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Tribuna
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Donde habita el recuerdo

La muerte de Yehudi Menuhin supone algo más que la desaparición de un músico singular, de un intérprete superdotado, de un ser humano conmovedor y de un ejemplo para todos y en tantas cosas. Menuhin está en la historia desde hace mucho tiempo, aunque le encontráramos en todo momento vivaz e interesado por el mundo que le rodeaba, con los ojos abiertos y en actitud expectante como parece propio de la juventud. Pero casi el mismo tiempo hace que Menuhin habita en los más entrañables rincones de la leyenda.Cuantos nos acercamos a la edad que tenía Menuhin conservamos largos recuerdos de su figura, su arte y sus lecciones. Primero, como algo inalcanzable por belleza sonora y virtuosismo desnudo de vanidad; después, por encuentros, aquí y allá, en el Festival de Granada o en el de Santander casi estrenando una plaza Porticada que en día de lluvia persistente condenó al silencio el violín de Menuhin: casi parecía un concierto de cine mudo.

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En Granada y en uno de los primeros años de festivales recibí una excepcional lección que recordaré siempre. No se encontraba el gran violinista en el mejor estado de salud y las arcadas largas sobre las cuerdas del Stradivarius ponían en peligro la fijeza sonora amenazada por un cierto temblor. Dueño de todos los recursos, hizo una maravillosa versión del concierto de Brahms utilizando tan sólo la mitad del arco. Sin embargo, en su semblante, por encima de todo problema, asomaba aquella sonrisa bondadosa que iluminaba su rostro.

Recuerdo a Menuhin ensayando en el recién creado trío de cámara con Gaspar Cassadó y Louis Koetner, verdadero placer para el músico o el melómano de oído fino y curiosidad avizorada. Yo quería obtener la grabación del trío en sus primeras actuaciones de la Alhambra para poder transmitirla por radio. Encontraba serias resistencias que, por supuesto, comprendía muy bien. Menuhin y Cassadó dieron pronto con la solución a través de una propuesta de "tratado": si les enviaba una copia de los registros podía grabar y radiar el concierto por la emisora nacional.

En las reuniones primaverales del Tribunal Internacional de Compositores de la Unesco recibí otra impresión diferente y menos interesante de Menuhin. Llevaba aquel año, entre otras obras, el cuarteto Aura del muy joven Tomás Marco. Cuando empezó a sonar apareció Menuhin, y tras escuchar las insistentes notas repetidas miró en derredor con gesto no supe si inquisitivo, adverso o favorable. No habían pasado unos compases cuando Menuhin se sentó junto a Pierre Colombo y Jack Bornoff. Siguió la pieza con sumo interés, y al final, que se anima por el leve tintineo de un crótalo metálico, el gesto aprobatorio de Menuhin quedó claro: una vez más se mostraba poroso y receptivo a cualquier forma nueva o distinta de expresión artística.

Así había hecho siempre, por supuesto. Bastará recordar que en 1947 tocó la segunda sonata de Bartok y debió escuchar interrupciones que gritaban: "Absurdo, ridículo", y otras lindezas. Pronunció entonces y dejó escritas Menuhin palabras de tanta comprensión para el público como admiración para los creadores que se arriesgan en la conquista del futuro. A propósito de esta anécdota, Alejo Carpentier comenta con buen juicio: "Menuhin nos muestra qué es digno, en todo, de la celebridad con que le favorece el mundo entero". Otros capítulos españoles más o menos recientes son bien conocidos: su ferviente adhesión a nuestros Reyes, y de modo acusado a doña Sofía, tan entusiasta melómana; su magisterio y colaboración con Gonçal Comellas o José Luis García Asensio; su asistencia, consejo y actuación en la Escuela Superior de Música Reina Sofía, creación cultural de Paloma O´Shea, cuya orquesta de cámara dirigió más de una vez. La del 9 de diciembre de 1997 ha quedado registrada en un CD y se torna ahora en precioso documento. En unión de Zakhar Bron y Vera Martínez Menher, Menuhin dirigió el Concierto en re menor de Bach, el segundo de Mendelssohn que el mismo Menuhin rescatara del olvido. Estaba con doña Sofía igualmente en sus obras y visiones humanitarias. Que esto fue el gran hombre que acaba de morir: un hondo y excepcional humanista. No habrá posible olvido para Menuhin y por lo mismo no habrá muerte definitiva, que sólo sobreviene cuando se muestra perezosa la memoria.

Será difícil que duerma la memoria musical si tenemos cerca las grabaciones del Concierto en mi menor de Mendelssohn interpretado con Furtwaengler, la sonata con la que contribuyó a extender el arte grande de otro gran humanista, Bela Bartok, el Concierto de Alban Berg, los de Beethoven y Stravinski, o el diálogo entre dos mundos establecido y dos sensibilidades culturales entre el violín de Menuhin y la cítara del indio Ravi Shankar.

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