la estética, porque un ingeniero preocupado sólo por la belleza es ridículo". Fernández Ordóñez cree que la obra civil es el resultado de una actitud ambivalente: un ataque al mundo y un intento de restaurarlo. Y se explica diciendo que la ingeniería tiene también sus cosas buenas y que ésta "humaniza, porque la naturaleza no es tan benéfica como dicen los ecologistas". "Las obras", argumenta, "son tan eternas como el planeta".
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