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¡La guerra terminó!

Andrés Ortega

¿Cuál? Pues la Segunda Guerra Mundial. A estas alturas puede parecer sorprendente. Pero, con semejante afirmación, el fino político que es el ministro de Asuntos Exteriores polaco, Bronislaw Geremek, calibra el significado "real" del ingreso de su país en la OTAN, junto a Hungría y la República Checa, formalizado el viernes pasado en Independence (Misuri, EE UU) y que la Alianza celebrará mañana en Bruselas. Visto desde España, un país que no participó directamente en aquella guerra, la valoración de Geremek puede resultar insólita, cuando en lo que pensamos, si acaso, es en el final, ayer, de la guerra fría. Pero los polacos, tanto como otros vecinos suyos, llevan aún clavada la espina de lo que pasó tras la última guerra civil europea.Tanto estos tres países como otros que se han quedado fuera de la OTAN se sintieron abandonados tras la derrota de Alemania, cuando Europa occidental y EEUU les dejaron en manos de la Unión Soviética de Stalin en aras de la realpolitik. Ahora se deshace parcialmente aquella injusticia histórica. Estos tres países elegidos empiezan a recuperar un tiempo histórico perdido. ¿Por qué quieren ingresar en la OTAN (y en la UE)? En un brindis en Varsovia a Javier Solana, secretario general de la Alianza, el presidente polaco, Kawsnievsky, lo explicó de la mejor manera posible: "Por la misma razón que los países que son miembros de esas organizaciones no quieren irse".

No es, sin embargo, la primera ampliación de la OTAN tras la caída del muro de Berlín y el fin de la URSS, pues hay que recordar que el territorio de la antigua República Democrática Alemana (RDA) se incorporó a la OTAN de la mano de la unificación. Pero sí marca un cambio fundamental en la historia de este siglo: ver a Alemania y a Polonia bajo el techo de una misma alianza militar es también otra manera de acabar la Segunda Guerra Mundial.

Con ser ésta -¿la última?- ampliación de la OTAN un hecho de gran alcance, no es lo más significativo del cambio de la Alianza que, nacida del enfrentamiento de la guerra fría, ha sobrevivido a su fin. La revolución es que haya construido en estos últimos años una relación de cooperación y cierta intimidad con Rusia, una gran labor cuyo fruto es de esperar que la crisis de Kosovo no se lleve por delante si la OTAN llegara a intervenir militarmente con la oposición de Rusia. Perdería mucho la OTAN con ello, pero más Rusia.

Hace tan sólo 10 años, el ministro de Asuntos Exteriores de la entonces Unión Soviética, Edvard Shevardnadze, en visita a Bruselas, pidió entrevistarse con el secretario general de la Alianza. Los aliados no consideraron oportuno que Manfred Wörner le recibiese en su despacho oficial y prefirieron que le invitase a su residencia. Hoy, los rusos tienen un despacho en el mismo complejo de la sede de la OTAN y participan, como otros países, en muchas reuniones de trabajo, además de patrullar sus soldados conjuntamente con los de la OTAN en Bosnia. De los retretes de la sede de la Alianza Atlántica han desaparecido esos carteles en los que, pésimamente dibujadas, aparecían unas orejas y un texto que advertía: "¡Cuidado con lo que habla! El enemigo puede estar escuchándole!". Ya no hay enemigo.

Rusia ha armado mucho ruido en los últimos años en contra de esta ampliación a antiguos miembros del Pacto de Varsovia. ¿Se siente humillada o considera, como el propio Gorbachov, que Occidente, y en particular EEUU y Alemania, quiere disponer de ventajas geopolíticas a costa de Rusia? En realidad, todo ese ruido no tenía, no tiene, como objetivo evitar esta ampliación, sino impedir otras, y, ante todo, la de que ingresen en la OTAN territorios que antaño pertenecieron a la Unión Soviética. Éste sigue siendo un tema abierto. Queda mucha labor por delante, quizá porque, ante la nueva libertad, como dijo no hace mucho Geremek en Madrid, "nos vemos ahora obligados a inventar". Pues la OTAN, como en general toda Europa, incluida Rusia, sigue buscando sus futuros.

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